2do Libro

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Capítulo 18

Sam hizo girar su silla ante la mesa de comunicaciones y extendió el teléfono con una expresión perpleja en la cara.

–¿Comandante? Egret desea hablar con usted.

Sam estaba inclinada sobre una mesa próxima, rebobinando un segmento de cinta de vídeo hecha en Central Park durante el discurso de Santana para estudiar en detalle a la gente cercana a Marcy Coleman. Escudriñaba cada figura, buscando a un varón blanco y delgado de veinticinco a treinta y cinco años y de sesenta y ocho kilos. Ésa había sido la descripción que la doctora Coleman había dado del hombre que le había entregado el sobre para Santana.

–Lo cogeré aquí –dijo Britt inmediatamente, sorprendida y preocupada. Santana casi nunca se ponía en contacto con ella por nada oficial. Se acercó al auricular y lo cogió en cuanto sonó; el único indicio de su intranquilidad era una ligera línea entre sus cejas.

–¿Sí?

–Brittany, ¿puedes subir, por favor?

Había una vacuidad en su tono que hizo que a Britt se le acelerase el corazón con la ansiedad.

–Ahora mismo. ¿Estás...?

–Estoy bien –afirmó Santana, aunque había un ligero temblor en su voz.

–Voy enseguida. –Britt depositó el auricular en la base y se encaminó hacia la puerta, dándole órdenes a Sam mientras caminaba–. Quiero una prueba de voz de todos los agentes lo antes posible. Verifique que todos los puestos están atendidos y que nadie ha informado de nada fuera de lo normal. Cualquier cosa, Sam.

–Sí, señora. –Sam se enderezó y se volvió inmediatamente hacia los monitores mientras activaba su transmisor.

Sam no oyó su respuesta porque ya había salido por la puerta y estaba en el vestíbulo, llamando al ascensor para ir al ático. Treinta segundos después se encontraba ante la puerta de Santana, que se abrió de golpe, y apareció Santana, esperando, pálida. Britt le puso las manos sobre los hombros y la miró a la cara.

–¿Qué pasa?

Santana consiguió sonreír, pero la sonrisa era débil y en los ojos cafés reinaba una profunda confusión. Le tendió un sobre blanco a Britt.

–Esto ha venido por correo.

Agarrándolo por una esquina, Britt lo tomó y examinó la parte delantera. El nombre y la dirección de Santana aparecían pegados en una etiqueta de envío postal de gran volumen. El remite pertenecía a una organización benéfica muy conocida. Parecía perfectamente normal.

–Creí que era para recaudar fondos –dijo Santana con una voz apenas audible.

Britt miró dentro y se le encogieron los músculos del estómago.

–¿Lo has tocado?

–Sí –afirmó Santana–. Lo siento. No lo pensé.

–No te preocupes. –Britt cabeceó–. No importa. Nunca ha dejado huellas. Tenemos que revisarlo por pura fórmula. –Miró a su alrededor, buscando algo para sacar de dentro el rectángulo blanco.

Santana fue hasta su mesa y cogió un clip grande.

–Toma, prueba con esto.

Britt lo prendió en la esquina de la fotografía y la sacó. Luego, con una sensación de furia y terror, observó en silencio la imagen de Rachel Berry delante del edificio del Upper East Side. Había un familiar círculo rojo con una X dibujada sobre el pecho. Britt le dio la vuelta a la fotografía Polaroid y vio otra etiqueta de correo pegada al dorso. Tenía escritas las siguientes palabras: “REÚNETE CONMIGO O ELLA SERÁ LA PRÓXIMA”

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