Capítulo 149

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El capataz aceleró la marcha, obligándonos a seguir sus pasos

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El capataz aceleró la marcha, obligándonos a seguir sus pasos. El repiqueteo de cientos de botas sobre el suelo de madera inundaron el ambiente y las murmuraciones se adueñaron del silencio. Todos presentíamos que estábamos por conocer algo muy gordo. Algo me decía que la historia de mi supuesta huida ya había acabado en boca de todos; el joven rapado se encargaba de esparcir los rumores, añadiéndoles detalles estrafalarios que, sin lugar a dudas, contribuyeron a generar falsas expectativas sobre mí. Percibí que varios de los muchachos intentaban acercárseme, mas se detenían antes de hacerlo. En aquel tira y afloja infinito transcurrió nuestro paso hasta acabar en una nueva sala, que se asemejaba a una enorme sala de proyecciones. El tamaño inconmensurable de la pantalla y la inmensa cantidad de butacas me obligaron a sospechar que el granero había sido construido para simular algo de menor superficie.

Se nos ordenó que ocupásemos nuestros sitios en el asiento más cercano que encontráramos. Me coloqué casi al final, rehuyendo del resto, los que no dejaron de deslizar miradas furtivas aunque tuvieran que girar ciento ochenta grados su cuerpo para hacerlo. Las butacas se encontraban forradas con una tela barata pero confortable. Me hundí sobre la mía, disfrutando de su comodidad. Nathaniel ocupó el asiento de al lado, sin dirigirme la palabra, simulando como que no estaba viéndome. Sin embargo, aprovechó la ocasión para que nuestras manos se encontraran y luego se trenzaran, en señal de su apoyo incondicional. El pequeño me profesaba un seguimiento ciego e incondicional.

El capataz nos dirigió unas palabras introductorias antes de que la proyección comenzara, dándonos a entender que presenciaríamos el modus operandi de ciertas actividades de la organización. A continuación, abandonó la tarima y ocupó un sitio en la primera fila, desde el cual tomó su portátil y reprodujo el video. La pantalla se tornó negra por unos segundos, mientras los bordes de un círculo comenzaban a rotar, señal de que la película estaba cargándose. Debajo podía entreverse de que aquello no dudaría más que unos minutos.

La primera toma fue, sin dudas, impactante. Parecía que quien la había capturado se encontraba a bordo de un avión. El sujeto murmuraba palabras ininteligibles en un idioma extraño, que yo atribuí propio de Oriente, al tiempo que se valía de sus manos para controlar el volante. A través del vidrio pudo verse el extremo superior de las mismísimas Torres Gemelas. Por consiguiente, la inscripción 9/11/2001 que rezaba en uno de los costados no me sorprendió en absoluto. La grabación ponía en evidencia las intenciones del piloto, el cual no hacía nada para impedir una colisión inminente. Gracias a los videos que había visto una vez en un documental en la televisión, reconocí que aquella era la torre que se empotraba en el lado izquierdo.

Los parlantes que colgaban en los vértices superiores de la sala contribuyeron a acrecentar el estrépito producido por el choque. De inmediato, la pantalla se tiñó de colores anaranjados y amarillentos, justo antes de que el avión comenzara a caer en picada a una velocidad inexpugnable. Su piloto, conforme tras haber cumplido su mandato, parecía dirigirse a su lecho de muerte en paz. Las últimas imágenes daban a entender que se estaba quitando la cámara de la cabeza y la colocaba en un sitio oculto en el que luego rebuscarían los demás para algún día poder vanagloriarse de sus triunfos de otrora. El video acabó conjuntamente con la vista de las manos del sujeto y un clic que volvió la pantalla negra de nuevo. En su lugar, la computadora ofrecía la siempre presente opción de reinicio.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora