2do libro

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Capitulo 2Santana López, con unos vaqueros salpicados de pintura y una camiseta con las mangas y la mitad inferior rotas, contemplaba el lienzo cuadrado de metro y medio. Totalmente enfrascada, apenas se daba cuenta de que tenía un pincel en la mano. Avanzaba y retrocedía ante la obra inacabada con la mente vacía. Dejaba que el color, el movimiento y la profundidad de las imágenes se formasen sin dirección consciente. Cuando iba a añadir un matiz rojo en una esquina, sonó el timbre de la puerta.–Maldita sea –murmuró mirando el reloj del extremo opuesto del loft. Pasaba un poco de las ocho de la mañana. Era demasiado temprano para una reunión con Sam, pero no podía ser nadie más. No esperaba visitas. Dejó el pincel y se limpió las manos con un paño suave. Luego se dirigió hacia la puerta mientras colocaba un mechón moreno suelto detrás de la oreja. Cuando, por costumbre, aplicó el ojo a la mirilla, la sorpresa la hizo parpadear y se detuvo con la mano en el pomo. Volvió a mirar, con el corazón acelerado, y se apresuró a abrir la puerta.–¡Britt! –No intentó ocultar su placer, un fallo raro de su habitual reserva. Santana había aprendido a no manifestar sus emociones porque sus sentimientos eran el único ámbito privado que le quedaba.Desde que tenía veinte años, su padre había sido una figura pública y, en consecuencia, también ella. Los desconocidos la fotografiaban, escribían sobre ella o querían acercársele, sólo por su padre. Con todo ese bombardeo de atención, nunca sabía si cuidaban realmente de ella o de su reputación. Brittany había sido distinta, y Santana le había dejado aproximarse.–No me lo puedo creer. Dios, cuánto te he echado de menos.A Britt se le aceleró el pulso. Habían pasado sólo seis semanas, pero parecían meses. Santana estaba tan hermosa como la última vez. Britt se fijó. Los cabellos morenos, abundantes y alborotados con un asomo de rizos, caían sobre su rostro como una melena ingobernable. Los relucientes ojos café y una sonrisa capaz de derretir las placas de hielo polar convertían en impresionante una cara de por sí atractiva. El cuerpo engañosamente ligero ocultaba músculos bien tonificados. Y, debajo de todo aquello, una ferviente sensualidad convivía con una voluntad férrea. Increíble.–Hola, Santana. –Britt deseaba tocarla, pero no podía. No quería hacerle daño, aunque sabía que estaba a punto. Su cara apenas reveló deseo ni pena mientras esbozaba una leve sonrisa.Santana se encontraba demasiado inmersa en el placer de verla para percibir la tenue reserva del tono de Britt. Extendió la mano, tomó la de la agente y la arrastró hacia el loft, cerrando la puerta de golpe. Al momento, sus manos recorrieron el pelo de Britt, sus labios la boca de Britt y su cuerpo se apretó contra el de Britt, acorralándola junto a la pared. Cuando dio satisfacción temporal a la necesidad de saborearla, se apartó un milímetro y susurró:–Lo he echado tanto de menos... Parece una eternidad.–Santana... –Britt hizo un enorme esfuerzo para controlarse. El inesperado ataque se había grabado en su cabeza. Y en otros lugares. El deseo formaba un nudo en su estómago, y le hervía la sangre. Se sentía hinchada y llena de excitación.Cabeceó para calmar su deseo. Tenía que decírselo, y enseguida, porque le faltaban fuerzas para resistir. No quería resistir.–Yo...–¿Cuándo has vuelto? –Santana abrazó a Britt por la cintura y apretó las caderas contra ella–. Creí que seguías con ese caso de Florida. ¿Ya lo has resuelto?Mientras hablaba, Santana empezó a desabotonar la camisa de Britt con una mano. Pensaba pasar el día pintando, pero eso había sido antes. Le temblaban los dedos de lo loca que estaba por ella. Sólo habían pasado unos días juntas, semanas antes. Cinco breves días después de casi un año de negar la creciente atracción que había entre ellas. Britt se había ido a Florida, y Santana había acompañado a su padre al sudeste de Asia. No hablaron del futuro, no habían tenido tiempo, pero nada de eso importaba en aquel momento.–Dios, cómo te deseo –susurró Santana con voz ronca. Nadie, nadie la había hecho sentir así antes, desear de aquella forma o sufrir tan profundamente. Era más que sexo, más que intimidad.Britt creaba una combinación explosiva de las dos que la abrasaba y la dejaba siempre hambrienta.–Santana –murmuró Britt sujetando la mano que se movía en su camisa–. Espera.–Demasiado tarde. –Santana emitió una risa gutural y grave y separó el muslo de Britt. La presión añadida entre sus piernas la hizo jadear y cerró los ojos con el ardor de la excitación–. Oh, Dios. Demasiado tarde, cariño. Necesito sentir tus manos sobre mí. Ahora, estoy a punto.–Estoy trabajando, Santana –dijo Britt suavemente, dándose cuenta de que Santana, estremecida y ansiosa, no percibía su propia respuesta urgente. Temblando y mareada, tragó un gemido cuando Santana se abalanzó otra vez sobre ella–. No podemos.–No importa que llegues unas horas tarde adondequiera que vayas. Ahora eres directora regional –murmuró Santana, que no escuchaba nada, salvo la necesidad que brotaba de su pelvis–. No puedo esperar."Nunca me lo perdonará." Britt acercó los dedos a la muñeca de Santana y la rodeó con ternura.–Estoy trabajando ahora, Santana. Aquí.Había algo en el tono de Britt que penetró al fin en la conciencia de Santana, un atisbo de compasión que eclipsó el deseo que Santana notaba en el cuerpo de Britt. Retrocedió un paso con esfuerzo para que sus cuerpos perdiesen el contacto. Le temblaban las manos. Sufrió un leve estremecimiento, pero ignoró rotundamente las oleadas de persistente excitación.–¿A qué te refieres? –preguntó Santana con una voz teñida por una calma antinatural.Buscó en los ojos de Britt una respuesta, porque los ojos de Britt jamás mentían. A ella no. Y lo que vio la hirió en lo más profundo. La hirió de una forma que había creído que nunca volvería a sentir.–Condenada –susurró Santana sin saber a cuál de las dos se refería–. ¿Qué has hecho?–Me han destinado aquí de nuevo, Santana. Contigo. –Britt observó cómo Santana retrocedía, obligada a soltarla–. "Dios, no había pensado que fuera tan difícil. Necesito un poco de tiempo para saber qué pasa. Luego se lo explicaré, haré que lo entienda."–Santana...–¿Cuándo? –Interrumpió Santana en tono frío, y se alejó.Necesitaba espacio entre ellas. Tenía que dejar de desearla para pensar–. ¿Cuándo te enteraste?–Ayer.–¿Y dijiste que sí? ¿Sin hablar siquiera conmigo? –"¿Y qué hay de lo nuestro? ¿No significó nada para ti? Creí... Oh, ¡qué tonta fui al pensar...!"–Santana, por favor –dijo Britt en voz baja–. No había tiempo. Recibí una orden de mis superiores informándome de que el Presidente de los Estados Unidos requería que asumiese la responsabilidad de la seguridad de su hija. No podía negarme.–Claro que podías –repuso Santana con amargura–, si hubieras querido. Hay montones de personas para ese trabajo. Sam lo estaba haciendo muy bien. –"¡No hagas esto; por favor, no hagas esto."–No es tan fácil –replicó Britt, aunque sabía que las palabras no servirían de nada. No sabía cómo explicar que una parte de ella no quería que otro hiciese el trabajo. No podía explicar que todos los días, mientras estaba en otra parte, haciendo cualquier otra cosa, se preocupaba por Santana. No se olvidaba de que había un sujeto no identificado que acechó a Santana, le hizo fotos, le dejó mensajes y había acabado por dispararle... y seguía allí fuera. Britt quería estar con ella. Necesitaba estar con ella–. No es cosa nuestra.–No, nunca lo es. –Santana se apartó, luchando con la decepción y la traición.Era evidente que lo que Santana pensaba que existía entre ellas se había acabado. Brittany Pierce no pertenecía al grupo de las mujeres que comprometían su ética profesional manteniendo una relación clandestina con alguien al que se suponía que debía proteger. Habrían tenido dificultades para verse en cualquier circunstancia, pero en aquélla resultaba imposible. Santana se tragó su orgullo e hizo un último intento de deshacer lo que había hecho. Tomó la decisión sin tener en cuenta sus sentimientos, como tantas otras de su vida.–Puedo hablar con mi padre –afirmó Santana, disimulando el matiz de esperanza de su voz–. El director de seguridad nombrará a otra persona para dirigir el equipo.–Lo siento. –Britt luchó para no dejarse arrastrar. Por mucho que Santana intentase disimularla, Britt percibía su angustia. –Me han llamado por algún motivo. Aún no sé cuál es, y tampoco lo sabe Sam. Hasta que lo averigüe, preferiría que no dijeses nada.–¿Es eso lo que quieres?–No pretendo hacerte daño, pero tu seguridad está por encima de todo lo demás.–Eso no es una respuesta, sino una excusa. Contéstame, Britt. ¿Dirigir mi equipo de seguridad es más importante que nosotras?–Sí.En el rostro de Santana no había expresión.–Bueno, entonces ya está, ¿no?–Lo siento –repitió Britt, reacia a ofrecer más excusas que sólo servirían para que las dos se sintiesen ofendidas.De cara al futuro no tenía opciones, salvo asumir la responsabilidad que le habían encomendado. Tenía que averiguar qué sucedía. Pero al ver cómo los ojos de Santana se enfriaban se conmovió. No soportaba la idea de perderla y aún así hacer lo que debía.–No hacen falta disculpas, comandante –dijo Santana en tono despectivo–. Ambas sabemos lo importante que es su trabajo para usted. Y ahora, si no le importa, estoy ocupada.Britt procuró mantener el tono neutral.–Lo comprendo. Tengo que hablar de los planes para el resto de la semana con usted.Santana pasó por delante de ella, procurando no tocarla, y abrió la puerta.–En ese caso vuelva esta tarde para hacer la revisión del programa.–Como quiera –dijo Britt, resignada, y salió al vestíbulo.El silencio que siguió cuando se cerró la puerta sólidamente tras ella contenía más soledad de la que nunca hubiera imaginado.–Sam –dijo Britt a su transmisor mientras llamaba al ascensor tras salir del apartamento de Santana.–Adelante, comandante. –Sam comprobó automáticamente el monitor que ofrecía supervisión visual del vestíbulo en el que se hallaba el ascensor. Sus ojos se trasladaron a la pantalla aneja, que mostraba el interior del ascensor, cuando Britt entró en él.–Llámeme a mi apartamento –ordenó con voz lacónica–. Es la misma dirección de antes. Alguien ha movido los hilos para hacerme regresar.Quería ducharse, cambiarse de ropa y unos minutos para sí misma. Necesitaba desprenderse de la decepción de Santana y del dolor que había en sus ojos. Tenía que reunirse con ella más tarde para confirmar la agenda de las semanas siguientes y debía controlarse para cuando tuviera que hacerlo. En el preciso instante en el que vio a Santana López, se sintió atraída hacia ella. Por sentido del deber, había ignorado aquellos sentimientos durante meses. Pero, a medida que pasaba el tiempo, había llegado a conocerla y el deseo se había convertido en cariño. No había podido resistir las exigencias de su cuerpo y las ansias de su corazón y, al final, había sucumbido. Al final, la había tocado. Pero entonces era distinto: no estaba encargada de protegerla. Durante aquellos cinco días no había sido una agente del Servicio Secreto ni Santana la primera hija. Ahora, todo había cambiado: volvía a tener la responsabilidad profesional de la seguridad de Santana. Debería aprender a vivir con su necesidad, puesto que no iba a poder tocarla de nuevo. Ya sentía el dolor de la pérdida.Sam estudió el rostro de Britt en el monitor e, incluso con la leve distorsión de la transmisión de la imagen, percibió la tensión que reflejaba la mandíbula y la severa línea de la boca. "Vaya, vaya. Las cosas no deben de haber ido nada bien con Egret." No le sorprendía. Brittany Pierce había recibido un disparo cuando estaba de servicio, mientras protegía a Santana. Un disparo en vez de Santana López, pues se puso delante de ella e interceptó la bala del rifle de un francotirador. La comandante no recordaba la horrible escena en la que yacía sangrando en la acera, mientras los agentes rodeaban a Egret y la arrastraban a cubierto. Sam se acordaba muy bien. Se acordaba de cómo gritaba la hija del Presidente el nombre de Britt cuando ésta cayó y de cómo se debatió para desprenderse de los brazos que la sujetaban, para reunirse con la agente moribunda, sin importarle su propia seguridad. Se acordaba de que había permanecido sentada dos días junto a la cama de Britt, mientras la vida de la agente pendía de un hilo. Y también sabía que Santana López había exigido que retirasen a Sam de su equipo de seguridad cuando se recuperase. Entendía que la nueva disposición de las cosas no le hiciese feliz.–Tiene concertada una reunión con Egret a la una en punto – informó Sam mientras repasaba los asuntos del día impresos en una tablilla junto a su mano derecha. En caso de duda, se seguía el procedimiento.–Lo sé –afirmó mientras recorría el vestíbulo a paso rápido y saludaba con un breve gesto al portero, que se apresuró a abrirle la doble puerta de cristal.Una vez fuera, se detuvo bajo el toldillo verde y supervisó los tejados, apenas visibles entre los árboles, de los edificios del otro lado del parque. Regresaba por primera vez desde que le habían disparado. Contempló la acera y recordó ver la fina niebla roja en sus manos y el claro cielo azul en lo alto, mientras yacía boca arriba, sintiendo cómo la vida la abandonaba. Se estremeció ligeramente al pensar que aquel día le podría haber tocado a Santana y no a ella. Luego descartó el recuerdo y cruzó la calle para dirigirse a su apartamento, situado al otro lado de la plaza. Tras sacarse la chaqueta y desprenderse de la pistolera, se acercó a las ventanas que daban a Gramercy Park, frente al Aerie. Mientras miraba el ático de Santana, pensó en ella y en aquel espacio que debería ser un refugio. Las ventanas del loft de Santana que daban a la calle tenían cristal antibalas, la escalera de incendios finalizaba un piso más abajo del suyo, y en las claraboyas del techo se entrecruzaba una malla de titanio fundido que sólo se podía romper con un soplete. "Una fortaleza pija, pero también una prisión disfrazada."A Brit no le extrañaba que Santana odiase el lugar. Ni siquiera le extrañaba que se enfadase con ella. Ojalá pudiera cambiar las cosas, pero nadie podía controlar los acontecimientos de la vida de Santana. Apartó la imagen de la sonrisa de Santana y el recuerdo de ella entre sus brazos. Desearla no ayudaría a ninguna de las dos.Después de la marcha de Britt, Santana permaneció inmóvil al otro lado de la puerta, escuchando el zumbido lejano del ascensor que subía hasta el átoco para recoger a Britt. Mucho después de saber que Britt se había ido, seguía esperando, estúpidamente, el regreso de la agente. Cuando al fin se volvió hacia el loft vacío, logró sustituir el deseo por furia, un antídoto familiar contra la decepción. Ojalá pudiese convencer a su cuerpo de que ya no le importaba. Britt había aparecido aquella mañana de forma tan inesperada que Santana se había limitado a reaccionar. Pocas mujeres la excitaban tanto como Santana López con poco más que una sonrisa. Por eso su jefa de seguridad resultaba tan apabullante. Santana se había empeñado en mantener a todo el mundo a distancia, tanto física como emocionalmente, pero con Britt fracasaba. Se había excitadoen un segundo, sólo con verla en el vestíbulo. Recorrió el loft, sintiendo aún las punzadas del deseo. Estaba furiosa consigo misma porque incluso la respuesta automática de su cuerpo le parecía una traición.–Una ducha –murmuró, y se despojó de la ropa mientras atravesaba la zona divisoria hasta el rincón próximo a su dormitorio.Giró el disco de la ducha, se colocó bajo el chorro frío y la respiración se le cortó al primer contacto. La reciente estimulación había dejado sus pezones hinchados y suaves, y la humedad que sentía entre las piernas no se debía a los chorros de agua que corrían por su cuerpo. Se apoyó en la pared y dejó que la cálida cascada la envolviese. Cerró los ojos, lo cual fue un error. En cuanto se rindió al relajante contacto del agua en su piel, vio el rostro de Britt. Sentía el cuerpo de Britt sobre el suyo, se acordaba de cómo se habían apretado contra la pared. Imaginó las manos de Britt sobre ella, como las había imaginado tantas veces durante las semanas que habían estado separadas. Generalmente, aquellos recuerdos producían sólo un agradable regusto de placer, pero estaba excitada, dolorosamente excitada. Era como si los pinchazos de calor en su piel la golpeasen de forma directa entre las piernas, y la hormigueante presión de aquel lugar derrumbó su autocontrol. "No pensaré en ella."Cogió jabón y se enjabonó el cuello y el pecho, pasando las manos sobre los senos y el estómago. El temblor de los dedos al rozar los pezones le cortó el aliento. Inconscientemente, tomó un pezón entre el pulgar y el anular y lo apretó, arqueando un poco la espalda bajo el chorro de agua caliente mientras el agudo puntito de dolor-placer recorría su columna vertebral. Era sensacional, maravilloso; levantó las manos y acogió en ellas ambos senos, apretándolos mientras retorcía rítmicamente sus pezones erectos hasta que lo único que sintió fue un placer firme y ardiente bajo las yemas de los dedos.Con piernas temblorosas, apoyó los hombros en la pared trasera de la ducha. Le dolían las entrañas. Mientras se masajeaba los pechos con una mano, apretó el estómago con la otra, rozando la piel ligeramente con los dedos, que se movían cada vez más abajo. Le latía el pulso entre las piernas como un segundo corazón. Sabía lo difícil que era, había sentido la hinchazón mientras separaba el muslo de Britt. Si se tocaba, no podría parar. Había estado a punto cuando sus labios rozaron la boca de Britt. "Siempre estoy dispuesta para ella." Imaginó los dedos de Britt donde los suyos jugueteaban con el pelo de la base de su vientre y sintió una punzada en el clítoris.–Oh, Dios –susurró, estremeciéndose al recordar. Tenía que aflojar la presión, no podía pensar en otra cosa. Los dedos se deslizaron más abajo, uno a cada lado del clítoris distendido.Arqueó las caderas cuando lo apretó un poco, y tuvo que sujetarse con un brazo contra la pared para no caer. En su mente no había nada más que la exquisita sensación de sus dedos frotando la carne rebosante de sangre. Apenas se daba cuenta de que le temblaban los músculos y de la creciente presión del orgasmo que se aproximaba. Débilmente, se oyó a sí misma gemir con cada caricia burlona. Con el cuello arqueado, movió las caderas sin parar adelante y atrás mientras su mano se movía más rápido entre las piernas, abrasando sus nervios. Cuando el infierno brotó en su pelvis y se extendió por sus venas, ahogó un grito; y los dedos siguieron apretando con cada espasmo, ordeñando cada pulsación hasta el final. Cuando las contracciones disminuyeron, se dobló débilmente bajo el chorro con los brazos extendidos y las manos apoyadas en la pared, casi incapaz de sostenerse. Su cuerpo estaba satisfecho, pero ella no había obtenido satisfacción del acto. Seguía sintiendo vacío.–Maldita seas, Brittany –susurró.


HonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora