Capítulo 119

12 5 0
                                    

Ni bien la puerta se abrió, me topé al instante con dos grandes sorpresas: la primera —y la más predecible, a juzgar por lo que había oído— fue el cuerpo de la señora Giraud desplomado en el piso, con un tiro en la frente que aún continuaba sangra...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ni bien la puerta se abrió, me topé al instante con dos grandes sorpresas: la primera —y la más predecible, a juzgar por lo que había oído— fue el cuerpo de la señora Giraud desplomado en el piso, con un tiro en la frente que aún continuaba sangrando; la segunda, a un joven cuyo rostro no reconocí de inmediato, mas que me sonaba de algún lado. Los tres se concentraron en mí, por lo que sentí la incomodidad de seis ojos atosigándome.

—¿Qué ha ocurrido aquí? —inquirió el joven que estaba al mando.

—Frank Giraud me encerró para concretar sus maquiavélicos planes, de los que no dudo que estés al tanto —me limité a decir.

Los tres asintieron en silencio ante mi réplica. A continuación, me indicaron con un gesto que los siguiera hasta su vehículo, no sin antes extenderme una muda de ropa que pertenecía a Frank y que se ciñó a mi cuerpo de inmediato, más de lo que me habría gustado. De este modo, respirando como podía, avancé tras sus pasos, hasta alcanzar un par de motocicletas aparcadas del otro lado de la acera. Los dos hombres rudos subieron a una de ellas; el otro crío y yo ocupamos una segunda. El crío me lanzó una mirada mordaz ni bien comprendió que yo no era capaz de mantener el equilibrio.

—Los niños ricos no andan en motocicletas —profirió él, entre risas—. Pronto te acostumbrarás, ténlo por sabido. Si yo pude aprender, tú también.

—Disculpa, ¿te conozco? —no pude contenerme, por lo que arrojé mi pregunta a quemarropa.

—Solemos creer que conocemos mucho de muchos —repuso, con su filosofía barata.

—Tu juego de palabras me recuerda a Winston Churchill —condené.

Cuando por fin nos pudimos poner en movimiento, y con los cascos oscuros que protegían nuestras identidades, avanzamos por la carretera, hacia un destino que sólo yo desconocía. El crío mostraba las destrezas de un principiante, por lo que acabamos rezagados en varias ocasiones. Los tipos rudos llegaron a sacarnos dos cuadras de ventaja, que recuperamos gracias a un semáforo en rojo.

—Y pensar que hasta hace unos días yo me preocupaba por leer cómics y ver Star Wars y ahora debo perseguir a unos hombres por toda la maldita ciudad.

Entonces pude reconocer a aquella voz que había escuchado en televisión un par de veces. Ahora, voz y rostro tenían un nombre. Aquel rechoncho jovenzuelo se había aparecido hacía poco luchando a favor de la liberación de los clones. Aquel niñato no era, nada más ni nada menos, que un esbirro de Themma. La idea me sobresaltó e intenté descender de la moto de inmediato, consciente de lo que me esperaba al final de aquel camino. Mi exnovia había contratado a sicarios personalizados, que ahora nos dirigían hacia su madriguera. Pese a mis intentos, el conductor no tuvo piedad y arrancó antes de que el semáforo cambiara de color, presintiendo que algo andaba mal.

—¿Qué haces, imbécil? —me preguntó, entre gritos, mientras maniobraba su motocicleta recorriendo un zigzagueante camino, cuidando de mantener siempre el centro de gravedad.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora