4to libro

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Capitulo 10

El Peugeot se detuvo ante la entrada del hotel, con Hernández al volante y Reynolds a su lado. Santana los miró, y luego miró a Britt.

-¿Dos parejas?

Britt abrió la puerta de atrás, riéndose.

-Sólo en lo tocante al transporte. Se quedarán fuera cuando lleguemos.

-Muy bien. -Santana miró por la ventanilla mientras cruzaban el Sena y avanzaban lentamente por las congestionadas calles de la orilla izquierda-. ¿Dónde está Stark? Creí que trabajaba esta noche.

-Cambié los turnos y le di un descanso. La quiero en primera línea en la apoteosis de mañana por la noche.

-Ah, sí, el baile presidencial. -Santana torció el gesto-. La ceremonia de despedida.

Britt le cogió la mano y se la apretó con cariño.

-¿Cansada?

-Sólo la habitual irritación de los viajes. -Santana mantuvo la expresión y el tono desenfadados, pues había notado preocupación en la voz de su amante.

-¿Te apetece regresar a casa?

-Oh, Dios, muchísimo. -Santana contempló la vida nocturna al otro lado de la ventanilla, pensando en las veces en las que había deseado perderse en calles atestadas de gente, pasar desapercibida y despertar en cualquier sitio, ser cualquier otra persona. Con la excepción de sus incursiones clandestinas en bares oscuros y de las horas aún más oscuras de muchas noches perdidas, nunca había logrado huir de su historia ni de su destino. Al mirar a Britt se dio cuenta de que ya no deseaba ser otra persona ni estar en ninguna otra parte, al menos mientras tuviese el amor de aquella mujer-. Será estupendo volver a Nueva York. Echo de menos pintar y estoy deseando terminar los últimos lienzos para mi exposición. -Sonrió con una expresión libre de preocupaciones y penas-. Pero a pesar de las circunstancias, este ha sido uno de mis mejores viajes... porque estás tú.

-Yo no cambiaría nada -repuso Britt, muy seria, haciéndose eco inconscientemente de los pensamientos de Santana-, excepto para darte la libertad.

-Me basta con saber que entiendes por qué me resulta tan difícil a veces. -Santana apretó la mano de Britt-. Bueno, dime, ¿adónde vamos ahora?

Britt sonrió de oreja a oreja.

-Ni hablar.

-Podría castigarte por esto.

-No pierdo la esperanza.

Santana se rió y miró por la ventanilla, arqueando una ceja cuando vio el nombre de la calle.

-Rue Christine. La calle de Stein y Toklas. ¿Es una visita turística?

-No exactamente.

Hernández detuvo el vehículo junto al bordillo, y Britt activó el altavoz.

-Mantengan abierto el canal de comunicación cuatro. Los respaldan Parker y Davis.

-Sí, comandante.

Britt abrió la puerta, indicó a Santana que la siguiese, y salieron a la calle. Solas. Santana volvió la vista, sorprendida, cuando ninguno de los dos agentes salió para acompañarlas. Britt no solía conformarse con menos de tres agentes cuando Santana comparecía en público. Perpleja, miró a su amante.

-¿Britt?

Britt cabeceó, cogió a Santana de la mano y rápidamente la condujo por la estrecha y concurrida calle hasta el número 7 de la Rue Christine, una casita con un minúsculo rellano y vidrieras de colores que flanqueban la puerta pintada de rojo. Britt llamó, y poco después abrió la puerta una mujer menuda y morena, vestida con una suelta túnica de seda verde y pantalones anchos de color siena.

HonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora