Capítulo 24

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Regresé a casa con el puño derecho cerrado y el izquierdo ceñido alrededor de una lata de cerveza

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Regresé a casa con el puño derecho cerrado y el izquierdo ceñido alrededor de una lata de cerveza. Mi madre, a quien había puesto al día con mis planes por si acaso me ocurría algo malo, no se asombró con mi fracaso. De hecho, al admitir la rapidez mental de nuestros enemigos, hizo que me viera obligado a apisonar de un golpe mi lata y dejar la casa con un fuerte olor a cerveza rubia.

Michelle Rogers también estaba allí, con sus piernas de publicidad de cremas corporales y un incómodo jean azul que le quedaba de maravilla. Nos saludamos y comenzamos a analizar las nuevas posibilidades.

—Al menos —comenzó mi madre, apiñándose junto a mí en el sofá—, ya sabemos dónde están. Basta con llamar a la policía y acabar con todo esto antes de descarrilar.

—Si fuera tan sencillo, querida, ya lo habríamos hecho. El único inconveniente es que no hubo ningún testigo de la muerte de tu hermano más que tu hijo.

—Yo propondría —dije— que la señorita Rogers se presente esta vez en la residencia, dado a que aún la desconocen. Una vez allí, nos aseguraremos de acabar con ellos... a mi manera.

—¿Y qué haremos?

Me puse de pie y me cambié al sofá de enfrente, lentificando la revelación. Alterné la mirada entre mi madre, Michelle, los grandes ojos de mi perro siberiano y otra vez Michelle.

—Todos conocen tu buena reputación —inicié— y es por eso mismo que te encargarás de contactarte con la joven Emma Helling con el pretexto que sea. Una vez allí, atacaremos a Clarissa en donde más le duela.

—¿Y dónde sería eso, exactamente? —inquirió la periodista.

—Preferiría reservármelo por el momento.

Nos despedimos y el encargado la guió hacia una bonita motocicleta que la esperaba a la joven. La saludamos mientras ella cardaba su cabello hacia atrás para colocarse el casco. El plan ya había comenzado a formarse. A continuación, nos dedicamos a reunir aliados a través de las redes sociales, bajo el nombre de Los Enemigos. Además, varios canales de televisión se ofrecieron para entrevistarnos.


Al día siguiente, cuando abrí la puerta, un relámpago de flashes me cegó por completo. Los reporteros acercaban tanto sus micrófonos a su boca que casi podía sentir el sabor a metal en mi lengua. Mas, al final, la campaña del odio había dado sus frutos.

—¿Qué me dice de la policía, está de su lado? —un periodista comenzó con la entrevista.

—Por favor, acompáñenme a la sala -me ofrecí, más cordial que nunca en mi vida—. Allí estaremos más cómodos.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora