63. Magnus Bane

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–¿Magnus? ¿Magnus Bane?

–Ése soy yo.

El hombre que bloqueaba la entrada era alto y delgado como un raíl, y los cabellos, una corona de espesas púas negras. Clary supuso, por la curva de sus ojoa somnolientos y el tono dorado de su piel uniformemente bronceada, que era en parte asiático. Llevaba vaqueros y una camiseta negra cubierta con docenas de hebillas de metal. Sus ojos estaban cubiertos de una capa de purpurina negra, que le daba el aspecto de un mapache, y tenía los labios pintados de azul oscuro. Pasó una mano cargada de anillos por los erizado cabellos y les contempló pensativo.

(Ciudad de Hueso, Cassandra Clare)

SHAKIRA POV

–¿Te duele? –preguntó mientras tocaba mi brazo con suavidad.

–No mucho. El abuelito dijo que usara esto –le mostré la tira negra que envolvía mi brazo y mi mano–, también me dio un dulce amargo y una paleta de colores por no llorar.

–Perdón.

–Tranquila Lisi, estábamos jugando. No es tu culpa que ese gigante feo me pego –sonreí y traté de calmarla. Vi unos perritos en el piso y me acerqué al borde de la cuna para verlos mejor–. ¿Y eso?

–Una señora amable me los regaló. Quería darme uno, pero se puso feliz cuando le pedí dos, así podías tener uno.

–¿Crees que mamá nos deje tenerlos? Son muy lindos.

–Sí tú lo pides no lo hará, eres muy mandona y no te hará caso. Voy a hablar con abuelita Esme para que mamá nos deje tener a los perritos.

Le saqué la lengua y miré a los perritos. Eran muy pequeños y bonitos, seguramente sería lindo tener un perrito, sería otro amigo para jugar.


Abrí los ojos y traté de ubicarme. Una mano morena descansaba sobre uno de mis pechos. Confundida, descubrí que estaba compartiendo la cama con dos hombres mayores que yo. Lentamente, salí de la cama y me vestí a gran velocidad. Al mirarlos, hice una mueca, ¿desde cuándo tenía tan mal gusto? Debería ser más selectiva y elegante a la hora de abrirle las piernas a los extraños.

Entre el alcohol y el sueño de Elizabeth me sentía bastante agotada. Debía parar con esta rutina de desenfreno, yo no soy así. Extrañaba la seguridad de mi cama, el calor de Rocky y la suavidad de mis pijamas de ositos. Esta vida de vagabunda nocturna es excitante, pero ya me estaba aburriendo, como todo lo que me rodeaba. Por inercia, encendí el auto y empecé a conducir hacia el lugar que compartia con mi prima.

La alegría que sentí al ver a Rocky se convirtió en preocupación. Lo conocía muy bien y sabía que estaba teniendo dificultades para respirar. Con cariño, lo tome entre mis brazos para cargarlo y mimar lo como siempre lo hacía. Empecé a acariciarlo, pero unos cuantos mechones grises se enredaron en mis dedos. Esto era preocupante, él siempre perdía algo de cabello, pero nunca lo hacía en grandes cantidades. Lo abrace más fuerte, con miedo a perderlo.

El recuerdo de el sueño me hizo temblar. ¿Cómo puede pasar tan rápido el tiempo? ¿Cómo es que puedo gozar de una juventud eterna mientras a mi fiel compañero se le escapaba la vida con cada segundo que pasaba?

–No me dejes, por favor. Eres lo que más amo en la vida. Mi Rocky, mi amigo, mi compañero, mi todo, por favor no me dejes. Moriré sin ti.

Busqué en mi memoria todos los recuerdos que poseía de él, no obstante, había un muro que me impedía acceder a los recuerdos de mi primera infancia, los recuerdos que compartía con Elizabeth. Recordaba llegar a Londres y el viaje a Río, pero antes de eso todo era una nebulosa confusa que envolvía el rostro de mi madre, el de mis abuelos, todo lo que me rodeaba era confuso. Veía a Rocky y a Lady, pero sentía unos pinchazos en mi cabeza cada vez que intentaba enfocar a Elizabeth.

Lady Vulturi IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora