3er libro

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Capitulo 16


Era casi medianoche cuando Britt abrió la puerta de su apartamento para recibir a Kitty. La rubia no iba vestida para trabajar. Con ropa de calle (una sencilla blusa blanca, pantalones de algodón negros y zapato bajo) y apenas maquillaje, parecía más joven, más vulnerable que nunca. Pero seguía siendo extraordinariamente hermosa.—¿Te encuentras bien? —se apresuró a preguntar Britt cuando cerró la puerta y quedaron ambas apenas a medio metro de distancia, resonando entre ellas el eco de una docena de encuentros similares.En el pasado se habían tocado en silencio hasta que la necesidad, la pérdida y el dolor se atenuaban con la fusión de la carne. Entonces no hacían falta las palabras; sabían de antemano qué iba a ocurrir. En aquel momento, las reglas habían cambiado, y Britt se daba cuenta de que estaba sola con una mujer que podía hacerle perder el control con un susurro.—Sí, estoy bien —afirmó Kitty, aunque su voz sonaba apagada.—Siéntate.Kitty dejó el bolso en la mesa que había junto a la puerta, entró en el salón y se dirigió al sofá. Britt la imitó y, sin que se lo pidiera, le ofreció una copa de vino.—¿Te has fijado en si te seguía alguien?Kitty negó con la cabeza, sonriendo lánguidamente.—No, creo que no, aunque no estoy segura. Habitualmente no recurro al subterfugio. Son suficientes las salvaguardas que protegen nuestro trabajo.—A estas alturas ya no importa.—¿Tienes problemas?—No.Tal vez la respuesta no convenciese a Kitty, pero no lo demostró.—Te llamé el otro día porque ha habido más preguntas. Por lo visto, también figuro en la lista.—¿Quién te abordó, un cliente?—Sí.—¿Un hombre?—La primera vez no.Britt no manifestó su sorpresa. Había pensado que podría ser Doyle, pero ya no sabía qué creer.—¿Alguien que conoces?—Una nueva clienta. Al parecer tenía impecables referencias, pero no sé de quién.—¿Preguntó por mí?—No directamente. Se limitó a hacer preguntas vagas sobre las personas del Capitolio que utilizaban nuestro servicio. Se interesó por la compañía que yo proporcionaba, nada concreto; si no hubiera sabido de los otros interrogatorios, tal vez no me hubiese fijado. —Suspiró, como si tuviera que fortalecerse para continuar—. Luego, un hombre preguntó por ti.—¿Qué preguntó exactamente? —quiso saber Britt mientras valoraba el nivel de amenaza.—En realidad, no utilizó tu nombre. Me enseñó una foto y me preguntó si te conocía.—¿También era cliente?—Se hizo pasar por cliente —respondió Kitty con un poco de asco—. En condiciones normales, no lo habría recibido, pero tenía contactos y preguntó concretamente por mí. Enseguida me di cuenta de que había algo raro, porque estaba incómodo.Britt arqueó una ceja a modo de interrogación.—El tipo de gente con la que trato no se muestra incómoda en nuestros intercambios.—Por supuesto. —Todos eran civilizados, profesionales y emocionalmente distantes. Como ella. "¿Cuándo cambió? ¿Cuándo nos dijimos nuestros nombres?"—En cualquier caso, no le interesaba ningún contacto físico. Sólo quería hacerme hablar de mi profesión. Como no quise, empleó la mano dura.—¿Te pegó? —Britt se puso rígida y agarró a Kitty por el brazo.—No, nada de eso —se apresuró a responder Kitty, acariciando la mano de Britt—. Se puso gallito, me amenazó y dio a entender que me podía meter en la cárcel.—¿Por qué motivo?—Eso mismo le pregunté yo —dijo Kitty encogiéndose de hombros—. Tiene que saber que no se trata de una operación de tapadillo con una turbia lista de clientes. Es una empresa muy poderosa en todos los sentidos, con clientela aún más poderosa. Si alguien intenta descubrir a nuestros clientes, seguramente acabará en la cárcel.—¿Fue entonces cuando te enseñó la foto?—Sí —afirmó—. Creo que se dio cuenta de que no iba a conseguir nada y decidió ver mi reacción.—Kitty —dijo Britt dulcemente, retirando la mano del brazo de la mujer y colocándola sobre su propio muslo—. Tienes que protegerte, aunque sea a costa de revelar tu vinculación conmigo.Kitty se volvió en el sofá hasta que sus rodillas rozaron las de Britt y acarició la pierna de la agente. El contacto fue íntimo, pero no seductor.—No lo haré.—No importa lo que ocurra en el futuro. Si por algún motivo te llaman a declarar, no cometas perjurio para protegerme. Es imposible demostrar lo que tú y yo hemos hecho en privado y resulta improbable que descubran las transacciones económicas. Aunque lo hicieran, habría que ver si se ha violado la ley.—Seguro que tienes razón. No obstante, sé cosas que no quiero verme obligada a revelar.—¿Qué vas a hacer?Kitty sonrió con tristeza.—Pienso retirarme.Se quedaron calladas porque las dos sabían qué significaba. Probablemente, no volverían a verse nunca.—¿Te marchas de Washington?—Aún no lo sé. Es probable.—Todo esto podría caer en el olvido. Me da la sensación de que no es más que una pesca, un grupito de gente que intenta desenterrar información difamatoria sobre quien sea. Es una investigación sin sentido ni dirección. —Britt se frotó los ojos y torció el gesto—. Sin embargo, creo que haces bien, puesto que te han identificado como parte de la organización.—Tengo la impresión de que pronto me quedaré sin trabajo. Ante semejante quiebra de la seguridad, habrá que reestructurar el servicio y sustituir a todas las acompañantes. A estas alturas todo el mundo es sospechoso.—Si necesitas algo, sabes cómo encontrarme —aseguró Britt.—Gracias. —Kitty sonrió y acarició la mano de Britt—. Trabajo en esto porque es muylucrativo. No te preocupes por mí.—Me refería a...Kitty cubrió la boca de Britt con los dedos.—Sé a qué te referías.Las dos se quedaron inmóviles; los dedos de Kitty posados sobre el rostro de Britt. Un instante después, acarició la mandíbula de la agente y el cabello que le cubría el cuello. Los ojos de Kitty buscaron los de Britt y, temblando, preguntó en voz baja:—¿Hay alguien?Britt cogió la mano de Kitty, se llevó los dedos a los labios y los besó tiernamente antes de soltarlos.—Sí.—Ya lo supuse —susurró Kitty—. Ha desaparecido el dolor de tu mirada.—Yo...El timbre de la puerta las interrumpió, y Britt murmuró:—Lo siento. Disculpa.Sorprendida porque el portero no había llamado para anunciar al visitante, se dirigió a la puerta y aplicó el ojo a la mirilla. Se quedó tan asombrada que ni siquiera pudo maldecir y le abrió la puerta a Santana López.—¿Qué haces en Washington? —preguntó Britt con incredulidad.—Siento presentarme sin avisar —respondió Santana alegremente. Sonreía, con las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros y la cara iluminada por un placer que no podía disimular. Ante el silencio de Britt, la sonrisa desapareció. Cuando asimiló la consternación que cubría el rostro de su amante, preguntó—: ¿Qué ocurre?Britt empujó la puerta casi hasta cerrarla, salió al vestíbulo y miró de un lado a otro.—¿Dónde está el equipo?—El equipo principal está en un hotel. El de la Casa Blanca cree que estoy durmiendo.—Maldita sea, Santana, creí que ya habíamos superado esto.—Escucha, Brittany —dijo Santana en tono cortante, confundida por la ira de Britt. Había contado con que Britt se enfadase, pero había algo más en su voz, algo parecido al miedo, que la asustó—. Quería verte. No, necesitaba verte.Britt cerró los ojos y suspiró. Cuando habló, su voz era tierna y había perdido la crispación.—Lo siento. No consigo meterte en la cabeza que no puedes andar correteando sola por la ciudad.—No estaba correteando. He venido en taxi. —Acarició el pecho de Britt y empujó la pierna de su amante con la cadera—. ¿Me dejas pasar?—No, lo siento.—¿Qué? ¿Por qué no? —preguntó Santana asombrada—. No me digas que te has puesto así porque el equipo no sabe dónde estoy. Si te empeñas, llamaré al comandante del equipo de la Casa Blanca. Lo he hecho otras veces.—No es eso... —Britt dudó, buscando las palabras adecuadas, hasta que se dio cuenta de que no existían—. Hay alguien conmigo.—Alguien... —Santana la miró, escudriñando sus ojos, y no encontró más que tristeza—. ¿Habéis acabado o se queda toda la noche para una segunda ronda por la mañana?—Claro que no. Maldita sea, Santana...—La culpa es mía. Debería haber llamado.Antes de que Britt pudiese protestar, Santana dio media vuelta, atravesó el vestíbulo y salió por la escalera de incendios. Lo último que Britt oyó fue el eco apagado de sus pasos al bajar los escalones.Santana se apoyó contra un farol en un débil círculo de luz, frente al edificio de apartamentos de Britt, y diez minutos después vio salir a una mujer. No hacía falta que le dijeran quién era la rubia; lo sabía. La mujer se dirigió hacia ella a propósito y sus miradas se cruzaron. Santana se apartó del farol y empezó a caminar por la acera mientras la otra la seguía. Se encontraron al borde de las sombras proyectadas por el farol.—Debería presentarme —dijo la mujer con una hermosa voz de contralto—, aunque tal vez no sea buena idea.—No —admitió Santana—. Brittany nos diría que no podemos testificar acerca de lo que no sabemos.—Exactamente.—¿Fue idea suya dejarlo o de ella? —preguntó Santana con naturalidad.—De ella. ¿Acaso lo duda?Santana se encogió de hombros.—De vez en cuando.—Pues no debería.—Tal vez dentro de una década o así.La rubia sonrió con astucia.—Debo irme. Está muy preocupada por usted.—Provoco ese efecto en ella.—Yo diría que mucho más que eso. Tiene usted mucha suerte.—Podría decirse lo mismo de usted —comentó Santana sin rencor—. Ha estado con ella, ¿no?—No como imagina. Usted tiene su corazón. —La rubia extendió la mano—. Buenas noches. No creo que volvamos a vernos.Santana le estrechó la mano.—Buenas noches.Y Kitty desapareció.

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