Capítulo 57

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Nos tomamos un taxi rumbo a la calle Franklin

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Nos tomamos un taxi rumbo a la calle Franklin. El costo del mismo estaba descontado, corría de parte de nuestros misteriosos protectores. Esto resultó un alivio ya que, cuando el conductor detuvo su vehículo, los cincuenta dólares que el cuentakilómetros marcaba, casi me infartaron. Nemo extendió la tarjeta de crédito y el banco hizo el resto. Descendimos del vehículo unas cuadras más alejados. El hombre que nos trasladó hasta allí nos saludó con un gesto, deseándonos también una buena noche.

El ambiente era tan silencioso que resultaba aterrador. Unos pocos niños se aglutinaban en una esquina, correteando tras una bola de papel maché. Dos señoras comentaban todos los chismes del barrio, recostadas sobre unas cómodas reposeras. Un perro faldero se paseaba entre sus regazos, reclamante de atención. Una radio mal sintonizada rompía el silencio entre sus palabras murmuradas.

Un linyera que extendía su brazo pidiendo monedas nos guió hacia la tienducha, exigiendo a cambio, un par de billetes. Sus manos llenas de cicatrices y cubiertas de una capa de mugre realizaban movimientos apremiantes, ansiosas por recibir su recompensa por la información brindada. Una vez resarcido, nos acompañó hasta la puerta.

La fachada era demasiado ostentosa para ese populacho. Unos dibujos de planetas adornaban los marcos de las ventanas y la palabra Tarot, escrita en una extraña tipografía medieval, era apenas legible. El nombre de la encargada, acompañado de dos vistosas bolas de adivinación, completaba el cartel de bienvenida. Aún con la puerta sin abrir se sentía el penetrante aroma a limón, el mismo que tanto alergia me causa hasta el día de hoy.

El vagabundo estrelló un sonido a la vez contra el pórtico de metal, y la extensa sala se dejó ver. El olor a cera quemada y a combustión de incienso se escurrió hacia mis pulmones. Cinco velas colocadas en forma concéntrica, de modo que conformaran una circunferencia perfecta, circundaban la figura de la tarotista. Aquella era una mujer de veras extravagante. Un enorme pañuelo cubría su cabello, y una gema de dudosa procedencia (o no tan dudosa) coronaba el medio de su frente. El famoso mazo se hallaba en sus manos, quienes no cesaban de jugar con él, mezclando y remezclando. Al vernos, levantó las órbitas de sus ojos, mas su cuello no abandonó su posición de cuarenta y cinco grados medidos con transportador.

—Son ustedes bienvenidos a mi tienda —nos recibió con una sonrisa tímida—. Siéntense, los estaba esperando —si no hubiera sido por mi previo conocimiento de la causa, estoy seguro de que habría acabado aterrorizado.

—Venimos por parte de Nadie para conocer la nada de la nada —en algún otro contexto, justo en mi etapa de púbere en donde me reía por cualquier cosa, me habría parecido cómico, pero el turbio negocio en el que nos hallábamos inmensos.

—Déjenme consultar a mis amigas —comenzó a dar vueltas sus cartas, cuyas extrañas figuras acrecentaron aún más mi incertidumbre. Procuré mantenerme lo más escéptico e incrédulo posible, tratando de descubrir el trasfondo del truco o, al menos, dilucidar algún movimiento de muñecas extraño, mas nada llamó mi atención.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora