2. La plebeya

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PHOEBE POV

-Recuerden hacer sus tareas y entregarlas el lunes, estamos muy cerca de los finales.

En cuanto sonó el timbre que indicaba el final de las clases, el profesor Semandi nos indicó que podíamos levantarnos e irnos a casa. Suspire y recogí mis cosas silenciosamente, escuchando como todos hablaban de sus planes para el fin de semana. A veces deseaba ser parecida a ellos, ser más linda y tener amigos, pero eso no pasaría. Jamás tendría amigos porque soy un estorbo, un cero a la izquierda, algo inutil que no debería existir.

-Malek -me detuve al escuchar que me llamaban. Vi como un chico apuesto de mi clase se acercaba a mi-. No te vayas, creo que podríamos hablar un poco.

-Estoy algo apurada -baje la mirada y volví a caminar. Quería quedarme con él, pero no era mentira cuando decía que estaba algo apurada.

-Es viernes, relajate -seguí caminando y él tomo mi brazo para detenerme-. No te vayas tan rápido, debemos hablar.

-¿Hablar? -pregunté confundida y nerviosa ya que era la primera vez que él me hablaba.

-Mi amigo me dijo que tu puedes hacer tarea. Todos sabemos que sus padres son muy exigentes y que el paga para que hagan sus tareas.

-Ah...

-Me preguntaba si podías hacer mi tarea, te pagaré por supuesto -internamente mordi mi labio. Los exámenes finales eran muy importantes y debía concentrarme, ya es suficiente con hacer mi tarea y otras tres a cambio de dinero. No podía con otra más.

-Yo... -empecé a balbucear tímidamente y él sonrió. Discretamente dejó dinero en mi mano.

-Sabía que accederías. Muchas gracias.

-Pero yo... -no pude terminar ni decir nada ya que él se fue rápidamente. Suspire resignadamente y me dirigí corriendo a casa.

A pesar de ir a un colegio económico, mi casa no era nada humilde. Vivía en una mansión bastante descuidada y que seguramente fue muy hermosa en sus primeros días de existencia. Llegué agitada gracias a la carrera que emprendí para llegar lo mas rápido posible. En cuanto abrí la puerta y vi el semblante de Amún, supe que mis intentos de llegar en hora fueron inútiles.

-¿Dónde estabas peste? Llegas tarde.

-Lo siento señor -baje la mirada sumisamente.

-¿Qué es ese olor? -se acercó a mi olfateando el aire y antes de que pudiera decir algo, me dio una bofetada que me tiro al suelo-. ¡Ramera! ¡Estuviste revolcándote con un hombre!

-¡No! -exclame temblando y con los ojos llenos de lágrimas al ver que se quitaba el cinturón para pegarme de nuevo-. ¡Por los dioses!, juro que no fue así. Yo estaba volviendo y un chico se acercó a mi para hablar de una tarea que debemos hacer.

-¿Estás segura?

-Si señor -el apretó mi mandíbula y me obligó a mirarlo a los ojos. No se como pude sostener su mirada hasta que él me soltó.

-Sal de mi vista peste. Qué sea la última vez que llegas tarde.

-Si señor -me puse en pie y recogí mi mochila para ir a mi habitación en silencio.

Cerré la puerta de mi habitación y me abracé a mi misma. Todos los días tenía la mínima esperanza de que las personas que vivían a mi lado me tratarán mejor, pero no era así. Benjamín, mi padre, jamás me hablaba y cuando lo hacía era para mostrarme fuego. No entendía su actitud hacía mi. Luego estaba Amún, mi abuelo. El no era el abuelo dulce que aparecía en las historias, el era un hombre amargado y violento que siempre me golpeaba y gritaba. Por último estaba Stella, mi madrastra. Ella solo era feliz en compañía de mi padre, conmigo nunca hablaba, jamás respondía cuando le decía algo y siempre me miraba con desprecio.

A veces sentía deseos de morir. Me sentía una extraña, algo que vale menos que una babosa muerta. Nunca fui capaz de entender porque me dejaban vivir con ellos si me odiaban tanto. Quizá lo hacen porque necesitan a alguien que se ocupe de las tareas domésticas.

Decidí levantarme y comenzar a estudiar ya que tenía mucha tarea para hacer y un sinfín de actividades antes de ir a trabajar. Realmente no necesitaba ir a trabajar, al parecer Amún tenía bastante dinero para poder vivir tranquilamente y mantenernos a todos. El verdadero motivo por el cual trabajaba era salir unas horas de casa y poder ahorrar dinero para la universidad.

Hace algunos años pensé en quitarme la vida ya que a nadie le importaba si estaba bien o no, sin embargo, un día pase delante de una librería y vi un ejemplar de El conde de Montecristo que captó mi atención. Sin saber porque, entré a la librería y lo compré. Aprovechando que ese día estaba sola, pase horas encerrada en mi habitación leyendo el libro. Ese fue el comienzo de mi interés por la literatura francesa. Más tarde descubrí la inglesa y por primera vez en mi vida fui feliz. Me volví adicta a los libros y descubrí que mi destino era estudiar literatura. Muchas horas de búsqueda secreta fueron necesarias para motivarme a buscar un empleo y conseguir suficiente dinero para poder comprar un boleto de avión e ir a Londres.

Hice mi tarea y la de los chicos y busqué mis cosas para irme. Fui a la cocina y antes de entrar, escuché los gemidos de Stella. Tuve náuseas al saber lo que estaba pasando y retrocedi, dirigendome hacía la puerta principal en silencio. Siempre pasaba lo mismo, ella y mi padre hacían el amor en cualquier parte de la casa y se enojaban si alguien los interrumpían. Varias veces me he quedado sin comer ya que la cocina era su lugar favorito.

Luego de media hora llegué a mi trabajo. Entré por la puerta trasera del restaurante y me dirigí hacía un cuarto pequeño en donde las meseras podíamos cambiarnos y vestirnos con el uniforme que consistía en una camisa blanca, un pantalón formal negro, chaleco negro y zapatos negros de tacón bajo. En lo personal odiaba los zapatos de tacón, eran demasiado femeninos, incómodos y solo las mujeres perdidas lo usaban. Demoré cerca de un mes en aprender a caminar con ellos.

-Amanda -sonreí al ver llegar a Isis, una de mis compañeras de mi turno.

Una de las cosas buenas que tiene el trabajo, además del dinero y la posibilidad de alejarme de casa durante unas horas, es la compañía de Isis. Estamos juntas durante el turno de la noche y hablábamos poco, sin embargo, creo que es la única persona a la que puedo llamar amiga. También es la única que me llama Amanda, un nombre que ella me dio ya que considera que es mejor para mi.

-Hola -sonreí tímidamente.

-Luces algo cansada, ¿estás bien o te hizo algo? -muy a mi pesar le había hablado de lo que pasaba en mi casa. Ella había dicho que debía ser firme e impedir que siguieran, pero no pude. Nunca podré decirles que paren.

-Estoy bien -mentí de forma poco creíble.

-Sabes que no es así -alzó una ceja y me miro seriamente- Amanda... -no pudo continuar porque Antha, la chica a la que debía relevar, entró y me miró directamente.

-Contigo debía hablar, necesito pedirte un favor.

-Dime.

-¿Mañana podrías entrar un par de horas antes? Es que necesito hacer algo urgente y el jefe me dijo que hablara contigo. Te devolveré las horas cuando quieras.

-Si, esta bien -respondí sumisamente.

-Gracias querida. Acabas de salvarme.

Antha fue a cambiarse y mire a Isis. Ella se encogió de hombros y señaló la puerta.

-Mejor vamos a trabajar -asentí y la seguí en silencio.

Lady Vulturi IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora