3er libro

136 6 0
                                    

Capitulo 29
En su tercera noche en París, Britt y Santana se encontraban en un minúsculo parque de la islita que hay en medio del Sena, frente a la silueta de Notre-Dame, que se recortaba contra el cielo nocturno. Sus manos entrelazadas se apoyaban en la barandilla de hierro forjado y el río fluía lentamente a sus pies. Entre las sombras de los árboles, a diez metros de distancia, vigilaba un agente del Servicio Secreto. La noche las envolvía y la oscuridad les ofrecía su escudo protector. Casi no podrían estar más solas.—¿En qué piensas? —preguntó Britt, maravillándose ante la belleza del perfil de Santana bajo el claro de luna.—En Patrick Doyle.—¡Qué desgracia! —Britt torció el gesto—. ¿Por qué?—Porque me cabrea que no le ocurra nada después de todos los problemas que te ha causado. Quiero que sufra de alguna forma.—En realidad, le ha ocurrido algo. En los informes de hoy me he fijado que se produjo un cambio de mando en la oficina del FBI de Washington. Patrick Doyle ya no es el agente especial al mando. Lo han destinado a una oficina de base en Waukegan.—¿Dónde queda eso?—Eso mismo pensé yo.—Estupendo —exclamó Santana con entusiasmo—. Espero que se pudra allí.Britt recordó su breve encuentro con Doyle la mañana siguiente a que Santana y ella concediesen a Eric Mitchell la entrevista en la que reconocían su relación. Britt había ido a ver a Schuester porque quería saber cómo estaban las cosas entre ellos. Seguía siendo su superior y quien le daba órdenes. Schuester se había limitado a decir: "El presidente tiene plena confianza en usted y al director le basta con eso. Procure que su foto no salga en las portadas". Cuando Britt abandonó el despacho tras asegurarle que tenía intención de hacer eso mismo precisamente, Doyle se acercó a ella. Se aproximaron desde extremos opuestos del pasillo, mirándose a los ojos, con los cuerpos tensos y listos para luchar. Al llegar a su altura, Doyle siseó entre dientes: "Esta vez has tenido suerte, Pierce, pero yo en tu lugar me cubriría las espaldas. No siempre podrás esconderte detrás de Santana López". A Britt le molestó oírle pronunciar el nombre de Santana, pero se limitó a sonreír.—¿Todavía intentas asustarme, Doyle? Creí que a estas alturas incluso tú tendrías sesera suficiente para comprender que no te da resultado.Doyle alzó un puño y se echó hacia delante, con los músculos de la mandíbula hinchados, pero se detuvo antes de tocarla. Britt permaneció inmóvil, con las manos abiertas a los lados del cuerpo. En aquel momento, lo único que quería era darle un puñetazo en la cara, pero no le proporcionaría la satisfacción de responder a su provocación.—No eras buena para ella. —Doyle tenía el rostro congestionado y los ojos llenos de odio—. Se merecía algo mejor que tú.El rostro de Britt no se alteró, pero su mirada se endureció. Cuando habló, lo hizo con voz desapasionada y casi pétrea:—¿Sabes, Doyle? Tal vez tengas razón. Pero yo sé que ella era demasiado buena para ti, y también lo sabía ella.A continuación, lo rodeó y se alejó, dejándolo sin palabras.Britt, aliviada, cogió la mano de Santana, se la llevó a los labios y besó con ternura la palma.—Creo que Doyle ha pagado un precio muy alto por la venganza.—Yo también lo creo —refunfuñó Santana, pero la noche era maravillosa, como su amante, y no podía enfadarse. Se acercó a Britt y posó la cabeza en su hombro—. Te amo.—Me encanta oírtelo decir —murmuró Britt, besó a Santana en la sien, y luego se rió— ¿Crees que al embajador le habrá ofendido atrozmente que te hayas escapado de su fiesta?—Dudo que se haya dado cuenta. Me parece que estaba demasiado ocupado saludando a todo el mundo para interesarse por mí.—El embajador tal vez no se haya dado cuenta, pero la esposa del embajador seguro que sí.Santana soltó una risita, introdujo el brazo bajo el esmoquin de Britt y rodeó su cintura.—No sé a qué te refieres, comandante.—Me refiero a que, si hubiera seguido mirándote mucho más con esa expresión tan hambrienta en los ojos, me habría visto obligada a provocar un incidente internacional.—No me digas que estás celosa —Santana se rió con ganas.—¿No lo crees? —Britt se dio la vuelta, apoyó la cadera en la barandilla y atrajo a Santana hacia sí. Luego, acercó la boca al oído de Santana y murmuró—: Es usted una mujer muy hermosa, señorita López. Y con ese vestido, espectacularmente sexy. No era ella la única que la miraba esta noche.—Sólo me interesas tú —afirmó Santana con voz ronca, cruzando los brazos tras la nuca de Britt. Encajaban a la perfección, y percibió el calor del cuerpo de Britt a través del vaporoso tejido de su vestido—. Y en este momento, me gustaría que me prestaras un poco más de atención.—Por desgracia, tendrás que esperar —susurró Britt, aunque una repentina punzada de deseo hizo temblar su voz—. No creo que ni siquiera Stark pueda fingir que no se entera si hago lo que estoy pensando en este momento.Santana la atrajo hacía sí y la besó, con un beso fiero y exigente que se intensificó mientras sus cuerpos se amoldaban. Cuando se apartó, dijo casi sin respiración:—La paciencia no es mi mejor virtud.Britt dibujó con el dedo la línea de la mandíbula de Santana.—Me gusta tu voracidad.—En este momento tengo hambre. —Santana deslizó la mano sobre el pecho y el abdomen de Britt e introdujo los dedos entre los muslos de su amante, sonriendo para sí cuando Britt se puso rígida y ahogó un gemido.—Caminemos un poco —susurró Britt con la sangre hirviendo—. Luego, podemos parar en el primer hotelito que encontremos y pasar la noche en él.—¿Y Stark y Fielding? —Santana indicó con la cabeza la oscuridad que reinaba tras ellas.—Cuando nos hayamos instalado, les diré que se tomen la noche libre. —Britt se rió—. Creo recordar que Renée Savard ha pedido una semana de vacaciones y casualmente está en París. Dudo mucho que Stark se queje de que le reduzcan el turno esta noche.—Vaya —murmuró Santana entrelazando los dedos con los de su amante—. La verdad es que tu puesto tiene muchas ventajas.Mientras caminaban bajo las estrellas por la ciudad de los amantes, Britt afirmó:—Me encanta mi trabajo.Santana se rió, abrazando a la mujer (y al amor) que le habían enseñando que la libertad es cosa del corazón.

HonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora