Capítulo 77

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El asiático no tuvo pudor en quebrarse en llanto justo frente a mis ojos

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El asiático no tuvo pudor en quebrarse en llanto justo frente a mis ojos. No me pidió disculpas, tampoco me hizo falta. Su tristeza inundaba todo el ambiente. Dudo demasiado de si hubiera montado el mismo numerito con sus hombres. Tardó un rato en reponerse de sus emociones. Sólo entonces se remitió a tomar su lista, que había caído de la mesa, alisó las hojas como pudo, encendió un puro y me ofreció otro -el cual rechacé- a la vez que trataba de recuperar su voz.

-Tu misión será encontrar a Helling y llevarlo contigo al sitio que se te indique. Recuerden llevar con ustedes la preciada máquina. Tendrán a cargo la tarea de clonar a nuestros mejores hombres.

-¿Por qué no los hacen crear y ya? Eso fue lo que yo hice -le aclaré.

-Helling no es demasiado confiable en ese sentido -admitió él, entre risas-. Y tu noviecita rebelde es la prueba de ello.

Me entregó un pequeño papel que contenía un código secreto que habría de ser entregado a aquella persona que debería de atenderme al llegar a un callejón y arribar a un sucucho de mala muerte que llevaba el cartel «Peluquería».

Nos despedimos con cierta seriedad, en un momento más que nada embarazoso, siendo conscientes de que nos habíamos visto llorar. «No conoces bien a alguien hasta que no lo vez regodeándose en su propia porquería» fue su frase final.

Realicé el mismo camino que había recorrido para ingresar, atravesando, esta vez en soledad, aquel pintoresco jardincito. Algunos de los hombres, que esperaban una cita con el jefe, jugaban al póquer en una estrepitosa ronda. Al verme, se voltearon hacia mí, extrañados de que yo en una vez había permanecido más tiempo a solas con su líder que ellos en veinte años. Hurgué entre ellos, buscando a Jacob casi convencido de que estaría. Indagué por todas aquellas miradas de odio que encontré descubrí una aterradora realidad: siempre habrá un ser más nefasto que aquel al que todos señalan. Los ojos de los veintiocho presentes penetraban en mis propios pensamientos. Algunos de ellos acompañaban su ira con manifestaciones físicas, tales como golpes a la mesa o gruñidos. Los más torvos permanecían inmóviles, cual zopilotes, esperando el momento indicado para lanzarse sobre su presa ni bien mi corazón palpitante fuera ofrecido a Huitzilopochtli. No supe si habría de saludarlos con una venia o algo por el estilo. Llegué a caminar con el cogote torcido, sin nunca perderlos de vista, no fuera cosa que me abalanzaran sobre mí a la primera oportunidad.

Recibimientos similares me fueron dados en cada lugar que recorría. Los rumores habían corrido rápido y todo el mundo quería saber el porqué mi demora en aquel recóndito sitio. Ninguno se atrevió a preguntarlo a ciencia cierta, salvo uno de ellos, quien parecía el bobalicón del grupo, el chivo expiatorio, quien no tardó demasiado en saludarme y lanzarme su pregunta -generalizada entre todos aquellos que simulaban ocuparse de naderías, pero siempre en silencio, no fuera a ser cosa que se perdieran los detalles- a quemarropa.

-¿Pasó algo entre el jefe y tú? -me inquirió, inoportuno.

-Sólo estaba halagando a todos los muchachotes que trabajan con él, destacando su valentía y diligencia -contraataqué, inflando el pecho, enorgullecido por ver cómo se desfiguraban los rasgos de más de uno.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora