Capítulo 8

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—Al fin llegaron —nos dijo mi madre, consultando su reloj—

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—Al fin llegaron —nos dijo mi madre, consultando su reloj—. Y a tiempo —aclaró—. Veo que han tenido una tarde productiva, muchachos.

Tras haber corrido veinte cuadras o, mejor dicho, intentado alcanzar a Clary por veinte cuadras, necesitaba un descanso. En el contrato no figuraba su velocidad, la que duplicaba la de un ser humano normal. Me quité de un tirón los zapatos mientras que ella se cambiaba en mi cuarto. Deberíamos resolver el problema de los tiempos lo antes posible.

—¡¡La cena, la cena!! —otra vez, las cacerolas ruidosas, mi grito de furia y la respuesta impasible de mi madre—. Los macarrones con queso no son para menos, querido.

Cinco minutos después al llamado, lo que representaba un gran pecado para la puntualidad de mi madre, apareció Clary, estrenando su ropa nueva. Durante la cena, mamá no dejó de consultar su teléfono, luego de haberme recalcado tantas veces que no toleraría un celular en su mesa. Se lo hice ver, y su respuesta fue una mezcla de desagrado con una pizca de disculpas.

—¿Recuerdas a Stuart, tu tío de Argelia? Al parecer, ha conseguido un donante de corazón que le ha salvado la vida —confesó, emocionada.

—Eso no es posible —desconfié—. Nadie sería tan suicida como para hacer eso.

—Al parecer —prosiguió—, un tal Tanner accedió a ello.

El noticiero continuó con el próximo informe, y la boda de un príncipe real cambió ciento ochenta grados el tema de la conversación. Clary miraba todo con asombro, sin dejar de engullir los deliciosos macarrones.

—El Príncipe Adwin, de Jordania —inició el locutor—, solicitó recientemente al Doctor Edward Helling la creación de una mujer con la que concretar su alianza el pasado martes. El pueblo, aunque aún desconfía de la humanidad de Hellie, no se ha resistido a sus encantos- en verdad, su tez morena y sus labios carnosos le daban una belleza inigualable.

—¿Por qué hacen eso? —preguntó Clary, de pronto, recordándonos que aún estaba presente.

—No lo sé, supongo que será divertido —me animé a decir.

—Disculpen —se excusó Clary—, pero es demasiado tarde para mí. Creo que me iré a dormir —se levantó de su asiento y se dirigió hacia mi habitación.

—Espera —intentó retenerla mi madre—. Aún queda el postre.

—Si es así —concluyó ella—, tendrán más para ustedes.

En unos instantes desapareció, se puso su pijama y apagó la luz de la habitación. Mi madre, anonadada, apagó el televisor y se dirigió a mí con gesto confidencial.

—¿Acaso hice algo malo?

—No te preocupes —la calmé—. Iré a ver que pasa. Y con respecto al postre, deberías dejarlo para mañana.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora