Capítulo 61

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—Siéntate aquí —me ordenó el reducidor, con gestos groseros, señalando con su áspera mano el sillón que me tocaría ocupar

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—Siéntate aquí —me ordenó el reducidor, con gestos groseros, señalando con su áspera mano el sillón que me tocaría ocupar.

La sala se vio inmensa en un silencio sepulcral. El aroma a marihuana que desprendía el minúsculo cigarro impregnaba todo el lugar. Tan inmovilizado me encontraba en aquel momento, tan dócil e incapaz de contradecir siquiera con el pensamiento sus palabras, que olvidé los efectos alucinógenos a los que podría verme sometido y respiré con naturalidad, disfrutando, incluso, del veneno que atacaba a mis pulmones. Nemo aceptó un cigarro también, más por cortesía que por gusto, lo que se dejaba entrever por las cenizas que él mismo arrojaba al sofá.

—Debo confesar —comenzó nuestro hospedador— que la pieza que me enviaste fue un gran desafío para mí. Tú sabes que no soy erudito en objetos que valgan menos de mil dólares, mas tu paga lo compensaba de alguna manera. Agrego, también, que encontrarme con una copia auténtica para comparar fue aún más difícil. Miles de plaquetas de lata incursionaban el mercado negro, de esas falsificaciones que los jóvenes de hoy en día osan de mostrar como culto a la muerte sin saber su verdadera significación.

»Al menos, mi experiencia me compensó el tiempo que mi mala fortuna había derrochado. Al analizarlas a fondo, no me cabió dudas de que aquella no era como las demás.

Un brillo comenzó a desprenderse de los ojos de Nemo, a la vez que incitaba con sus ademanes a llegar al fondo del asunto. Su interés se yuxtaponía a mi temor, el cual se opacaba por una sonrisa y una posición calma fruto del dopaje. El reducidor no desvió ni un segundo la vista de la medalla, al igual que nosotros dos, por lo que dudo que se haya percatado de mi cambiante actitud.

—¿Cuál es el veredicto final? —inquirió Nemo, lanzando una fugaz y sutil mirada a su reloj de muñeca.

—Es auténtica —dijo, por fin, el interrogado.

Sus palabras retumbaron por toda la sala. Mi corazón comenzó a palpitar sin saber siquiera la razón y mis sentidos se afianzaron a la espera del peligro. Sin embargo, nada ocurrió. El lugar permanecía tan turbulento y acogedor como lo había estado desde el comienzo; las actitudes de los hombres también revelaban la misma quietud. Fuera lo que fuera, aquel era el significado que ambos hombres esperaban encontrar. Su complicidad aumentaba mi perplejidad y más de una vez me vi tentado a gritar exigiendo una explicación, incapaz de permanecer en calma frente a semejante interrogante. Si bien mi disyuntiva era bastante importante, opté por usar el silencio como arma de ataque y mis oídos como escudo de guerra. Allí estaba yo, forzando mis tímpanos para oír suspiros ininteligibles, forzando mi mente para convertir mis cavilaciones en certezas.

Por fin, tras un extenso período de silencio e inercia, los dos hombres dirigieron su mirada ante mí. Mis ojos, sorprendidos ante la intensidad de los otros cuatro, no pudieron ocultar el terror que sentía. La explicación que vendría a continuación sería, sin dudas, determinante. Era momento de conocer mi destino.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora