2do Libro

112 5 1
                                    

Capítulo 22

Cuando faltaban veinte minutos para la medianoche, Santana entró en el centro de mando. Se detuvo en la puerta, momentáneamente desorientada. La habitación estaba bien iluminada, aunque reinaba en ella un vacío fantasmal. Los monitores parpadeaban con imágenes que nadie miraba. Las sillas estaban torcidas ante las mesas cubiertas de tazas de café y envoltorios de comida, como si se hubiera producido una huida apresurada. De trecho en trecho se veía una chaqueta o un jersey abandonados sobre una mesa. La atmósfera de control a la que estaba acostumbrada había sido sustituida por una latente sensación de caos que aceleraba su corazón.

–¿Señorita López? –Lindsey Ryan se acercó con una taza de café en la mano y una pregunta en la mirada.

Santana se asustó y dio un respingo. Se volvió hacia la voz y sonrió, compungida.

–No podía esperar arriba.

–No me extraña –comentó Lindsey, comprensiva–. ¿Le apetece un café?

Santana se esforzó por controlar sus nervios.

–Supongo que no sabe quién lo ha hecho, ¿verdad? Ya he tomado el café que hace esta gente, y es una aventura a la que no me quiero arriesgar de momento.

–La verdad es que lo he hecho yo –dijo Ryan riéndose–. Sam y Felicia están pegados a las mesas de comunicación y a estas alturas lo necesitan.

–Ya me lo imagino –murmuró Santana, pensando en las veinticuatro horas sin descansar que había pasado con ellos esperando a que Loverboy estableciera contacto. Entró en la habitación y miró hacia el fondo; allí, el equipo de comunicación cubría toda la pared y las superficies que estaban al alcance de las sillas giratorias ocupadas por Sam y Felicia Davis. Estaba segura de que llevaban días sin moverse.

–Aceptaré su palabra de que es fiable –comentó Santana refiriéndose al café–. Podría hacerme falta.

Las dos mujeres fueron al rincón en el que estaban las máquinas de café y el frigorífico. Santana se sirvió café, se llevó la taza de cartón a los labios y lo sorbió con cautela. Ryan tenía razón: no estaba mal. Apoyó las caderas en el borde del mostrador y miró a la pelirroja.

–¿Se sabe algo?

–Aún no. Sam tiene línea directa con la comandante Pierce, pero lo único que sabemos es que Savard y ella están en el lugar. –Lindsey dudó antes de añadir–: Señorita López, desde aquí sólo tenemos un pequeño fragmento de la representación y, a veces, una representación incompleta es peor que nada.

–¿Supone que habrá problemas? –Santana se dio cuenta de que Ryan intentaba, con delicadeza, que se fuera.

No había bajado antes porque no quería distraer a Britt en plena partida del equipo. Se había obligado a sentarse en la cocina y esperar. Miró el reloj a las once e imaginó que Britt estaría poniéndose el equipo protector y armándose. Su ansiedad aumentaba cada minuto que pasaba. Deseaba con todas sus fuerzas ver a Britt antes de que se fuese. Sólo para decir... sólo para decirle lo que no le había dicho antes: “Te amo”.

–¿Sucede algo? –preguntó Santana con la garganta seca.

–No –se apresuró a responder Lindsey–. Pero he visto demasiadas cosas como ésta para saber que, a veces, lo que yo creía que estaba pasando no se correspondía en absoluto con lo que pasaba en realidad. Eso destroza los nervios cuando uno no está en disposición de hacer nada.

–Agente Ryan, dudo muchísimo que ocurra algo que no me haya imaginado ya. –Santana se rió con humor–. Y, créame, lo que sepa será mejor que lo que estoy pensando. No molestaré a nadie.

HonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora