3er Libro

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Capítulo 1

Brittany Pierce, recién salida de la ducha, atravesó desnuda el alfombrado salón en dirección al bar. Desde los ventanales que se abrían del suelo al techo de su ático se disfrutaba de una despejada vista del horizonte nocturno de Washington. La perspectiva era impresionante. Britt se sirvió dos dedos de whisky de malta sin mezcla en una sólida copa de cristal de roca y se apoyó en la barra que recorría un lado de la habitación, contemplando las luces de la ciudad entreveradas con las estrellas. En un determinado momento de su vida, aquella visión de penetrante belleza había perdido la capacidad de conmoverla, un momento posterior a la pérdida en el que estaba convencida de que nada volvería a hacerla vibrar. Se había equivocado. Tras coger una bata de seda gris de un taburete, se la puso y se acercó al teléfono. Marcó un número de memoria y esperó con ansiedad escuchar la única voz que siempre quería escuchar.

—¿Diga?

Britt sonrió.

—¿Qué tal por San Francisco?

Hubo una rápida inhalación, seguida de una risa gutural.

—¿A ti qué te parece? Es la ciudad de los hombres guapos y las mujeres despampanantes. Y estamos en agosto, no llueve y luce el sol.

—Suena absolutamente perfecto.

—Lo es. —Santana López se sentó en la cama y miró por la ventana de la habitación de invitados de una casa de varios pisos, de cristal y cedro, encajada en un hueco sobre la ladera de Russian Hill.

Más allá de las copas de los árboles y los tejados se veía la extensión de la bahía de San Francisco, que reflejaba los colores del sol poniente. El panorama era de una belleza tan conmovedora que Santana deseó que su interlocutora estuviese a su lado para compartirlo. Con aquella voz ronca y llena de emociones que aún no había perdido la capacidad de estremecer, añadió—: Casi.

—¿Casi? —Britt tomó un sorbo de whisky, mientras imaginaba los ojos de intenso color café y los desordenados rizos morenos. Apoyó la cadera en el brazo de un sofá de piel y contempló la noche. Resultaba curioso que una vista que había tenido ante sí miles de veces de repente le hiciese añorar la compañía, cuando durante muchos meses apenas la había registrado su conciencia. Sabía qué era lo que había cambiado; algo no premeditado. Ni sensato—. ¿Algún problema?

—Hum. No encuentro fecha para la recepción.

—Ah… —Britt suspiró—. En eso no puedo ayudarte. Lo siento.

—¿En serio? —bromeó Santana, procurando ocultar su decepción. No habían hecho planes concretos, pero ella tenía esperanzas—. ¿Qué ocurre por ahí?

—Las maniobras burocráticas de siempre: demasiadas opiniones, demasiados jefes de sección, demasiada gente preocupada por su carrera política—. Bebió el whisky, dejó la copa sobre un posavasos de piedra tallada en la mesita auxiliar y procuró hablar con tono ligero—. Como te he dicho, nada fuera de lo normal en la Colina del Capitolio.

—Entonces, ¿esa reunión informativa va a durar más días?

—Creo que sí. Hoy ha sido el repaso de los acontecimientos con pelos y señales. El análisis de quién estaba, dónde, cuándo y qué hizo.

—¿Y mañana?

—Mañana será interesante—. “Mañana colgarán a alguien.”

—No pareces muy preocupada—. “Pero me ocultas algo.”

—No, no estoy preocupada. ¿Va todo bien por ahí? ¿Te ha localizado la prensa?

—Todo bien —se apresuró a responder Santana—. Nada fuera de lo corriente.

HonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora