Capítulo 7

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Helling nos condujo, por segunda vez en la semana, al laberinto de pasillos que desembocarían en su invento

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Helling nos condujo, por segunda vez en la semana, al laberinto de pasillos que desembocarían en su invento. Y, tras el sinuoso recorrido, nos reencontramos con su imponente maquinaria. Prendió la luz y la pude observar con más detenimiento que la vez anterior, en la que sólo me preocupaba por encontrar a la mujer perfecta: el dispositivo era una caja de acrílico transparente de la cual se desprendían dos inmensos tubos amarillos elásticos, que desembocaban en un generador de energía y una caja negra plagada de cables.

—Ahora bien, solucionemos esto de una vez por todas. Mi máquina necesita descansar para seguir creando vida mañana. El dinero no viene solo, muchachos.

El hombre llamó a Clary con su mano y le indicó que se pusiera de pie junto a la caja negra, dentro de la cual se encontraban algunos cables sueltos. Encendió el trastero y, intercalando gritos por patadas eléctricas (pese a sus guantes tratados para ese fin), sujetó dos cables: uno, anaranjado y el otro de un celeste intenso. Ese desvío me preocupó ya que, de no ser tan perspicaz y detallista como yo, pocos lo notarían y aquello podría significar un gran cambio... O no.

—Doctor —me atreví a advertirle.

El doctor se volteó hacia mí, desconcentrando su atención en lo que era de veras importante. Su cara de hastío y preocupación por mi grito me hizo arrepentir de haberlo hecho de ese modo, tan brusco, tan poco racional.

—¿Qué sucede? —su semblante se paralizaba, a la espera de una respuesta.

—Nada importante —mentí—. Sólo que... estoy preocupado por lo que pueda pasarle a Clary.

—Voy a estar bien, ya lo verás —se entrometió ella, soplando un mechón de su melena oscura para quitárselo del ojo, para después dedicarme una sonrisita socarrona, una de las primeras características que le otorgué al programarla, y una de las que más me gustaba.

—Entonces, si nuestro amigo de alborotada cabellera no nos interrumpe más, continuemos Clarissa —concluyó el doctor, con una sonrisa.

Tiró de cada uno de los cables y los acercó al cerebro de la chica. Cada uno de ellos humeaba debido al alto voltaje y se fijaron a ambos lados del cerebro de Clary conectando lo que, según el doctor, se ha de llamar lóbulo occipital con el frontal.

El espectáculo fue único y aterrador. Ver el cuerpo de la joven que más amas en el mundo zarandeándose a la merced del invento de un científico loco no es una buena escena. Esta vez, el proceso duró más de la cuenta, mas yo me entretuve al observar en la pantalla del doctor, las ondas cerebrales de Clary.

Tras un largo período de electricidad, el doctor elevó una palanca para ponerle fin a la experiencia. Cuando le pregunté cuánto le debía por lo ocurrido, asumiendo que respondería el famoso «No es nada, es parte del servicio», su respuesta me asombró:

—Se te cargará en tu cuenta bancaria en dos cuotas de igual valor que las anteriores —respondió, sonriente.

—Espero que todo este gasto haya valido la pena...

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora