3er libro

124 6 0
                                    

Capítulo 11


Britt sacudió la cabeza, aturdida, cuando el despertador sonó a su lado. No sabía cuánto tiempo llevaba sonando cuando el insistente zumbido la arrancó lentamente de un sopor sin sueños. Reprimió un gemido, estiró un brazo y buscó a tientas el despertador. Al fin logró silenciarlo de un manotazo. Pasó otro minuto hasta que consiguió levantarse y dirigirse al cuarto de baño. Abrió el grifo de agua fría, se metió en la ducha y alzó la cara hacia los gélidos chorros. Era temprano, y se preguntó si Santana estaría aún durmiendo. En un momento de descuido, una punzada de soledad le atravesó el pecho. Pero enseguida la expulsó de su conciencia. A las siete y media en punto Britt, fresca y despejada, con una chaqueta oscura, pantalones a juego y camisa de cuello abierto, entró en la sala de reuniones del octavo piso del edificio de apartamentos de Santana, debajo del loft. El equipo del Servicio Secreto ocupaba toda la planta. Casi todo el espacio era abierto, subdividido en zonas de trabajo y consolas de control por mamparas que llegaban a la altura del hombro. Al fondo, tras un laberinto de mesas apretadas, había un área acristalada que servía de sala de reuniones a Britt y a sus agentes. En ese momento se hallaba presente casi todo el equipo, pues el turno de noche se había quedado para dar informaciones antes de dejar el servicio y el turno de día acababa de llegar para encargarse de la vigilancia. Generalmente, había uno o más agentes correturnos que podían cubrir acontecimientos inesperados o proporcionar doble cobertura si era necesario. Casi todos tenían alguna variedad de café en la mano: tazas de los establecimientos próximos, en sutil alusión a lo rancio que solía estar el brebaje de la oficina. Britt se situó en la cabecera de la mesa y saludó con un gesto a los hombres y mujeres que tenía delante. Era la primera vez que el equipo se reunía en el centro de mando desde la noche en que la operación para detener a Loverboy casi había acabado en desastre. Se notaba mucho la ausencia de Ellen Grant.—Supongo que todos ustedes han visto el artículo del periódico de anoche. Naturalmente, podemos contar con que habrá mucha más atención de los medios cada vez que Egret salga del edificio. En este momento hay cámaras en la esquina noreste de la plaza y una furgoneta de televisión en la intersección.La información fue recibida con quejas y unos cuantos comentarios poco halagadores sobre el carácter del cuarto poder.—Eso significa que también habrá atención de la prensa, individualmente y en grupo. Fíjense bien en las credenciales de prensa y apliquen un nivel muy bajo para contener o desviar a quien no tenga identificación apropiada o invada el perímetro personal de Egret. Siempre que sea posible, trasládenla rápidamente desde el vehículo a los eventos públicos. Aplicaremos un estatus de alta seguridad desde esta mañana. No tenemos motivos para pensar que conocen el gimnasio y las citas personales de Egret. No obstante, no debemos presuponer nada.Todos asintieron. Britt miró a Sam.—Me reuniré con Egret como siempre a las once. Espero repasar la agenda semanal con ella y trasmitirle la información para los itinerarios concretos. —Se dirigió de nuevo al grupo y añadió—Sam se encargará de sus destinos. ¿Alguna pregunta?—¿Qué vamos a hacer para dar con el canalla que hizo la foto? —preguntó Paula Stark con evidente indignación.—De momento, nada —respondió Britt sin rodeos. Se preguntó cuántos agentes sabían que era ella la persona a la que la hija del presidente besaba en la fotografía. Estuvo a punto de sonreír al ver las expresiones ofendidas en sus rostros. El hecho de que fueran tan incondicionales de Santana le agradaba. Alzó la mano para frenar aquella línea de preguntas—. Tengo que hablar primero con Washington, pero puedo decirles una cosa: Esto no va a quedar así.La afirmación provocó una serie de exclamaciones: "bien", "claro que sí" y "malditosDerechos".—Aparte de las tareas rutinarias, debemos prepararnos para el viaje transatlántico. Esta tarde quiero informes en mi mesa sobre la identidad de nuestros contactos en París, el itinerario al minuto, el expediente del jefe de seguridad del hotel acerca de recursos humanos, despliegue y antecedentes de los empleados del hotel, actualizaciones sobre todas las células terroristas que puedan operar en Francia, con especial atención a París y sus alrededores, y dosieres sobre los miembros de la seguridad francesa que participarán en todos los actos a los que acudirá Egret. —Se frotó los ojos y los centró en el extremo opuesto de la habitación, como si comprobase una lista mental—. Relaciones de invitados a todos los acontecimientos, rutas automovilísticas alternativas, rutas de evacuación y localizaciones de casas seguras.—Estamos en ello, comandante —aseguró Sam, consultando en el portátil los puntos de su agenda—. Recopilaré el material que tenemos y se lo presentaré esta tarde.—Muy bien. —Britt se encogió de hombros para aligerar la rigidez del cuello y la espalda. Luego, esbozó una débil sonrisa—. Supongo que todo sigue según lo acostumbrado.Los demás sonrieron, y parte de la tensión desapareció. Las crisis perdían impacto cuando la mano que llevaba el timón se mantenía firme.—Sam, me gustaría hablar con usted, por favor. Los demás, a trabajar.Cuando la habitación se despejó, Britt se sentó frente a su segundo al mando, frotándose las sienes con gesto ausente, pues el dolor de cabeza había vuelto a resurgir durante la noche. Luego, se inclinó hacia delante y sus ojos tropezaron con la mirada serena de Sam—. Quiero saber de dónde ha salido la foto. Quiero saber quién la hizo y quién se la dio a la prensa. Investigue en los servicios de noticias, hable con el director del Post y tantee al centro de operaciones de inteligencia de Washington. Procure ser discreto pero, si hace falta, impóngase.Sam, que era muy escrupuloso, había dejado de tomar notas. Lo que Britt le estaba pidiendo se salía de la cadena de mando de la Agencia. En términos estrictos, el subdirector de Washington debía coordinar la investigación y los servicios de inteligencia con el FBI. Pero, en realidad, en cuestiones que afectaban directamente al procedimiento operativo, el Servicio Secreto no compartía información con el FBI ni tampoco la pedía.—Me pondré a ello. ¿Qué sabemos de los detalles, momento, localización?Britt se quedó callada unos instantes. Sam no había participado en la excursión nocturna a la playa de San Francisco y no conocía las circunstancias en las que se había hecho la foto. Naturalmente, no tenía que contarle los detalles. Podía omitir una parte, al menos de momento. Como agente del Servicio Secreto, estaba entrenada en la política del silencio. No se hablaba de los protegidos, no se hablaba de los asuntos de la Agencia con otros departamentos, no se hablaba del procedimiento. Solitaria desde la niñez, encerrada en su propio dolor emocional, sin querer aumentar la pena de su madre con su tristeza intrascendente y sus sentimientos de culpa tras la muerte de su padre, había aprendido a reservarse las opiniones. Las costumbres de una vida, combinadas con las exigencias de su profesión, le impedían explayarse ante nadie, por mucho que confiase o que quisiese a alguien. El silencio se intensificó, un silencio durante el cual Sam permaneció inmóvil, esperando.—La fotografía se hizo aproximadamente a la una y media de la madrugada, hace tres noches, en el muelle de San Francisco —dijo Britt en tono firme y práctico.Sam arqueó una ceja rubia, la única señal de sorpresa; Britt no sabía si era por la información o por el hecho de que ella estuviese al tanto.—No se me informó de que la habíamos perdido en San Francisco.—No la perdimos.—Entonces, ¿cómo consiguió alejarse de nosotros y que le hiciesen la foto?Sam estaba confundido, y Britt tomó una decisión que probablemente alteraría el curso de su carrera en lo sucesivo.—No la perdimos de vista. Siempre estuvo vigilada. La persona que está con ella soy yo.—Ya, ¿y dónde diablos está el resto de nuestra gente? ¿Cómo demonios dejaron que alguien se acercase tanto? Dios mío, es una violación de la seguridad.—He pasado por alto una cosa. —Britt se encogió de hombros y esbozó una mueca compungida. La reacción de Sam no era exactamente la que ella había esperado—. El todoterreno estaba en la calle y los agentes dentro. Egret y yo no nos encontrábamos a la vista, aunque ellos tenían una excelente perspectiva del perímetro. Creí que estábamos seguras.—¿Alguna teoría?La expresión y el tono de Sam no cambiaron tras la revelación. Si pensaba algo de la relación de Britt con Santana, personal o profesionalmente, no lo reveló. Britt había percibido su tácito apoyo, pero a veces la apariencia de compañerismo era sólo eso, una apariencia. Los agentes de carrera se reservaban sus pensamientos y opiniones porque nunca sabían quién podía convertirse en su superior o aspirar a su puesto. A pesar de su confianza esencial en Sam, Britt se había expuesto de forma irrevocable, y la sensación era un tanto desasosegante.—Se me ocurrió... después de los hechos, por desgracia —explicó Britt torciendo el gesto—, que podía estar en uno de los muelles cercanos con un visor nocturno. Tras el frenesí de los medios de Nueva York acerca de Loverboy y de la declaración que Santana hizo al llegar a San Francisco, la habían dejado en paz. No creí que nos fotografiasen. Tal vez se acercó a nosotras sin despertar las sospechas del equipo, que estaba más centrado en los transeúntes que había en la playa.—Comandante, ¿puedo hablar libremente?—Por supuesto, Sam.Sam la miró a los ojos con firmeza.—Considero que es mi responsabilidad, y la de todo el equipo, proteger a Egret no sólo físicamente, sino también de ese tipo de intrusión. Sé que no se puede prohibir el acceso de la prensa a ella, pero el público no tiene derecho a saber esto. Es un asunto particular, y no quiero que vuelva a ocurrir.—No creo que podamos impedirlo. —Britt se mesó los cabellos, frustrada—. Ni siquiera sé cómo impedirlo. Pero alguien ha divulgado esta fotografía y quiero saber quién es y por qué lo hizo. Quiero saber... —dudó. Le costó pronunciar las siguientes palabras más que cualquier otra cosa que hubiera dicho en su vida—. Necesito saber si fue alguno de los nuestros.El dolor ensombreció los ojos azules de Sam, pero respondió con resolución:—Sí, señora. Me gustaría ocuparme de esto personalmente.—Tal vez Washington no lo estime conveniente —advirtió Britt.—Tomo nota.Britt se recostó en la silla y se frotó la cara con las manos. Luego habló con voz serena y firme:—Puedo hundirme por esto, Sam. Si ocurre, no quiero que se comprometa. Tendrá que sustituirme. Santana lo necesita.—No me gustaría interponerme en el camino de Egret si alguien hiciera eso, comandante.Britt sonrió.—No, supongo que no sería fácil. En fin, si se da el caso, quiero que niegue todo conocimiento previo. Nunca hemos mantenido esta conversación.—Sí, señora.—Gracias, Sam.

HonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora