4to libro

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Capitulo 7

Felicia fue la primera agente del equipo principal que llegó a la reunión. Cuando entró en el centro de comunicaciones, sólo estaba Sam. Un murmullo de conversaciones salía de la habitación contigua, en la que Cynthia y Barry pasaban casi todo el tiempo, inclinados sobre sus consolas buscando datos de inteligencia ocultos en el ciberespacio. Se acercó al aparador, se sirvió una taza de café y se dirigió a la mesa de reuniones. Al oír el leve movimiento a sus espaldas, Sam se apartó de los monitores y contempló a Felicia en silencio. Llevaba el mismo traje de dos piezas, camisa hecha a medida y zapatos funcionales que utilizaban todos los agentes, hombres o mujeres. Sin embargo, en su cuerpo largo y esbelto el conjunto resultaba elegante. El cuello delgado, los altos pómulos y la fina mandíbula le daban aspecto de antigua sacerdotisa o guerrera. Era dolorosamente hermosa, además de poseer una inteligencia intimidante y una inestimable eficiencia. Se habían visto dos veces antes de que ella le dijese en tono amable, pero firme, que había sido un error. Sam se aclaró la garganta.

-Buenas tardes.

Felicia apartó los ojos de los informes más recientes sobre el compromiso de la tarde y volvió la cabeza con una sonrisa.

-Hola.

En los ojos de la agente nada sugería familiaridad. Era el mismo tono agradable, aunque frío, que utilizaba con todo el mundo. Sam se tragó su decepción e intentó convencerse de que no le importaba.

-¿Has tenido ocasión de ver algo de la ciudad durante tu descanso?

-Un poco -respondió Felicia con cautela. No tenía costumbre de hablar de su vida personal con los colegas. Sam era diferente, y esa diferencia le preocupaba. Desde que habían pasado casi sesenta horas juntos, controlando una operación que pretendía acabar con la vida de la hija del presidente, se sentía más unida a él que a ningún otro hombre con el que hubiese trabajado. Más que a ningún hombre, lo reconocía, con el que hubiese tenido algún tipo de relación desde hacía mucho tiempo. Al final había sucumbido a la singularidad de aquella conexión especial y había roto una de sus normas: había cenado con él. Dos veces. Sam era como ella había esperado que fuese: encantador, inteligente y amable. Tras la segunda velada, cuando la acompañó hasta la puerta del edificio de apartamentos del East Village en el que vivía, la besó en la boca. El beso fue algo más que amistoso, pero no molesto ni exigente. Un hermoso beso. Y entonces ella le dijo que no habría más cenas.

-El Servicio Secreto no es precisamente la mejor forma de ver el mundo -comentó Sam en tono irónico.

Felicia se rió.

-Ocurre como en la Marina o como en cualquier otra actividad del gobierno.

-Aún así, un destino en París es mejor que pasar una semana en un montón de lugares que se me ocurren.

-Cierto.

-Felicia...

Stark entró y se detuvo bruscamente. Miró la estancia con la sensación de que había interrumpido algo personal. Se puso colorada y buscó desesperadamente una salida.

-Paula -respondió Felicia con naturalidad, señalando la silla que estaba frente a ella con un elegante gesto-. Sírvete café y siéntate. Podemos repasar las posiciones de despliegue antes de que venga la comandante-. Miró el reloj-. Cosa que calculo que ocurrirá dentro de dos minutos.

-Yo... claro. De acuerdo. Muy bien.

Sam, decepcionado pero no muy seguro de saber lo que había estado a punto de decir, regresó a sus omnipresentes compañeras: las parpadeantes imágenes de la docena de monitores en los que figuras borrosas aparecían y se desvanecían con movimientos entrecortados y robóticos. Mientras recogía sus papeles, pensó que a veces él no era más tangible que aquellas personas incorpóreas capturadas en sus pantallas. Reconoció la punzada de la soledad y se apresuró a deshacerse de ella.

HonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora