Capitulo 113.

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Los minutos pasaban y lo escuchaba hablar y hablar a Francisco, pero su cabeza estaba sumergida en Juan Pedro y en la charla de unos cuantos minutos atrás. Su mirada iba y volvía, lo miraba a Francisco para hacer que seguía el hilo de la conversación, pero sin tener que pensarlo volvía a su enfoque de Juan Pedro. Gracias a una puerta vidriada que daba al jardín de la residencia, podía enterarse que pasaba dentro de la fiesta, por lo tanto, verlo a él. Bailaba con Victorio, y a su lado se encontraban Eugenia y Nicolás pasando un buen momento entre bailes y besos. 
Una ola de celos la invadió a ver a dos chicas completamente desconocidas bailando con Juan Pedro y Victorio. Una se concentró en Victorio y otra en él. Se acercaba a él peligrosamente, tratando de seducirlo. Lo que más rabia le dio es que Juan Pedro no hacía nada, parecía que le divertía la situación. Apretó sus labios con bronca, era capaz de ir y mostrarle que él era más suyo que de esa. Francisco seguía y seguía torturándole el oído, y ella seguía mirando esa escena que le provocaba tanto enojo. Se tranquilizó al ver que JP al ver que ella se acercaba mucho, la apartó. 
Decidió aprovechar el momento. 

-Ahí vengo- dijo cortando la ‘conversación’ con su profesor particular, dejando a éste completamente confundido pero a ella no le importó, y con la vista fija, entró al lugar dónde la muchedumbre bailaba. 
Inexplicable la diferencia que había comparando el exterior con el interior. Una ola de humo la atacó y la fuerte música la envolvió. Se peleó con un par de gente que se interponía en su camino. Lo vio de espaldas, todavía con esa rubia a sus alrededores, pero manteniendo una distancia razonable. Se encaminó a él. 

-Me debes un trago- le susurraron alguien detrás suyo, en el oído lo suficiente fuerte para que escuche, pero sin perder su toque seductor. Sonrió ampliamente y sintió como ella golpeó su hombro con el de él, y se marchó hacia delante. 

Sintió como de golpe alguien por detrás la agarró de la mano, y en un abrir y cerrar de ojos, estaba pegada al cuerpo de Juan Pedro, y él con una sonrisa ganadora en su rostro. Lo miró confundida sin saber cuáles eran sus intenciones. Él le agarró nuevamente la mano, y sin perder su sonrisa canchera, hizo que Mariana de una vuelta sobre el lugar, invitándola a bailar con él. 

Mariana sonríe y comienza a mover sus prominentes curvas al ritmo de la música. Claramente no sabía en qué juego se estaba metiendo. Estaba dejando que Mariana tome el control de la situación y que él caiga derrotado débil ante sus pies, por lo tanto, aceptaba formar parte del juego de seducción que la morocha hacía al bailar. 
La situación le parecía muy similar a la de la fiesta de su colegio unos días atrás, salvo que esta vez no podía encontrar esa fuerza de voluntad que poseía el otro día para mantenerla distanciada lo suficiente, y no sabía porque, quizás se trataba de que Mariana ya no estaba inconsciente y como que no existía esa presión para cuidarla y que no le pasara nada, y no solo eso, sino que también esta vez no era el inconsciente quién lo seducía, era ella misma, y lo hacía a propósito, porque sabía que era su máxima debilidad. 
La tenía terriblemente cerca, moviendo sus caderas de esa forma sensual típica en ella, lo que provocaba que él la atrajera más hacia su cuerpo, y cada vez más se iba involucrando en su juego. La oía canturrear canciones, y él como un tarado le sonreía con su mejor sonrisa de ganador como si eso lograra impactarla, cautivarla como ella lo hacía con él. 
Ya no sabía cómo controlar esas locas ganas para no besarla, y mantenerla a una distancia razonable. Mariana era su fruta prohibida, tentadora y provocadora, pero intocable. 
Unos fuertes nervios lo ahogaron cuando sintió que se volvía a acercar para jugar con su cercanía, y estaba seguro que si seguía así, lo iba a terminar por volver loco. ¿Qué sentiría ella en este momento? ¿Ella sentiría lo mismo que él? ¿Sentiría esos incontrolables deseos por besarse? 
No supo que lo llevó a tomar ese impulso, impulso en agarrarla fuerte de la cintura, aplastarla contra su cuerpo, besarla precipitadamente y arrastrarla hasta arrinconarla contra una pared. Sea lo que haya sido, no se arrepentía. Y entrelazando sus brazos en el cuello de Juan Pedro, lo besó con las mismas ganas que él, con la misma ardorosa pasión que él, como hace tanto no se besaban. 
Irracional era todo lo que sentía por Mariana, porque no existe una válida explicación para la lógica lo mucho que siente por ella. Es imposible que una morocha lo haga flaquear, tomar impulsos, sentirse un completo estúpido enamorado, con solo tenerla en frente. Y mucho menos, si se sentía así teniéndola enfrente, ni imaginarse en su situación ahora, besándose. Juan Pedro era un remolino de sentimientos revueltos. 
De golpe sintió como Mariana se inquietó, sacó una mano de su cuello, pero sin dejar de besarlo. La notó hurgar entre su cartera algo, luego sacar algo pero sin desprenderse de los labios del castaño, y fue ahí que apenas escuchó la melodía y la vibración del celular de Mariana. Al notar que ella todavía seguía algo distraída con el tema del celular, tratando de abrir la tapa, aún entre besos le arrebató el celular y cortó instantáneamente la llamada y todo volvió a la normalidad, ella volvió a jugar con su pelo, y el beso se volvió a profundizar. 
Una vez más siente aquella molestia en su mano, de vuelta esa vibración y melodía que otra vez hizo distraer el beso, pero nuevamente cortó sin importarle si sería importante o no y odió a esa persona por querer destruir el momento. 

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