Capitulo 118.

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Al ya no haber rastro del drogadicto, se dio vuelta y se encontró con Mariana. -¿Estás bien? –preguntó tierno mirándola a los ojos. Ella negó con su cabeza, y él sin dudarlo, la tironeó con dulzura hacia su cuerpo, cubriéndola con sus brazos, abrazándola. 
Cerró sus ojos y se escondió en el pecho de él. Nunca había necesitado tanto un abrazo de él, para volver a sentir esa seguridad que solo él le brindaba, y perder ese miedo que la seguía atormentando. Sintió como el comenzó a acariciar su pelo tiernamente. 

-Gracias- susurró ella, sin separarse de él, mientras que algunas lágrimas cubrían su delicado rostro. Juan Pedro solamente sonrió. 
El ruido del celular de él, hizo que ambos se separen, y él pudo notar las rebeldes lágrimas que caían de los ojos de Mariana. Con ternura se las limpió, y se dio vuelta para alejarse dos pasos para atenderla a María Paz, sin antes dedicarle una de sus sonrisas. 

-Michi, perdón que te dejé ahí…sí, sí…no te preocupes, está todo bien…-habló al celular, dándose vuelta, y se quedó distraído al verla a Mariana de espaldas sacando su celular de su cartera. Ella se llevó el celular a su oreja unas cuantas veces, ya que parecía que no le contestaban. María Paz del otro lado del celular le seguía hablando, y no podía escuchar con quién hablaba Mariana cuando por fin le atendieron. –Escuchame Mich, después te cuento, ahora te tengo que cortar…Nos vemos.-finalizó cortando la llamada para escuchar lo que hablaba Mariana. 

-¡Lali! ¡Al fin me contestas gordi! No sabes lo que me acaba de pasar…-dijo Candela al atenderla a su amiga.

-Cande…-interrumpió Mariana con los ojos rebasándole de lágrimas. 

-Lali ¡¿qué paso?!-cuestionó Candela cambiando su tono a uno preocupado, al notar a su amiga llorar. 

-Cande, ¿podes venir a casa? No me quiero quedar sola…tengo mucho miedo…-lloró Mariana.

-Sí obvio, ya voy para allá, pero Lali ¡contame qué paso!-exigió Candela mucho más preocupada que antes. 

-Nada, no pasó nada bestu, no te preocupes. Lo que pasa es que tu amiga viste es algo cagona con los truenos…-rió Juan Pedro al sacarle el celular a Mariana. 

-Juan Pedro no es joda, ¡¿qué le pasó a Lali?! Pará…¿vos qué haces ahí?- dijo confundida Candela. 

-Ni yo sé que hago acá-volvió a reír, intentando calmar la situación. 

-¡Juan Pedro basta! Esto es serio, ¡¿qué le pasó a Lali?! ¿Federico le hizo algo?

-Sí, pero no te preocupes, ya está todo bien. 

-¡Ay no! YA voy para allá

-No, Cande no hace falta…Yo me ocupo de Lali, quedate tranquila.-dijo mirándola y guiñándole un ojo a la morocha. La escuchó a Candela suspirar aliviada. 

-Que bueno que estés ahí, bestu. Ella te necesita a vos más que nadie, cuidamela plischu....Te quiero mucho y mandale un beso a mi Lali, y decile que no se me ponga celosa que a ella también la quiero. 

-Dale, chau Cande.-cortó la llamada, y se dio vuelta para encontrarse con la morocha. -Sos terrible, eh. ¿Cómo se te ocurre pensar que yo voy a dejarte sola? Te va a costar mucho liberarte de mí hoy, así que te venís conmigo. Dale, vení vamos a casa -le dijo sonriendo, invitándola a encaminarse junto a él, las pocas cuadras para llegar a la casa de los Lanzani. 
Sin pensarlo se encuentra distraído mirándola, mientras camina con sus manos en su pantalón. La ve caminar a su lado con brazos cruzados y su vista triste clavada en el suelo. El silencio le resulta algo incómodo, ya que solo se escuchan algunos truenos y el ruido de sus pasos por las calles. No puede soportar el miedo que ella esté probablemente sufriendo, y peor aún, no poder sacárselo. Siente cada segundo una necesidad de abrazarla, de cuidarla, protegerla al verla tan desprotegida y frágil. Sin dudarlo más, la empuja con ternura a su lado, apoyando uno de sus brazos en los hombros de ella, abrazándola. Sonríe interiormente al ver que ella no se resiste. La aplasta más contra su cuerpo cubriéndola del repentino cambio de temperatura, y siguen caminando cada uno en su mundo, pero abrazados. 
Unas suaves gotas empezaron a caer y mojar la ciudad. Poco a poco las gotas se fueron intensificando, cada vez más gruesas y con más potencia, mojando más y más. A ellos parecía no preocuparles que el cielo se esté cayendo arriba suyo y que se estén empapando, al contrario, seguían caminando como si no pasara nada. 

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