2do Libro

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Capítulo 16

Cuando Britt volvió a la casa, pasadas las ocho de la tarde, Patrick Doyle amontonaba carpetas en un maletín viejo, dispuesto a marcharse. Alzó la vista cuando Britt entró en la habitación y dijo:

–Mi equipo dice que el edificio de Egret es seguro. Le he comunicado que podía volver a su casa en cuanto estuviese lista.

–¿Dónde está?

–Recogiendo sus cosas, supongo.

–¿Cuál es la parte que no entiende usted acerca de su falta de competencias para tomar decisiones relativas a la seguridad de Egret, Doyle? –Britt estaba indignada y, por primera vez, no se molestó en ocultar su irritación. Había tenido una tarde infernal y su reciente conversación con Santana le había puesto los nervios a flor de piel–. Usted no tiene ni voz ni voto sobre adónde va ella, ni cuándo ni cómo. No le atañen sus movimientos ni su protección.

–Sólo quería echarle una mano a usted –replicó Doyle, fingiendo sorpresa–. Como ha sufrido una baja, pensé que debía ayudarla.

–No necesito que me ayude, Doyle. –Se acercó a él con un peligroso destello en sus ojos negros–. Lo único que necesito es que me mantenga informada de todo lo que se sepa sobre Loverboy. Nada más. Eso es todo. ¿Resulta demasiado complicado para que usted lo asimile?

Sam entró en la habitación a tiempo de escuchar la última observación de Britt y lo sorprendió el matiz de su voz. Nunca la había visto perder el control ni por asomo. Incluso quien no la conociera notaría que pasaba algo. Sam se fijó en que Britt apretaba los puños a los lados y en que brillaba algo peligroso en sus ojos. Savard debió de pensar lo mismo. Observó en detalle a Doyle y a la comandante y se acercó cautelosamente.

–Eh, todos nosotros queremos capturar a ese tipo. –Doyle cerró el broche de su maletín y cogió la chaqueta del traje, que había colgado en el respaldo de una silla. Se calló y dedicó a Britt una sonrisa burlona totalmente desprovista de humor–. Aunque ya sabe que es difícil pescar si los peces no pican, y casi nunca pican si no hay nada en el anzuelo.

Britt se movió tan rápido que cogió desprevenidos a Sam y a Savard. Agarró a Doyle por la pechera de la camisa antes de que él pudiese detenerla. Y a continuación, lo empujó contra la pared, retorció la tela de la camisa con los puños y le apretó el cuello. La tez rubicunda de Doyle se tornó carmesí. Cuando Britt habló, lo hizo en tono grave y letal, aunque todos pudieron oírla.

–Santana López no es carnaza, no forma parte de esto ni nunca la formará. Ni se le ocurra. No se acerque a ella sin mi permiso. –Subrayó cada frase con una ligera sacudida–. No hable con ella. No la informe. Ni siquiera la mire.

La cara de Doyle se había vuelto de color púrpura y respiraba con dificultad, pero pesaba treinta kilos más que Britt y era un agente entrenado. Agarró el brazo derecho de Britt con ambos puños y, aunque no la lastimó, consiguió soltarse. Britt se puso pálida cuando el dolor recorrió su brazo y lo soltó, retrocediendo con gesto reflexivo. Doyle se abalanzó hacia ella, pero Savard lo retuvo por el brazo. Sam se puso delante de Britt para separarlos.

–Está fuera de control, Pierce –farfulló Doyle–, y los dos sabemos por qué, ¿no? Tal vez si no se empeñase en jo...

–Cállese, Doyle –gritó Britt, intentando rodear a Sam para asaltar de nuevo al agente del FBI. Le costaba mantenerse en pie y una oleada de náuseas siguió al dolor que le acribillaba el brazo. Hizo acopio de todas sus fuerzas y dijo–. Recuerde lo que le he dicho. Manténgase alejado de ella.

–Comandante –intervino Sam con voz pausada–, parece que está sangrando. Debería sentarse.

–Vamos, señor –terció Savard, colocándose delante de Doyle para aumentar la distancia entre los dos agentes veteranos–. Todo el mundo está nervioso. Tranquilicémonos.

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