80. El despertar

55 5 7
                                    

JANE POV

–¿Esto es mi salvación? –miré el pequeño frasco con desconfianza.

—Así es –Magnus asintió–. Bebelo de un sorbo, el efecto será inmediato. Esto tiene el poder de reducir al mínimo tus signos vitales, cualquier médico que te examine dirá que estás muerta.

—¿Estás seguro de que funcionará? No quiero morir, solo quiero matar a ese hijo de puta sin que nadie se entere.

–Jane –él apretó mis hombros con fuerza y me miró con sus ojos de gato–, una vez me salvaste la vida y siempre me apoyaste cuando más lo necesite, yo jamás olvidaré eso. Acabas de pedirme ayuda y eso es lo que estoy haciendo. Soy el Gran Brujo de Brooklyn, jamás he fallado con algo –tomó el frasquito y lo agitó delante de mis ojos–. Bebelo y todos creerán que estás muerta.

Volví a mirar el frasco pensando en los pro y en los contra de beberlo. Alice me aseguró que no pasaría nada. Peter y Dylan también me apoyaron. Magnus sonrió para animarme y suspiré.

–Van a enterrarme y harán un funeral digno de una reina. En el funeral alguien dejará un teléfono para que pueda llamarlos al despertar.

Al principio todos estuvieron de acuerdo, pero después empezamos a discutir los detalles para que todo saliera bien.


Intenté abrir los ojos, pero una pesadez me lo impidió. El aire es sofocante y esta oscuro. Durante un minuto tuve miedo ya que creí que estaba ciega, quise pasar una mano delante de mis ojos, pero no había mucho espacio para moverme. Traté de sentarme y mi cabeza chocó contra una pared que parecía de madera, pero era suave como la seda y tenía algo suave que amortiguaba el golpe. Empecé a tantear a mi alrededor y descubrí que estaba en una especie de caja, o un ataúd, para usar el término correcto.

El recuerdo de la última conversación que tuve golpeó mi memoria. Estoy encerrada en un ataúd, así que debía apurarme antes de quedarme sin aire. Era difícil moverse en un espacio tan reducido y oscuro, pero tal como les pedí a Alice, Magnus y mis guardias de confianza, había un teléfono debajo de mi espalda, en el lado derecho de mi cuerpo.

Al encenderlo, tuve que parpadear bastante para poder acostumbrarme a la luz del teléfono. Busqué el ícono de mensajes y le envié uno a Peter para que me saquen del ataúd. La sonrisa de mi rostro empezó a desaparecer cuando vi que el mensaje no se enviaba. Con preocupación, traté de enviar un mensaje para ver si el problema era la falta de saldo, pero tampoco se envió. Parpadeé preocupada y con horror vi que no tenía señal, ergo, moriría de verdad porque los mensajes nunca se enviarían y nadie vendría a rescatarme.

–¡Ayuda! ¡Saquenme de aquí! –en medio de un ataque de pánico empecé a gritar y a golpear el techo del ataúd–. ¡Alice! ¡Peter! ¡Dylan! ¡Saquenme de aquí! –no me importaba si me quedaba sin voz, o si mis cuerdas vocales se dañan en el futuro, necesito gritar lo más fuerte posible para salir de aquí–. ¡Ayuda!

Esto no puede estar pasando, no ahora. El plan fue cuidadosamente planeado y estudiado, todos saben qué hacer. Yo debo llamar y ellos me vienen a buscar, pero si no podía comunicarme moriría de verda. ¡Maldito teléfono de porquería! ¿Por qué no es capaz de captar una maldita señal por unos segundos?

–¡Ayuda! –volví a gritar más fuerte.

No quiero morir, no aún. Mi vida a veces es tediosa, pero quiero vivir. Necesito salir de este ataúd, necesito vivir. Lágrimas calientes corrieron por mis mejillas, quemandome lentamente. Volví a gritar, cada vez más fuerte, con la esperanza de que alguien me escuchara. Los latidos de mi corazón empezaron a acelerarse, mi pecho empezó a doler, mis pulmomes ardían y empecé a marearme. Me estaba quedando sin aire y el fin era inminente.

Dicen que al morir, ves tu vida pasar, pero eso es mentira. Nadie que muera puede revivir y decir si eso es verdad o no. Lo único que podía hacer era pensar en mis hijas. Los rostros dulces e inocentes de mis niñas fue lo primero que vi. Sus miradas y sus rostros infantiles oprimieron mi pecho. El crecimiento de Shakira fue una tortura, la ilusión de Elizabeth también me atormentaba. Pase tanto tiempo encerrada en mi misma y me perdí la oportunidad de disfrutar de ellas, mis pequeñas niñas. Tanto esfuerzo para tratar de cuidarlas y otra vez iba a fallarles, solo que esta vez fallaría para siempre. Condenaría a Shakira, le haría lo mismo que Aro me hizo a mi, y como daño colateral haría sufrir a Elizabeth. ¿Qué clase de monstruo soy?

Dicen que en los momentos de desesperación uno encuentra a Dios. Yo tenía bastantes problemas con ese señor imaginario que nos domina desde el cielo y nos dice que todos somos pecadores desde que nacemos. Nací en la Inglaterra católica, viví en una Italia fuertemente católica, la religión siempre estuvo a mi alrededor, pero me alejé de ella cuando me cansé de creer y empecé a cuestionarla. Tal vez este era un buen momento para hacer las paces con Dios.

En medio del delirio y la desesperación, viendo que la ayuda terrenal no me estaba dando buenos resultados, empecé a bucear entre las aguas negras y profundas mi memoria para pedir ayuda divina.

–Dios te salve María llena eres de gracia el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la ahora de nuestra muerte.

Susurré usando mis últimas reservas de oxígeno. No sabía si esa era la correcta, pero por las dudas empecé a recitar todas las que recordaba. Alguna debía funcionar, alguna cosa bien tuve que haber hecho para ganarme el derecho de ser escuchada. No quería ir al cielo, el infierno era más divertido, pero tampoco quería visitarlo y pagar todo el mal que hice. Estoy muy comoda con los vivos.

–Yo lo merezco. ¡Ayúdame! Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

>>Pésame, Dios mío, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido. Pésame por el Infierno que merecí y por el Cielo que perdí; pero mucho más me pesa, porque pecando ofendí a un Dios tan bueno y tan grande como Vos. Antes querría haber muerto que haberos ofendido, y propongo firmemente no pecar más –lo cual será difícil porque nací para el pecado–, y evitar todas las ocasiones próximas de pecado. Amén.

>>Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.

Funcionaría, algo de eso debía servir. Para no rezar desde hace siglos, bastante frescas las tengo. Eran obsoletas y mecánicas, pero no sabía qué más hacer. No quiero morir, realmente no lo quiero. La vida es más interesante, necesito volver a ver a Elizabeth, a Shakira, a Alec... ¿Cómo puedo dejarlo? Somos gemelos, dos partes de un todo, no quiero dejarlo, lo necesito y sé que él también me necesita.

Dios, por favor, no me lleves, aún no estoy lista para irme. Me cuesta respirar, cada vez siento menos aire entrando en mis pulmones. No quiero irme, aún soy muy joven para morir. Me estoy muriendo y ya no puedo respirar. Hice un último esfuerzo para gritar, pero ni siquiera podía escuchar mi voz propia voz. La oscuridad se apodera de mi y no hice nada para apartarla. Con las últimas fuerzas que me quedaban, busqué los rostros de mis hijas y les pedí perdón por todos los errores que cometí, perdón por no ser la madre que necesitaban, perdón por no darles todo el amor que merecen y perdón por dejarlas.

Lady Vulturi IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora