Capítulo 96

24 7 4
                                    

Era estoico que, tras la persecución, ambos acabásemos planchados sobre el piso

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Era estoico que, tras la persecución, ambos acabásemos planchados sobre el piso. Tras haber procurado traspasar el muro cual empalizada, mis órganos se habían achicharrado dentro de mí, hasta el punto que si llegaba a sacudirme podría empezar a bailar la Macarena, ya que maracas no faltarían. El terreno bucólico era una propiedad privada y, dentro de este, un grupo de animales pastaba con parsimonia. No se mostraron furibundos cuando invadimos su espacio; se limitaron a hacerse un lado y compartir la parcela, algo tan habitué en el resto de los seres vivos y tan atípico para nosotros. Mi piel habíase tornado de un candor extremo, en parte por el dolor, en parte por la pierna de Themma, que golpeaba con su bota mi espalda, en la tratativa de inmovilizarme y causarme mayor daño. En contrapartida, ella permaneció un largo rato tratando de quitarse algo que tenía enquistado en su brazo. Esperé una filípica que nunca se dio; parecía ser que me odiaba hasta el extremo de no querer dirigirme la palabra. Supuse que sus amigos saldrían pronto de la floresta, al llamado de su jefa, a quien de seguro le lamían las botas.

—No te atrevas a moverte de tu sitio —me amenazó ella, como si en mi estado pudiera hacer algo más que gemir de dolor—. Ahora regreso. Sé dónde te encuentras —me recordó, señalando su cerebro.

Una pequeña garúa comenzó a agitar al pequeño campo. Mis lágrimas de sufrimiento hacían juego con la humedad del lugar. Mis huesos, todos resquebrajados, me habían convertido en un muñeco de goma, fofo y grácil. No quiero ser gazapo, no podía comportarme como un héroe en aquella ocasión. La pequeña tregua y la lejanía de mi archirrival convirtieron en jocundo mi descanso. Las jeremiadas salían de mi boca a troche y moche, siempre entrecortadas, ya que ni de eso me habían quedado ganas. Debía ahorrar esfuerzos para mi última lid. Algo se me ocurriría, estaba seguro.

Themma regresó junto a un hombre de pecho y piernas pilosas que contrastaban con su cabeza mocha y brillante. Ambos se acercaron en silencio hacia mí, armas en mano. El desconocido vestía a lo campestre, parecía ser el dueño del establecimiento. Su andar nada premioso se justificaba en el temor que Clarissa tenía en mí; «Está sobrevalorándome» reconocí, con emoción. Ya enfrente de mí, el hombre experimentó una verdadera metamorfosis: su cabello comenzó a crecer rubio y hasta la nuca, su panza se esfumó y fue reemplazada por un cuerpo atlético y los kilos de pelos fueron absorbidos como por arte de magia. Allí, frente a mí, se encontraba uno de los esbirros de ella. El primor de su rostro habría hecho pensar a cualquiera en que aquel joven podría ser cualquier cosa menos peligroso, mas cuando tienes el cañón de su pistola contra tu espalda ya no puedes creer lo mismo. Mostraba una munificencia y admiración por su jefa hasta el punto de mostrarse dócil.

-No podemos matarlo aquí mismo, llamaría demasiado la atención. Yo propongo una muerte larga y dolorosa para la persona más mundana y despreciable de este planeta —anunció ella, entre risas—. Súbelo a la camioneta —le ordenó a su súbdito— dentro de este saco y cuida de que nadie te vea. No quisiera verme obligada a matarlo antes de que el resto de los muchachos conozcan a David —acotó, con el ceño fruncido por la preocupación.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora