33. Florencia

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JANE POV

Me estire perezosamente en el asiento mientras contemplaba el palacio Vulturi a la distancia. Por alguna razón me estaba costando conciliar el sueño y el cansancio estaba empezando a ser evidente. No quería pedirle a Carlisle unas pastillas para dormir porque si se presentaba una emergencia sería muy difícil despertarme, algo que no me agradaría. Tenía dos teorías para mi insomnio: el recuerdo de Thomas estaba torturandome o necesitaba liberar la tensión por medio de mi don. Quería ser una buena persona, mi don era muy sádico y no quería usarlo constantemente, ya no. Para mi desgracia había abusado demasiado de el y ahora era como una droga, molestandome si no lo usaba en mucho tiempo. Por suerte tenía a alguien que me ayudaría a estar mejor: Benjamín.

Según la información que me llegaba desde Volterra, Benjamín actuaba como un niño insoportable, todo el tiempo estaba quejándose y maldiciendome. Descubrir que él y Amún habían forzado a Elizabeth a manifestar su don, era la excusa perfecta para una sesión de tortura que aliviaría mi malestar. Había momentos en los que quería matarlo y liberarme para siempre de él, pero mi bruja interna me decía que no era buena idea, ya que si lo dejaba vivir, podría torturarlo ocasionalmente y aliviar la rabia y el dolor acumulados durante diez años.

El auto se detuvo y vi que estábamos delante del palacio. Peter salió del auto y abrió la puerta que estaba a mi derecha. Salí del auto, me puse en pie y caminé lentamente, sin preocuparme por recoger la maleta. Podría cambiarme pero no quería perder tiempo valioso, estaba decidida a quedarme lo justo y necesario para volver junto a Elizabeth. Pensar en ella me hacía sentir rabia por mi ex esposo.

Apreté los puños y atravese corriendo el gran salón para llegar a la puerta que conducía a las celdas, ubicadas en el subsuelo. Bajé las escaleras a gran velocidad, ignorando las miradas de los guardias que cuidaban esa parte del palacio. El ruido de mis tacones en el suelo y el latido frenético de mi corazón en mi pecho eran los únicos sonidos que podía percibir. Me sentía nerviosa y ansiosa al mismo tiempo sin saber por qué. Llegué a la celda de Benjamín y alcé una ceja al ver su estado. Su piel estaba más pálida de lo normal, diversos cortes adornaban su rostro y torso desnudo, había ojeras debajo de sus ojos y su mirada estaba vacía. Verlo tan demacrado me hizo sonreír fríamente. Abrí la puerra de la celda y nuestras miradas se encontraron. El odio y el desprecio se apoderaron de sus ojos marrones. Una risa amarga brotó desde el fondo de su garganta.

–¿Qué quieres bruja? –preguntó con odio.

–¿Tan rápido cambias de opinión respecto a mi? Recuerdo que la última vez que nos vimos tratabas de seducirme, ¿acaso es porque no me arregle como una buena esposa debe hacer?

–Me están maltratando día y noche y, ¿tú esperas que trate de reconquistarte? Estás loca. No soy un idiota que pierde el tiempo en causas perdidas.

–Creo que es la primera cosa coherente que te oigo decir. Tal vez el encierro y la tortura te vuelven inteligente, aunque claro, nada de lo que hagas va a comprar tu libertad.

–Eres una perra.

–Gracias –sonreí y me acerqué a el. Lo vi alzar una ceja y sentí como su respiración se aceleraba al sentir mis manos abriendo sus pantalones. Reí al ver la cicatriz que tenía.

–¿Ahora te divierte el dolor ajeno?

–Soy una persona sádica –sonreí sin dejar de mirarlo–. Me encanta provocar dolor, sobretodo a aquellos que lo merecen. En este caso me gusta admirar mi obra de arte –agregué con una voz melosa, casi seductora.

–Eres una maldita perra –su saliva impactó en mi rostro y reí, le dediqué una mirada angelical y al instante sus gritos sonaron como música para mis oídos.

Lady Vulturi IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora