3er libro

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Capítulo 27


—Felicia ha encontrado una rendija —anunció Sam antes de que la puerta se cerrase del todo.Felicia, que se las arreglaba para mantener su compuesta y elegante apariencia a pesar de haber trabajado más de quince horas sin parar, sonrió al ver la emoción de Sam.—He acotado el origen de los correos —explicó, mientras Sam y ella se dirigían a los sofás y los cuatro se sentaban. Sam y Felicia frente a Britt, y Santana al otro lado de la mesita.—¿Dónde? —preguntó Britt, sin prestar atención al primer aleteo de esperanza en su pecho.—He encontrado transmisiones cruzadas a y del director del FBI, el despacho del subsecretario del Fiscal General y dos subcomités del Senado. Una densidad mucho mayor que en ninguna otra parte.—¿Qué comités? —se apresuró a preguntar Santana.—Inteligencia y Armas.—¿Detalles? —sondeó Britt. "Los centros de poder. Esto es más grande de lo que creía."—Por desgracia, no —respondió Felicia—. No puedo establecer el vínculo con los individuos hasta que analice todos los archivos.—¿Cuánto tiempo tardará? —preguntó Britt, sombría, pensando en el tiempo que se les escapaba.—No lo sé. Si tengo suerte, podría encontrarlo enseguida o... tardar días."Se acabó." Britt se enderezó y dio unas enérgicas palmadas en los muslos.—Entonces, eso es todo. Creo que han hecho todo lo que han podido. Agradezco sus esfuerzos.Luego miró a Sam, evitando a propósito la penetrante mirada de Santana, y añadió:—Tengo que revisar los detalles del relevo con usted, Sam, antes de que asuma el puesto por la mañana.—Comandante —protestó Sam.—Hay que hacerlo. —Britt miró la hora: las once y cuarto de la noche—. No tenemos tiempo.—¿Y qué hay de Stark y Savard? —Santana se esforzó por disimular la desesperación que sentía—. ¿Han encontrado algo más en las comprobaciones de antecedentes?—No, y yo tampoco. —Sam cabeceó con desánimo—. Han descartado a Fielding, como esperábamos. Y yo he mirado todo lo que hay sobre el periodista de Chicago, pero no encuentro vínculos.—Tiene que haber algo, Sam —insistió Santana—. ¿Y los amigos o colegas de Mitchell?—Ese tipo de investigación me llevaría mucho tiempo y, en comparación, los resultados serían escasos. —Cogió la agenda electrónica que guardaba en el bolsillo de la camisa y revisó varios puntos—. El tipo está limpio, casado, con dos hijos pequeños. Economía corriente. Un periodista independiente de Chicago.—¿Y su mujer? —preguntó Britt con aire pensativo. Su entrenamiento en el campo de la investigación le impedía dejar cabos sueltos—. ¿Hay algo?Sam cabeceó, mientras leía la pequeña pantalla.—No que yo sepa. Se casaron hace cuatro años. Esposa Patricia, de soltera Carpenter, estudió en...—¿Patty Carpenter? ¿Estudió en Amherst? —preguntó Santana con repentino interés.Sam la miró, sorprendido.—En efecto.—¡Dios mío! —exclamó Santana. Y en ese momento fue ella la que se levantó y se apartó del grupo reunido en torno a la mesita para ir hasta las ventanas, pues necesitaba espacio y aire. El enorme loft le pareció de repente demasiado cerrado. Mientras analizaba la nueva información, deslizó los dedos sobre el doble cristal antibalas. Empezaba a ver cómo se había orquestado todo, pero no era tan fácil como había pensado saber qué se podía hacer. Conocer la fuente no proporcionaba la solución. Al contrario.Dio un respingo, sobresaltada, cuando Britt se acercó a ella.—¿Qué ocurre? —preguntó Britt en voz baja para que los otros no la oyeran.—La conozco. Creo que sé cómo consiguió su marido esa fotografía nuestra. Y sé quién nos ha enviado las advertencias.—¿Pero? —El tono de Britt fue amable, pues era consciente de la tensión de Santana. A otra persona le habría presionado. Pero no se trataba de un sospechoso, sino de su amante. Y sabía que Santana se lo diría si podía—. ¿Santana?Santana respiró a fondo y se volvió para mirar a Britt a los ojos, aquellos ojos tiernos, pacientes, que le daban tiempo para decidir. Y en el amor profundo e insobornable que vio en ellos, encontró la respuesta.—Nada, en realidad. Tu reputación y tu carrera corren peligro. Y nuestra relación sufre el riesgo de verse interrumpida por la publicidad negativa y la presión de varias instancias... como mínimo. No puedo permitirlo.—Es amiga tuya, ¿verdad?—Sí. —Santana apoyó la mano sobre el pecho de Britt, acariciándolo suavemente—. Es amiga mía. Y tú eres mi amante.—Santana, podemos buscar otra forma de enfocarlo. No quiero que traiciones...—Brittany —la interrumpió Santana cabeceando con cariño—. ¿Cuándo te vas a enterar de que eres la única persona que me importa? Tú, más que nada ni nadie en el mundo.Sin esperar la respuesta de Britt, se acercó a Felicia y a Sam, que habían procurado no mirarlas.—Sam, intente buscar coincidencias entre esos dos comités y el nombre de Gerald Wallace.Sam arqueó las cejas, e incluso la habitual contención de Felicia reflejó la sorpresa.—¿El senador Wallace?—Sí, ese mismo.—Con un nombre —comentó Felicia levantándose—, puedo encontrar algo dentro de unas horas.—Si el vínculo es él. —Sam parecía receloso.—Es él —afirmó Santana con total certeza.—El senador Wallace —repitió Sam casi para sí—. Hace meses que corre un rumor soterrado de que se enfrentará a tu padre por la nominación. Dios mío, esto va a ser horrible.Britt se acercó a Santana y le acarició el dorso de la mano con los dedos.—Procuremos que no lo sea. Hay que mantenerlo en secreto. Avisen a Stark y a Savard, pero nada de notas, tan sólo una copia impresa para mí con los discos.—Puedo garantizar nuestra seguridad —dijo Felicia sin titubear—. Reformatearé los discos duros cuando acabe.—Estupendo. Estaré aquí por si encuentran algo.Los dos agentes asintieron y se marcharon. Britt se volvió hacia Santana y preguntó:—¿Y ahora puedes contarme qué ocurre?Santana se dejó caer en el sofá y dio unas palmaditas en el cojín para que Britt se sentase a su lado. Cuando ambas estuvieron acomodadas, Santana respondió:—Gerald Wallace es el padre de A. J.—Ah, ¿y cómo has establecido la relación?—Patty y A. J. fueron compañeras de piso en Amherst. Eran muy amigas, pero yo nunca me traté mucho con Patty. Por eso A. J. utilizó al marido de Patty, porque él paralizaría un seguimiento si ella se lo pedía, mientras que cualquier otro periodista habría continuado indagando o se inventaría algo.—Encaja —murmuró Britt—. Eso explica por qué la cobertura de los medios no ha aumentado, a pesar de esa única foto en el Post. No ha habido nada más que seguir porque A. J. no ha filtrado nada más. —Torció el gesto—. De todas formas, reclamarán su historia tarde o temprano.—Y la tendrán —aseguró Santana en tono mordaz—. Pero cuando yo esté lista y como yo diga.—Te amo —afirmó Britt sonriendo.Santana también sonrió, pero había tristeza en sus ojos.—Eso explica por qué A. J. estaba tan rara cuando hablé con ella por teléfono. Es nuestra Garganta Profunda. Me advirtió de la única manera que podía sin traicionar a su padre. Dudo que pensase que podíamos descubrirla.—Dios —exclamó Britt—. Justicia, la Agencia y Wallace, ¿todos coinciden en investigar de forma encubierta a figuras políticas del Capitolio, incluyendo al presidente? Si trasciende, se organizará un escándalo mayúsculo.—Y si se sabe que A. J. hizo la filtración, perderá su trabajo, por no hablar de lo que le ocurrirá a su relación con su padre. —Santana apretó la mano de Britt—. No quiero que eso suceda, Britt. Intentaba ayudarme. No acierto a imaginar lo duro que debe de haber sido para ella enviarme información que amenazaba la carrera de su padre. No puedo darle la espalda y arruinar la suya.—Cuando tengamos hechos concretos, y acabaremos teniéndolos, cerraremos la operación —dijo Britt pensando en voz alta—. Pero no podemos hablar con la prensa. Demasiada gente saldría perjudicada, incluyendo a A. J. En este momento no podemos hacer nada para detener la investigación.—¿Te refieres... a guardar silencio cuando te investiguen mañana?—Puedo capear una comisión investigadora del Departamento de Justicia.—No si las cartas te son desfavorables —protestó Santana—. Tú sabes, yo sé y todos los involucrados en esto saben que tu comportamiento fue intachable durante toda la operación Loverboy, incluyendo el final. Pero si Doyle tiene tanta influencia que ha logrado que te investiguen a ti en primer lugar, ¿quién sabe cómo podrían amañar el resultado de la comisión? No podemos arriesgarnos a eso.—Cierto, pero si con ello evitamos un escándalo público que podría extenderse aún más de lo que ahora conocemos, me arriesgaré. —Britt se frotó la cara con la mano—. Tengo una responsabilidad ante la Agencia, ante todo el sistema, y no quiero someter ese sistema a un juicio público en mi propio beneficio. Prefiero arriesgarme a la comisión.—Pues yo no. No cuando se trata de ti. Además, Britt, no es sólo una investigación de Justicia. Sabe Dios lo que harán con la información que tienen sobre ti y el servicio de compañía, o si intentarán involucrarme a mí.—Lo sé, y no permitiremos que ocurra. Sólo necesitamos tiempo para que Felicia y Sam nos proporcionen las municiones. Entonces, planearemos nuestro ataque.—Se me ocurren algunas ideas —comentó Santana.—No creo que exista la posibilidad de que te mantengas al margen, ¿verdad?Santana sonrió dulcemente y besó a Britt. Cuando se apartó, dijo con ojos brillantes:—Ni la más mínima posibilidad.—Ya lo sabía. —Con una leve sonrisa, Britt cogió el teléfono, llamó a Sam y le pidió que organizase un vuelo para dos a las cinco de la mañana a Washington. Luego se volvió hacia Santana—: Deberíamos intentar descansar un poco. ¿Crees que podrás dormir?Santana rodeó el cuello de Britt con los brazos y pegó el cuerpo al de su amante. Acercó los labios al oído de Britt y susurró:—Conozco unas estupendas técnicas de relajación.—Yo también. Comparémoslas.* * *La cama de Santana se hallaba frente a los amplios ventanales que llegaban del suelo al techo, y desde el último piso Britt sólo veía la luna y las sombras de los edificios del otro lado de la plaza. Santana se había acurrucado con la cabeza apoyada en el hombro de Britt y un brazo y una pierna sobre el cuerpo de su amante. Con la mejilla apoyada en la sedosa suavidad de los cabellos de Britt, Santana aspiraba el olor familiar mientras acariciaba la curva de la cadera y escuchaba la respiración de la comandante mientras dormía. Habían hecho el amor rápidamente, no por culpa del tiempo, sino de la necesidad. Sus besos habían sido voraces, las manos hambrientas y los cuerpos ardientes. Habían alcanzado el clímax con tanta urgencia como alivio.Britt, acostada junto a Santana, se dio cuenta de que era una de las escasas ocasiones en que habían pasado parte de la noche juntas y se esforzó por ahuyentar la angustia de saber que tal vez transcurriese mucho tiempo antes de que pudiera abrazar de nuevo a su amante. A pesar de la esperanza de que sus amigos y colegas encontrasen pruebas concretas que le sirviesen para negociar con Shuester, no confiaba en que pudiese cambiar lo que ya estaba en marcha. Pensó en Doyle, en su animosidad profundamente arraigada por causa de una relación que había acabado mucho tiempo antes y sus celos por una mujer que lo había dejado también mucho antes de morir, y se esforzó por reprimir la pena y el remordimiento por la muerte de Janet. Sabía que Santana tenía razón: ni la muerte de Janet ni el fanatismo de Doyle eran culpa suya ni su responsabilidad, pero no podía dejar de recordar la decepción que aleteaba en los ojos de Janet antes de morir. En aquel momento, podía perder a otra mujer, la mujer sin la que no sería capaz de vivir, y sintió cómo el muro de su fortaleza se resquebrajaba.Santana se movió y susurró:—¿Qué ocurre?—Lo siento, yo... no quería despertarte. —Britt se preguntó por qué tenía la garganta tan seca.Santana deslizó los dedos sobre el rostro de Britt y suspiró al notar la humedad de las lágrimas en la mano. Sorprendida, con el corazón dolorido, se incorporó en la cama y abrazó a Britt.—No pasa nada —murmuró sosteniendo a Britt contra sí y acunándola sin pensar—. Cuéntame.Cuando Britt intentó responder, un sollozo ahogó su voz. Durante muchos meses había mantenido el dolor enterrado, mientras se sumergía en el trabajo y en el sexo ocasional. Luego, había encontrado a Santana. Y aquella paz se veía amenazada por fuerzas contra las cuales no sabía cómo luchar. Se estaba desmoronando y tampoco sabía cómo evitarlo. Abrazó a Santana con desesperación, casi sin poder respirar.Santana estrechó a Britt, deseando protegerla más que nada en el mundo, y comprendió por primera vez en su vida que la esencia del amor es el consuelo que proporciona en la oscuridad de la noche, cuando más acosan el terror, la incertidumbre y los fantasmas de antiguas penas. Con tanta fuerza que casi le habría hecho daño a Britt si no fuera tan vital, se apretó contra su amante y susurró con pasión:—Te amo, cariño. Te amo.La cabeza de Britt se despejó, y el puño que le había arrancado el aire de los pulmones, amenazando con secar la sangre de sus venas, se aflojó. Se puso de espaldas, jadeando.—Dios, lo... siento. No sé qué ha ocurrido.—¿Te encuentras bien? —Santana también se quedó sin aliento. Buscó a ciegas la mano de Britt y la estrechó.—Sí, sólo era una pesadilla, de ésas que se tienen despierta.—Yo las he tenido —admitió Santana—. Pero tú haces que desaparezcan.—También tú lo logras. —Britt se volvió de lado y deslizó los dedos por el rostro de Santana, y luego por el cuello y los hombros—. Gracias.Cuando se besaron, el beso expresaba gratitud y deseo. Britt se movió, introdujo el muslo entre las piernas de Santana y susurró mientras la abrazaba:—Te necesito, Santana.Estaba a punto de besar a Santana cuando sonó el teléfono. Britt se apartó y soltó una maldición.—Tranquila, cariño. —Santana le dio una palmadita en la mejilla a Britt y se rió, un poco nerviosa—. Normalmente, no lo cojo, pero será mejor que contestemos.—Se trata sólo de un aplazamiento —murmuró Britt besándola rápidamente.—No hace falta que lo jures.Britt se apartó de mala gana, y Santana cogió el teléfono.—Santana López... de acuerdo, dadnos diez minutos. Bajaremos. —Bien despierta, colgó y retiró las sábanas.—Hora de ducharse, comandante. Felicia dice que tiene lo que necesitamos

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