3er libro

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Capítulo 26


Cuando la puerta se cerró tras los miembros del equipo, Britt, que seguía sentada en el sofá, hundió la cabeza en las manos con los codos apoyados en las rodillas.—Joder —exclamó con aire cansino—. ¡Qué desastre! Dios, lo siento.Santana se sentó a su lado y apoyó la mano izquierda en la espalda de Britt, que tenía la camisa empapada de sudor a pesar de que el loft estaba fresco. La pena era tan rara en la voz de Britt y tan descarnada, que Santana se sintió morir.—¿Britt? —Los dedos de Santana dibujaron suaves circulitos sobre los tensos músculos—. ¿Por qué lo sientes?Britt respondió en tono sombrío, sin levantar la cabeza ni mirar a su amante:—Lo siento porque mi pasado te está causando problemas. No tenía ni idea... Me parece increíble que Doyle y Janet... Cristo bendito.—Tú no tienes la culpa de que Doyle haga esto.—Si yo hubiera estado con ella, Janet podría estar viva. —Britt se enderezó; la furia la sacudía y la hizo temblar—. Si le hubiese preguntado por su misión, si me hubiese preocupado por lo que hacía...si hubiese hecho algo más que dejarme caer cuando necesitaba... joder, no tienes por qué aguantar esto.Britt se levantó bruscamente, procurando a toda costa recuperar el control. Estaba cansada, el maldito dolor de cabeza había regresado como una venganza y le costaba trabajo situar los recuerdos en el lugar que les correspondía, detrás de una puerta cerrada con doble llave.—Siéntate, Brittany —ordenó Santana cogiendo la mano de su amante.Britt se resistió durante unos segundos, y luego se sentó casi contra su voluntad. Posó los ojos nublados por la pena en los ojos de Santana.—He cometido muchos errores. Con Janet, contigo. No debí iniciar una relación contigo mientras estaba en el equipo. Nunca creí que nadie pudiese averiguar lo del servicio de compañía, y antes, cuando sólo me arriesgaba yo, no me importaba. Nada me importaba demasiado. Ahora te he metido en esto... y lo siento.La mirada de Santana no se inmutó.—Sé que estás cansada porque yo también lo estoy. Me da la impresión de que tu conmoción fue mucho peor de lo que pensamos porque veo que vuelves a sufrir dolor. Sé que estás preocupada por mí. Sé lo que significará para ti si hay una investigación y se cuestiona tu competencia. Sé todo eso, Britt. —Santana hizo una brevísima pausa y continuó con voz fuerte y decidida—. Pero, si vuelves a disculparte por amarme, tendré que pedirte que te vayas... y que no regreses jamás.A Britt se le desorbitaron los ojos y se sobresaltó, percibiendo el golpe invisible con la contundencia de un puño.—Santana —susurró, y levantó los dedos para acariciar la rígida línea de la tensa mandíbula de la joven—. No lamento amarte. Nunca lo lamentaré. Amarte es lo mejor que he hecho en mi vida. Solo lamento que mi amor te cause dolor.—No me causa dolor, al menos no como tú crees. Me has hecho daño cuando no me contabas las cosas y cuando permitiste que se produjesen equívocos entre nosotras. Pero yo también tengo la culpa de eso —admitió Santana, alzando la mano para acariciar la de Britt—. El daño que me has hecho nunca ha acabado con la confianza que reina entre las dos. Nunca me has mentido.—Y no lo haré. Te lo prometo.Santana se llevó la mano de Britt a los labios y la besó tiernamente.—No tienes la culpa de la muerte de Janet ni te equivocaste por no poder evitarla. Britt, no siempre vas a ser responsable de lo que les ocurra a otras personas. Sé que eso te define y te amo por ese detalle. Pero a veces tienes que dejar correr las cosas. Si no lo haces, te destruirás... o nos destruirás a las dos.—¡Oh, Dios! —Britt tomó aliento—. Haría lo que fuera para no perderte.—¡Vaya, qué bien! —Santana pudo respirar por fin a fondo, y luego esbozó una trémula sonrisa—. Porque te necesito muchísimo.Britt se inclinó hacia delante y besó a Santana en la boca, suavemente primero, y luego con ansia creciente, un beso lleno de posesión y de necesidad. Las manos de Santana se posaron sobre el pecho de Britt y se introdujeron bajo el cuello de su camisa hasta la nuca. Hundió los dedos en los espesos cabellos negros, apretándose contra Britt, con ganas de devorarla. Cuando se separaron, jadeantes, Santana gimió:—¡Dios, haces que me duelan las entrañas!—Te quiero ahora. —El contacto de Santana, el deseo de su voz, la urgencia de sus palabras produjeron vértigo a Britt. Lo único en que pensaba era en el calor de la piel de Santana, en sus gemidos y en los latidos de aquel corazón bajo sus propios dedos y su lengua—. Ahora mismo.—Lo sé... Lo percibo. Lo veo en tus ojos. Adoro tu forma de quererme.Cuando Britt rozó con manos temblorosas la blusa de Santana, ésta la detuvo, sujetando las muñecas de su amante.—Tenemos mucho que hacer antes de mañana por la mañana —acertó a decir, a pesar de que el deseo le atascaba la garganta.—Pensaré mejor cuando no tenga toda la sangre entre las piernas —insistió Britt, deslizando las manos bajo la tela y sobre los pechos desnudos de Santana, cuyo suspiro de placer fue el permiso que necesitaba para continuar.Tras desabotonar la blusa de Santana, Britt la recostó sobre los almohadones del sofá y se colocó entre los muslos de su amante. Empujó las caderas, se apoyó en los brazos extendidos y bajó la cabeza para lamer los pezones de Santana, sus senos y el centro de su vientre. Cuando llegó al ombligo y tiró del pequeño anillo de oro con los dientes, Santana gemía con los ojos cerrados y agitaba la cabeza de un lado a otro. Britt se puso de rodillas, bajó la cremallera de los vaqueros de Santana, y luego se los quitó.—Estoy muy caliente —murmuró Santana con avidez mientras alzaba las caderas para contribuir al empuje.Cuando los vaqueros estuvieron por debajo de las rodillas de Santana, Britt acarició el interior de las piernas de la joven, separándolas y haciendo sitio para la boca. Santana estaba lista, como Britt sabía, hinchada, vibrando, pesada y turbia a causa de la necesidad y el bullir de la sangre. Britt respiró la excitación de su amante y sintió la respuesta entre sus propios muslos.—¡Oh, Dios...! Cuando te toco, lo siento dentro, como si tú también me tocases. Puedo correrme mientras hago que te corras.—Inténtalo —susurró Santana con voz ronca.Britt se rió y bajó la cabeza. No se precipitó, no la martirizó, sino que tomó a Santana con firmeza, certidumbre y sin fallar. Sabía cuándo tirar, cuándo lamer y cuándo aminorar el curso de su lengua sobre el vibrante y tembloroso centro nervioso, siguiendo la elevación de las caderas de Santana y remontando el crescendo de sus gritos. La sangre de las dos se aceleró. Y, cuando la pasión estalló, fluyó como si fueran una, ungiéndolas a ambas. Britt se puso de lado, apoyando la mejilla en la parte inferior del abdomen de Santana, y murmuró, medio adormilada:—¿Por qué será que no recuerdo lo que tanto me preocupaba hace unos minutos?—Cosas del sexo. —Santana enroscó los dedos en los cabellos de Britt y tiró de los húmedos mechones—. Funde las neuronas, al menos cuando nosotras lo hacemos.—Pues será mejor que reinicie mi cerebro. —Britt se estiró, acariciando levemente el muslo desnudo de Santana—. Esta noche tengo que revisar el itinerario de París con Sam y asegurarme de que todo esté en orden puesto que yo no iré...—Si tú no vas, yo tampoco —dijo Santana con rotundidad y sin dar lugar a discusiones.Britt volvió la cabeza y estudió a su amante, que seguía recostada sobre los cojines revueltos, con la ropa en desorden, acalorada a causa de los efectos de la pasión. Era hermosa, fuerte y lo único que le importaba a Britt en la vida.—Tienes que ir.—No, no tengo que hacerlo. Se trata de un viaje de relaciones públicas, y hay otras muchas personas a las que mi padre, o mejor dicho Lucinda, pueden recurrir para quedar bien con el presidente francés y todos los demás a los que hay que adular. No tengo por qué ser yo, y no voy a ser yo, a menos que me acompañes como jefa de seguridad.Britt arqueó una ceja.—Corrígeme si me equivoco, pero ¿no estuviste a punto de echarme hace un mes cuando volví a asumir el puesto de jefa de tu seguridad?—Eso era distinto —respondió Santana tranquilamente—. Fue elección tuya y la tomaste sin contar conmigo. Estabas equivocada.Britt se quedó callada unos momentos.—Tienes razón. También tenías razón entonces. Lo siento.—Lo sé. Y se acabó. —Santana buscó la mano de Britt y la estrechó—. Esto es totalmente distinto. Te persiguen, y lo hace alguien que tiene motivos personales. Si no es Doyle directamente, se trata de alguien a quien Doyle o uno de sus compinches están presionando. Es injusto y no permitiré que ocurra. No contemplaré impasible este tipo de terrorismo político.—¿Te he dicho últimamente que te amo? —Britt tenía la garganta tensa, no de deseo, sino de gratitud y sorpresa.—Lo has dicho alguna vez. En realidad, me lo has demostrado.Britt repuso, sonriendo:—A estas alturas, no creo que podamos hacer nada con respecto a mi suspensión.—¿No sirve de nada la información sobre Doyle?Britt cabeceó.—Explica algunas cosas, pero no creo que nos ofrezca ningún recurso particular. Ahora ya sabemos por qué Doyle siempre me ha tenido manía y, con toda probabilidad, es el que ordenó que nos vigilasen en San Francisco. Tiene toda la pinta de ser cosa de la Agencia. Sin embargo, dudo que sea él quien está detrás de la investigación del servicio de acompañantes. Y, si queremos responder, necesitamos saber quién es la mano que mueve toda la operación.—Quiero acompañarte mañana cuando vayas al Teso...El teléfono las interrumpió. Santana se puso de lado y tanteó con la mano hasta encontrar el auricular.—Santana López. —Tras unos segundos, continuó—: Sí... no, de acuerdo... subid.Colgó el teléfono y se sentó en el sofá, abotonándose la blusa a toda prisa. Mientras se ponía los pantalones, explicó:—Hora de que te arregles, comandante. La tropa vuelve.
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