3er Libro

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Capítulo 7

Cuando Santana se despidió de Marcea, la homenajeada besó a la hija del presidente en la mejilla, dedicó una tierna sonrisa a Britt y les comentó que iba a asistir a una cena en el Regency y que seguramente no las vería hasta el día siguiente. Santana y Britt, de nuevo juntas en la parte posterior del todoterreno, permanecieron en silencio durante el corto trayecto hasta Russian Hill. En cuanto Santana entró en la casa, Britt indicó a Fielding que supervisase la zona con el coche, dio la noche libre a Davis y encargó la vigilancia interior a Stark. Los tres agentes se despidieron educadamente de Santana y se dispersaron para efectuar sus tareas. Britt y Santana se quedaron solas en el salón.

—¿Sabes unas cosa? Salvo el agente de ahí fuera y la agente de la casa, estamos… solas al fin. —Los ojos de Santana ardían sobre la cara de Britt.

Britt, a medio metro de distancia, asintió con las manos pegadas al cuerpo, preguntándose si Santana notaría su temblor. Hacía mucho que no se tocaban, y la mirada de Santana le encendía la piel. Con una voz que sonó a sus propios oídos inusitadamente tranquila, preguntó:

—¿Qué planes tienes?

—¿Te refieres al resto de la noche… o a los próximos dos días?

—Creo que esta noche ya está todo decidido —respondió Britt con una sonrisa apenada. Ojalá pudieran estar juntas. Santana se sentiría decepcionada, pero no había forma de que estuviesen solas—. Me gustaría que el equipo relajase la vigilancia ahora que estamos todos reunidos.

—Si pudiera, me quedaría aquí indefinidamente. —Santana se sentó en el brazo de un mullido sillón y apoyó la mano en el respaldo—. Me encanta Marcea, y San Francisco se adapta muy bien a mí. —Se encogió de hombros—. Pero debo regresar a Nueva York. Allí está mi trabajo, y pronto iremos a París. Tengo que ocuparme de algunas cosas antes de ir.

—¿Te parece bien si reservo un vuelo de regreso para mañana por la noche?

—Estupendo. —Santana arqueó una ceja—. Procura sentarte cerca de mí.

—Entendido —dijo Britt con una sonrisa.

—¿Cómo va tu dolor de cabeza?

—¿Qué dolor de cabeza?

—Brittany. —La voz sonó amenazadora.

—Prácticamente ha desaparecido.

—¿Y lo demás: el aturdimiento, la visión borrosa...?

—Estoy bien, de verdad. —Britt, conmovida por la preocupación de la voz de Santana, se acercó a ella y le acarició ligeramente la cintura para infundirle confianza. Cuando ya era demasiado tarde, comprendió que había sido un error tocarla. Luego, dejó de pensar.

Santana echó la cabeza hacia atrás y observó los ojos de Britt, el único lugar en el que siempre veía la verdad. En aquel momento los claros ojos se hallaban levemente empañados y había sombras en sus profundidades. Santana conocía el significado de aquellas sombras.

—Britt —dijo casi sin aliento cuando los labios de Britt se acercaron a los suyos.

En ese momento se abrió la puerta corredera de la cocina con un golpe, una entrada inusitadamente ruidosa de la cautelosa Stark. Britt suspiró; su boca se hallaba sólo a milímetros de la de Santana.

—Creo que ha sido un aviso.

—Sí —admitió Santana retrocediendo—. Me retiro, en vista de que queda descartado el sexo en el sofá.

—Buenas noches, señorita López. —Britt lanzó un suspiro tembloroso y sonrió.

—Comandante. —El tono de Santana la acarició antes de que se retirase a toda prisa.

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