Capítulo 59

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Disfrutamos de una silenciosa caminata hasta llegar a nuestro destino, sin preocuparnos siquiera por la falta de luz ni la soledad de la callejuela

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Disfrutamos de una silenciosa caminata hasta llegar a nuestro destino, sin preocuparnos siquiera por la falta de luz ni la soledad de la callejuela. Un poste alambrado que emitía una tenue y fría luz era lo único que nos separaba de la oscuridad absoluta. Me encontraba atiborrado de tanto silencio e intriga por lo que, fiel a mi carácter impulsivo, no pude soportar más tanta ignorancia.

—¿Adónde vamos? —inquirí, deteniéndome en seco y tomando su hombro.

—Ya te lo he dicho, imbécil —concluyó él, ahíto de recibir interrogantes de un joven de preparatoria.

La bravata en aquel momento no fue sólo el caminar en silencio y asemejar sumisión, sino que también me vi obligado a esquivar varios pozos llenos de agua de resumidero, los cuales empaparon mis pulcras y blancas zapatillas. El humor de Nemo había retomado a su carácter bucólico, en una soledad de pensamiento con la que yo ya estaba acostumbrado. El hecho de capitular con él el futuro de mi vida no me agradaba demasiado. Me mantuve lo más alejado que pude, dándole lugar para cavilar solo y discutir con sus propios pensamientos.

La tienducha del reducidor no era más que un par de ladrillos huecos dispuestos unos sobre otro sin demasiado celo. A lo lejos podía observarse la salida de la misma hacia la dársena, mal oculta con una media sombra plagada de agujeros. Para cualquier ignorante, aquel desgalichado sitio no podía ser más que una vivienda abandonada y corroída, mas dentro de la misma se disputaban disyuntivas y mucho dinero de por medio. Nuestro cruce con un mendigo en la puerta no fue para nada esporádico, sobre todo cuando este nos solicitó el permiso de acceso, el cual Nemo le extendió sin incurrir en mora. Aquel pequeño pedazo de papel, el cual ya había sido dispuesto por el estoico de mi compañero, se pasó de una mano a otra con la rapidez de un ilusionista. El linyera nos abrió la puerta del filón e ingresó detrás de nosotros.

—Bienvenidos a mi comercio. Me han propiciado una larga espera —bromeó él, mezclando frigidez con preocupación.

—Supongo que no te habrás aburrido demasiado, gárrulo —le respondió Nemo—. Debe haber muchos transeúntes por estas zonas. Además, algunos estúpidos feligreses pudieron pasarse por aquí y te habrían otorgado un par de monedas como limosna.

—La solidaridad es demasiado grácil y sobrevalorada —continuó el hombre, mientras removía su maquillaje frente a un espejo y se cambiaba de ropa sin ningún pudor enfrente de nosotros—, es por ello que tú deberás ensalzar mi trabajo con unos cuantos billetes.

Nemo le entregó la paga y el reducidor, mostrando un lado hosco que hasta ahora no había dejado entrever, comenzó a observar uno a uno los billetes que acababa de recibir, verificando su veracidad. Una vez concluido su examen, abrió una enorme billetera y los depositó uno a uno, sólo para asegurarse por última vez que se encontrara la cantidad adecuada.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora