3er libro

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Capítulo 20


Santana se apoyó en el tocador del dormitorio de Britt. Llevaba unos pantalones de su amante, demasiado largos, y una de las camisas azules de Britt que le quedaba un poco grande. Le gustaba ponerse la ropa de Britt. "¡Qué tonta! No eres una quinceañera y no se trata de un amor adolescente." Pero le daba igual.—¿Sabes qué me gustaría hacer?—¿Qué? —Britt estaba sentada al borde de la cama, poniéndose los calcetines y los mocasines. El tono caprichoso de Santana la hizo sonreír. Acababan de hacer el amor y un leve rubor cubría la piel de la joven; el recuerdo de aquellos momentos se apoderó de Britt, dejándola sin respiración. —¿Qué te gustaría hacer, cariño?Durante un momento, Santana se quedó muda. La intimidad del tono de Britt, más que la expresión cariñosa, la sobrecogió. "¡Oh, Dios mío, qué me has hecho."—¿Santana? —insistió Britt, con una sonrisa enigmática.—Me... gustaría pedir una pizza, coger dos o tres vídeos y pasar el día tumbada en el sofá contigo, viendo películas malas de ciencia-ficción.Britt dejó de hacer lo que estaba haciendo y su sonrisa se convirtió en un gesto de pesar. Luego, dijo con ternura:—Lo sé. A mí también. Siento que no podamos. Si yo fuera otra persona...—No, no es cierto —dijo Santana con rotundidad, y cruzó la habitación para acomodarse entre los muslos separados de Britt. Con la boca aún dolorida por los besos de su amante, hundió los dedos en los cabellos de la agente—. No. Si yo fuera otra persona, podríamos hacerlo. Aunque no fueses mi jefa de seguridad, nos resultaría muy difícil hacer algo tan sencillo. Tu posición tal vez nos complique las cosas, pero no es lo que originó mis problemas.El velado dolor de la voz de Santana estremeció a Britt porque sabía que no podía aliviarlo. Apoyó la frente en el pecho de Santana, abrazándola por la cintura, y murmuró:—No siempre será así.—Lo sé. Necesito creerlo.Britt alzó la vista, con los ojos llenos de emoción.—Haría cualquier cosa por llevarte a comer fuera y luego pasear de la mano por Dupont Circle, dejando que ocurriese lo que tuviera que ocurrir. Te ofrecería eso si pudiera.—Sí, sé que lo harías. —Santana se arrodilló y encajó el cuerpo entre las piernas de Britt, clavando los ojos en los de su amante—. Por eso resulta soportable no poder hacerlo. A veces, saber que me entiendes es lo único que me ayuda a resistir.—Dios, te amo —dijo Britt entre dientes, deslizando los dedos sobre el rostro de Santana. Luego besó a la joven en la frente y miró el reloj porque no le quedaba más remedio—. El equipo debe de estar abajo. ¿Estás lista?Santana se demoró unos momentos y acarició lentamente los hombros y el pecho de Britt, adorando el calor de su amante bajo la ropa y reacia a dejarla porque no sabía cuánto tiempo pasaría hasta que pudiera volver a tocarla. Se levantó de mala gana, enderezó los hombros y afirmó:—Sí, estoy lista.No se besaron en la puerta. Ya se habían despedido antes. Fueron directamente al ascensor, esperaron a que se abriesen las puertas y bajaron al vestíbulo en silencio. Al llegar abajo, caminaron una al lado de la otra, rozándose ligeramente. Cuando atravesaban el iluminado vestíbulo en dirección a la puerta de entrada (al otro lado, Britt vio el todoterreno junto al bordillo de la acera, a varios agentes dentro y a Stark esperando junto a la puerta trasera), el guardia de seguridad del edificio la llamó:—Disculpe. Hay un paquete para usted, señorita Pierce. —Ante la mirada de sorpresa de Britt, el hombre añadió—: El mensajero dijo que no la avisase y que se lo diese cuando bajara.—¿Mensajero? —Britt echó un vistazo al vestíbulo con gesto reflexivo, mientras se desabotonaba la chaqueta con una mano y acariciaba su automática. Aparte del guardia de seguridad, Santana y ella estaban solas. No obstante, se apresuró a hablar por el micrófono que llevaba en la muñeca—. Sam, vigile la calle. Stark, dentro.En el exterior, las puertas del todoterreno se abrieron y salieron los agentes con las armas preparadas. Britt se interpuso entre Santana y las puertas de cristal, sujetando a la joven por el codo e impidiendo que alguien pudiera verla desde fuera mientras esperaba que entrase Stark para respaldarla.—¿Qué ocurre? —se apresuró a preguntar Santana.—Seguramente nada —respondió Britt en tono controlado—. Pero es raro que me envíen algo aquí. Nadie conoce esta dirección, salvo el Tesoro, y no mandan nada sin firmar y sin una comprobación de identidad.—¿Qué...?Stark se acercó corriendo, y Britt le dio órdenes enérgicas:—Acompañe a la señorita López al coche y aléjela quinientos metros. Ahora mismo.Miró al guardia y dijo:—Apártese de la mesa.El tono de Britt no dejaba lugar a la duda y, de hecho, el hombre no dudó. Abandonó su asiento y salió de la mampara que contenía los monitores del circuito cerrado de seguridad del edificio.—¿Britt? —protestó Santana con la voz dominada por la alarma cuando Stark la guió hacia la puerta.—Evacúela, Stark —ordenó Britt sin volverse, rodeando la mampara para estudiar el paquete que estaba en el estante. Se trataba de un sobre de papel extragrande, como el que le habían enviado a Santana el día anterior. Se inclinó hacia delante, sin tocarlo, y observó su dirección escrita a mano con enérgicos trazos a rotulador. No había remite. Fuera, los vehículos se alejaron de la acera y, al saber que Santana se encontraba a salvo, la tensión del pecho de Britt se alivió.No tenía motivos para sospechar que el contenido del paquete fuese explosivo o incendiario, sobre todo porque el guardia de seguridad lo había manipulado sin tomar precauciones. Lo cogió por una esquina. Pesaba poco, así que supuso que contendría fotografías o algún tipo de documentos.—¿Llamo a los artificieros? —preguntó el guardia con voz tensa.—No, gracias. Ya me encargo yo.—Sí, señora. —Le había desconcertado la rápida evacuación de la morena que tan conocida se le hacía y cuyo nombre no lograba identificar y la actitud de mando de la inquilina del piso 17 B.—Van a venir a hablar con usted del paquete. Anote todo lo que recuerde: hora exacta de la entrega, descripción del mensajero y sus palabras.—Mensajera.—¿Qué? —preguntó Britt.—Mensajera. Era una mujer.—De acuerdo. Escríbalo. —Britt miró al rincón del vestíbulo, donde estaba la cámara de vídeo que efectuaba las panorámicas lentas—. Y quiero copias de las cintas de vigilancia, tanto de la calle como de dentro.—Necesito el permiso de los encargados para eso.Britt se acercó a él y le enseñó su placa.—Ya lo tiene.—Sí, señora. —Tragó saliva y enderezó los hombros—. Ahora mismo.—Muy bien.Britt se despidió de él con un gesto mientras salía por la puerta. En la calle, se encaminó hacia el norte y comunicó por radio a Sam su localización. Tres minutos después, el vehículo principal, con Stark al volante, dobló una esquina y frenó a su altura. Britt se acomodó en el asiento trasero, al lado de Santana, se inclinó hacia delante y dijo algo a través de la mampara de cristal:—Directo al aeropuerto, Stark. A propósito, buen trabajo. —Cuando se reclinó, la mirada llameante de Santana la dejó clavada.—¿Realmente, era necesario? —preguntó Santana acaloradamente.—¿El qué?—Sacarme de allí a rastras.—No debo dejarte en medio del peligro cuando hay sospechas de que alguien puede haber enviado un paquete explosivo —explicó Britt.—Oh, ya entiendo, pero no pasa nada si tú saltas hecha pedazos. —Santana escupió las palabras mientras apretaba los puños contra el cuerpo para disimular el temblor.—No había muchas posibilidades de que ocurriese, teniendo en cuenta que el guardia ya lo había manipulado, a menos que alguien estuviese esperando a que yo lo recogiese y activase el artefacto con un detonador remoto. Resultaba muy poco probable que fuera peligroso.—Pues pusiste mucho cuidado en sacarme del edificio.—Naturalmente —dijo Britt con sincero desconcierto en la voz—. No puedes sufrir ni el más mínimo riesgo.—No tienes ni idea de lo que esto supone para mí, ¿verdad? —preguntó Santana con incredulidad.—Se trata de mera rutina, Santana —repuso Britt pacientemente—. Sé que te desagrada que te manipulen, y no lo haría si no fuera absolutamente necesario.—No, no estoy hablando de eso.—Yo no...—¿Tienes idea de cómo me sentí el día que te dispararon? —Hablaba como si no estuvieran en el coche, sino en la calle, delante del edificio de apartamentos la soleada tarde que se había convertido en marco de su peor pesadilla. Su voz sonaba grave y triste—. ¿Sabes lo que supuso para mí verte tirada en la acera, con el pecho cubierto de sangre, pensando que te ibas a morir y que no podía tocarte ni impedirlo, que también te estaba perdiendo a ti?Britt se puso pálida y respondió con voz ronca.—Sí, lo sé.Santana, sorprendida ante la transformación de su amante, habitualmente imperturbable, se dio cuenta de lo que había dicho y comprendió que Britt debía de haber sentido lo mismo el día en que había muerto Janet.—Dios mío, Britt, lo siento muchísimo. Lo dije sin pensar.Britt alzó la mano.—No, no pasa nada. —Se aclaró la garganta y ahuyentó los demonios—. Nunca creí que algo como lo de hoy podía hacerte tanto daño... Lo lamento. No quiero que vuelvas a pasar por eso.—Por lo visto, no me acostumbro a que me pongas por delante. —Santana se inclinó y acarició la mano de Britt—. No sólo físicamente, sino el cuidado y todo lo demás. Tardaré un poco en habituarme.—No te antepongo sólo por el trabajo, Santana —afirmó Britt con gran convencimiento—. Lo hago porque te amo, y sé que, si la situación lo exigiera, tú harías lo mismo.Santana asintió. Sabía que Britt tenía razón. No se trataba de quién protegía a quién, sino de la necesidad que cada una de ellas tenía de que la otra estuviese a salvo. Prefería morir antes de que alguien lastimase a Britt.—No te hagas daño, ¿me oyes? —A Santana se le quebró la voz.—No lo haré, te lo prometo.Cuando los vehículos tomaron la carretera del aeropuerto, ambas sonrieron y la paz siguió a la confianza.* * *Britt hizo un aparte con Sam y habló con él en privado antes de subir al avión. Sam no las acompañó durante el vuelo, sino que abandonó el aeropuerto con el equipo local en uno de los todoterrenos. Ya en el avión, después de que todos se acomodasen, Santana preguntó a Britt:—¿Adónde ha ido Sam?—Le pedí que hablase con el guardia de mi edificio. Tomará un vuelo más tarde.—¿Lo va a interrogar... oficialmente?Britt se encogió de hombros.—Estamos bordeando los límites. Esto tiene que ver contigo colateralmente, así que no tengo empacho en utilizar recursos oficiales para investigarlo. Pero el carácter de la información es... delicado.Santana pensó en las fotos de ambas besándose y en la de Britt con una desconocida en un bar y dijo con ironía:—Sin duda.—Por tanto, no voy a hacer ningún informe de lo que descubramos.—¿Todos saben lo nuestro? —preguntó Santana sin alterarse. Había creído que le resultaría odioso que personas relativamente desconocidas conociesen su vida privada, pero se dio cuenta de que no era así. Aquellos hombres y mujeres no eran desconocidos. Ya no.—Sam y Stark lo saben. Necesitaba su ayuda. —Britt miró a Santana con repentina preocupación—. Dios. Debería haberte preguntado antes de contárselo. Lo sien...Santana le tocó la mano.—No pasa nada. No me importa. Sólo quería saberlo. —Indicó con un gesto el maletín abierto sobre el regazo de Britt—. ¿Vas a abrir el sobre?—Aún no. —Britt miró el sobre cerrado y cabeceó—. Si tenemos suerte, encontraremos pruebas forenses en el contenido. Quiero abrirlo donde se pueda examinar como es debido.—¿Conoces a alguien en quien puedas confiar para que lo haga?—Tal vez. Savard también me ha ayudado. —Al ver que Santana arqueaba las cejas, añadió—: Fue sugerencia de Stark. Y muy buena. La llamaré cuando lleguemos a Nueva York.—Quiero estar presente.La primera reacción de Britt fue decir que no, pero se dio cuenta de que no podía. Probablemente el contenido tenía que ver con Santana, con ella o con las dos, y había prometido a la joven no excluirla. No le gustaba, porque su instinto la empujaba a alejarla de todo lo que pudiese ponerla en peligro, emocional o físicamente. Pero habían llegado demasiado lejos.—De acuerdo.Santana, satisfecha, apoyó los dedos en el muslo de Britt.—Gracias.

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