78. El testamento

79 6 8
                                    

SHAKIRA POV

No quería ir, no quería hacerlo, realmente no quería, pero por una vez decidí ser sumisa y dejarme llevar por la corriente.

El día amaneció gris, anunciando que iba a llover en cualquier momento. Parecía una maldita broma que lloviera justo hoy, cuando debíamos ir al cementerio para enterrar a Jane. La conocía, o al menos intenté conocerla hace años. Ella era una leona, una amazona burguesa de cabello rubio y ojos azules. Ella se burlaba de todo y odiaba a las personas débiles y lloronas, algo que heredé de ella y era una de las pocas cosas que no me avergonzaba admitir. No era vidente, ni hablaba con los muertos, tampoco deseaba hacerlo, pero estaba casi segura de que a Jane no le gustaría que lloviera el día de su funeral, a fin de cuentas, era un día importante. La habían vestido con sus mejores galas, el mundo entero hablaba de ella y personas que ni siquiera le deseaban un feliz cumpleaños estarían presentes para llorar su partida, como yo, quien ya tenía unas gotitas para llorar en el momento indicado.

Me había despertado temprano, más de lo normal, por eso pude ver el amanecer. Con un suspiro, me cubrí con mi bata de dormir y salí al jardín de la mansión. Algunos me llamarían cobarde por haber huido a Tokio ni bien terminé el segundo semestre en la Ramón Llull, pero yo lo llamo una retirada inteligente, un retiro espiritual para volver y causar más destrozos, un espionaje silencioso del mundo para atacarlo donde más le duele. Pero todo se fue al infierno con la muerte de Jane. Se supone que ahora debo estar de luto para ser buena persona o convertirme en una perra sin sentimientos, prefería la segunda opción. Prefería cancelar algunos conciertos y reprogamarlos para la semana que deje libre por la boda de Eliza, antes que cancelar todo para fingir algo que no siento.

Durante mi retiro voluntario no solo me dediqué a estudiar, como una nerd sin vida social, para correr al mismo nivel que mis compañeros japoneses, sino que permití que se me pegaran algunas cosas del budismo, a pesar de que estoy en contra de la religión. Algo que aprendí, fue a concentrarme en mi energía, a buscar mis fortalezas y mis límites, algo que fue fundamental para que aprendiera a controlar el clima. Después de muchas horas de prácticas, jaquecas, sangrados en la nariz, fatigas y desmayos, logré que un día soleado se nublara, que una tormenta se convirtiera en una lluvia tranquila y que un día muy frío fuera un día frío pero soportable.

Cerré los ojos, respiré hondo, alcé mis palmas al cielo y me esforce para que las nubes se fueran y le dieran paso a un día celeste. Demore unos minutos pero sonreí satisfecha al ver que lo había logrado. Todos llorarian con o sin sol, pero al menos las cámaras tendrían bastante luz para captar bien las lágrimas, además de que los pobres londinenses podrían disfrutar de un día agradable

No estaba dispuesta a teñirme el cabello, pero era capaz de usar una peluca negra como respeto hacia los demas, además de que no se vería bien que la primogénita fuera con el cabello violeta al funeral de su madre. Usaba un vestido negro, unos centímetros por debajo de la rodilla, con escote redondeado y sin mangas. Tenía zapatos de tacón negros, guantes negros para ocultar mis uñas de colores, lentes de sol negros y un labial rosa pálido. Me veía horrible, aburrida y deprimente. El vestido era algo suelto y recto, por lo que era difícil adivinar las curvas de mi cuerpo. Tuve la tentación de ponerme medias de nylon blancas, pero eso sería muy infantil. Por una vez en la vida me veía sobria y discreta. Estaba por sufrir un ataque y debía hacer un gran esfuerzo para no arracarme la ropa y vestirme algo con mas color, pero no podía porque lo correcto era usar estas prendas sin gracias que me hacían ver veinte años más vieja. Mi único consuelo es que mi sostén era fucsia y mis bragas eran rojas, a pesar de que el vestido me hiciera ver menos sexy que Minnie Mouse.

Todos debíamos ir al funeral, excepto los trillizos de Rosalie que se quedarían con una niñera, ya que eran muy jóvenes para ir a un funeral. Sentía algo de envidia por ellos, pero se sentía bien no ser una niña, no quería pasar padecer los cambios de la pubertad otra vez.

Lady Vulturi IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora