4to libro

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Capitulo 6

A las 12.00, Bouchard salió del ascensor en el extremo este del piso quince y recorrió el pasillo a buen paso. Por las puertas entreabiertas se filtraban murmullos de voces y el zumbido insistente de los aparatos electrónicos. Prestó especial atención a los despachos del lado norte del edificio, los que daban al amplio bulevar y al complejo médico de enfrente. En la reunión informativa de la mañana le habían dado una lista de lugares de cada piso que podían presentar problemas de seguridad, pero tras una comprobación a fondo no encontró nada anormal. Cuando llegó al extremo oeste del vestíbulo, abrió la puerta de incendios y salió al descansillo de uno ochenta por uno ochenta. A su izquierda había una estrecha y empinada escalera ascendente y subió varios peldaños para ver bien la puerta del tejado. Sabía por los planos del edificio que el capitán había facilitado a su equipo que la puerta estaba conectada a una alarma. Si se trastocaba el circuito, se encendía un interruptor en el panel principal de la zona de recepción del vestíbulo. Su compañero estaba vigilando los monitores en ese momento. Satisfecho al no ver nada extraño, bajó por la escalera hasta el piso catorce. Comprobó su reloj al llegar al piso siguiente y asintió, contento tras comprobar que iba bien de tiempo.

-Salimos a las 15.30 -dijo Britt cuando Santana la acompañó a la puerta de su suite. Le suponía un sacrificio dejarla tan pronto, pero ambas tenían cosas que hacer-. Estaré en el centro de comunicaciones hasta entonces por si necesitas algo.

-Estupendo -repuso Santana en voz baja, reparando en los otros agentes que estaban cerca-. Quiero cambiarme y hacer varias llamadas. -Bajando aún más la voz y mirando a Britt a los ojos, susurró-: Gracias por la última noche y por estas horas.

Britt asintió. Rozó la mano de Santana y se dirigió a la habitación del otro lado del vestíbulo. Cuando llegó a la puerta, Santana había desaparecido. Britt se acercó a Sam, que estaba en su lugar habitual en el centro de la actividad electrónica. Cogió una silla y se sentó al lado del agente, sin prestar atención a los parpadeantes monitores con sus mareantes caleidoscopios de imágenes en movimiento. Sólo le interesaban los listados de ordenador que tenía Sam junto a su mano izquierda.

-¿Qué han dicho los medios?

-El artículo no figura en titulares -respondió Sam, reclinándose en su silla giratoria-, pero ha salido en primera página en las principales ciudades de Estados Unidos.

-Ya lo esperábamos -comentó Britt, muy seria-. ¿Sabes algo de la Casa Blanca?

-Llamó Lucinda Washburn y pidió que Egret la llame lo antes posible. -Sam miró de reojo-. No me pareció oportuno interrumpir su visita.

-Gracias. Creo que Egret necesitaba un descanso. -Britt le dedicó una sonrisa agradecida-. Yo transmitiré la petición de la jefa de gabinete.

Sam se limitó a gruñir. No tenía nada contra Lucinda Washburn, a quien todos consideraban la segunda persona más poderosa del país, pero su lealtad estaba con el equipo y con Santana López.

-Supongo que el secretario de prensa de la Casa Blanca hará alguna declaración en la sesión de la tarde.

-Cuando Aaron comunique oficialmente la explicación de Santana, las principales agencias de noticias la recogerán. -Britt suspiró-. No creo que veamos grandes reacciones de los medios hoy en el hospital, pero mañana tiene la reunión con el ministro de sanidad y con los representantes de la OMS. Y eso sí recibirá cobertura.

-Como usted sabe -comentó Sam-, el estatus de Egret en la administración es más de primera dama que de primera hija, puesto que representa gran parte de las obligaciones que habrían recaído sobre su madre.

-Sí. Y por eso es mucho más visible para el mundo-. “Y mucho más vulnerable”, pensaron ambos, pero no lo dijeron. La mirada de Britt se endureció-. En todo momento debemos considerarla en situación de máxima alerta.

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