4to libro

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Capitulo 8

15.05

El hombre delgado levantó la cabeza lentamente y entrecerró un poquito los ojos para protegerse del deslumbrador sol de agosto. El bulevar se convirtió de pronto en un hervidero de actividad. En el transcurso de cinco minutos seis furgonetas de los noticiarios televisivos y otros tantos coches, la mayoría con los letreros de agencias de noticias, se apostaron en la calle frente al Instituto Gustave Roussy. Teniendo en cuenta que se trataba de una visita humanitaria de perfil bajo y de escaso interés internacional, semejante cobertura resultaba exagerada. Había previsto y considerado la presencia de los medios a la hora de planear su posición, la utilización de la ambulancia y las estrategias de huida, pero aquella situación podría ser problemática. Mientras observaba el bullicio de la calle, dos furgonetas más, cuyos paneles laterales anunciaban agencias de noticias alemanas e italianas, frenaron junto a las otras. El bulevar se congestionó enseguida. Los vehículos aparcaban de cualquier forma en zonas prohibidas y salidas de incendios; algunos los habían dejado en doble y tripe fila en el arcén, y crecientes multitudes de periodistas, fotógrafos y equipos de televisión se empujaban en una agitada masa que no dejaba de aumentar en las aceras. Si la caravana de coches llegaba como estaba previsto, podría disparar. Habría una pausa momentánea en la que el blanco quedaría a la vista, antes de que los sabuesos de los medios y los paparazzi reaccionasen, y con eso le bastaba. Sin embargo, tal vez no fuese tan fácil la salida y la evacuación a través del laberinto de coches. El dedo del hombre rozó el gatillo, a un paso de la presión necesaria para disparar. No le preocupaba lo que ocurriese después del disparo.

-¿Todo dispuesto? -Britt, tras quitarse la chaqueta y la pistolera, se sentó en el amplio sofá de terciopelo con el brazo sobre los hombros de Santana. La primera hija se descalzó y se acurrucó junto a Britt, con los pies encima del sofá. Llevaba veinte minutos hojeando una revista francesa, pero a Britt le daba la impresión de que en realidad no leía nada.

-Hum, supongo que sí. -Santana arrojó la revista sobre la mesita y posó la mano izquierda sobre el muslo de Britt-. ¿Qué quieres que les diga cuando me pregunten por ti? Por... nosotras.

-¿Qué dirías si yo no fuese la jefa de tu equipo de seguridad?

-Los mandaría a la mierda.

Britt sonrió y acarició el brazo de Santana.

-Es mejor que no consideremos esa opción.

-Lo último que haría es facilitar a la prensa el acceso a mi amante y exponerla al escrutinio que yo he tenido que sufrir todos estos años.

-Entonces, ¿qué te parece un “sin comentarios”?

-Sí. -En la voz de Santana había un matiz de burla-. Siempre tan diplomática, comandante.

-A mí me funciona. -Britt alzó un hombro-. No hace falta que luches en guerras que no son tuyas.

Santana cambió de postura para ver la cara de Britt.

-Ya saben que eres tú porque se lo dijimos.

-Sí. Admitimos que las de la foto del periódico éramos nosotras y, de paso, propagamos ciertos rumores indecorosos sobre ti. Sólo por eso valió la pena la foto.

-Tal vez. Aunque tal vez no fuese tan inteligente -dijo Santana en voz baja-. A Mitchell se le caía la baba, literalmente, cuando se enteró de que mi amante eras tú. La prensa, el público en general, adora las historias de ese tipo. Podría perjudicarte profesionalmente.

-No ocurrirá-. “Y si ocurre, lo aguantaré.” Se fijó en la tormenta que asomaba a los ojos de su amante y no supo si la provocaba la ira por la invasión de su intimidad o la preocupación por ella-. Diablos, tu padre me apoya para que continúe siendo tu jefa de seguridad.

HonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora