Capítulo 81

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El sol ya se dejaba ver, diáfano, en aquella hermosa mañana en Toronto

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El sol ya se dejaba ver, diáfano, en aquella hermosa mañana en Toronto. Presencié el espectáculo desde mi apartamento, cubierto apenas con una bata y con cara de recién despierto, mientras le daba vueltas a mi teléfono, sin saber si debería de cumplir o no mi tarea. Me vi obligado a admitir que era una persona dúctil (dócil) y pragmática (subjetiva) en el preciso momento en el que comencé a buscar información sobre la nueva fábrica de clones. El doctor, quien ahora permanecía descastado tras haber abandonado a su familia, aparecía en un sinnúmero de noticias, siempre vestido con un traje gris y dando su sonrisa más falsa a la cámara. En su expresión extática se dejaba traslucir su hipocresía y dudé por un momento del éxito de mi empresa.

Por lo pronto, la suya, había roto todas las barreras: congraciándose del dinero fácil que obtenía con cada pedido, había expandido su imperio a nivel mundial y Helling S.A. se localizaba entre las empresas pioneras en la bolsa de valores. Las acciones habían alcanzado picos increíbles y todo el mundo quería comprar su participación en la multimillonaria pero la gran austeridad impuesta por las condiciones hacía imposible el cumplimiento del sueño. «Somos tu segundo mejor aliado» rezaba su slogan.

Un colectivo de larga distancia me trasportó (a mí y a trescientos pasajeros más) hasta la misma fábrica, en donde haríamos un recorrido por los sitios menos torvos y peligrosos (los distractivos) que habían sido dispuestos con camaradería. El tropel había ingresado como una avalancha al ómnibus, pero yo no dejé en ningún momento que alguno se me adelantara. Científicos, investigadores, reporteros, funcionarios y curiosos querían asistir al lugar de los hechos para, contrario al precepto bíblico, ser capaces sólo de creer mirando. Deudos de estos también habían conseguido viajar, por lo que algunos niños se paseaban a todo correr por los pasillos.

El camino fue tortuoso y estuvimos a punto de descarrilarnos en más de una ocasión, mas la recompensa fue inigualable. El inmenso edificio parecía compensar todas nuestras penurias. De allí salieron unos guías con cartelitos colgados a su ropa, con sus respectivos nombres, recibiéndonos con gran entusiasmo y otorgándonos a cada uno un distintivo, sin nunca dejar de sonreír. Escribí, a duras penas, mi nombre sobre el papel y, contra mi voluntad, me lo prendí.

El camino abarcaría una pequeña área dentro de la empresa: pasaríamos por un museo improvisado, penetraríamos por unas escaleras anexas, recorreríamos el área de estudio y escaneo, observaríamos a unos cuantos clientes satisfechos y nos iríamos rodeando las oficinas de los administradores de donde habría posibilidades de saludar a nuestro ídolo.

Nos pusimos en marcha a la brevedad, recorriendo un sendero que ya había sido delimitado, pasando primero por la tienda oficial, en donde llegaban a vender cualquier chuchería; incluso, un busto con la imagen de Helling en él. En todo eso, imaginaba yo dónde tendría su marca -medalla o tatuaje-, a sabiendas de que sería el único nexo entre nosotros. Comprobé que mi tintaje no se hubiera descorrido y que siguiera allí -no fuera a ser cosa que se me escapara- y me predispuse a aceptar al primer intento cualquier posibilidad de acercamiento con el aludido. Para ello, con gran suspicacia, fui quedándome más y más atrás del pelotón de personas, dejando que las más entusiasmadas me sirvieran como cortina de humo. Era una suerte que aquellos que nos dirigían no tuvieran ni medio cerebro para cuidar la retaguardia. De todos modos, de la protección se encargan los guardias de seguridad. ¿Cierto?

Mónica se repuso del golpe bajo en pocos minutos

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Mónica se repuso del golpe bajo en pocos minutos. Con gran orgullo, hizo alarde de su gran actuación laboral y, cual gremialista, nos invitó a todos a que la siguiéramos. Y eso fue lo que hicimos. Los vidrios de los negocios ya se quejaban cuando en toda la ciudad los asaltamos con ofrecimiento de empleo, sin grandes resultados. Recorrimos kilómetros enteros a pie, logrando que algunos de nosotros acabaran dentro. Thiago, quien jamás en su vida había preparado un Currículum, se quejaba ante la injusticia de tener que usar saco y corbata en una entrevista de trabajo.

La situación se repitió en los días subsiguientes, siendo cada vez más los que nos insertábamos en el mundo laboral, recibiendo jugosas propuestas. Sólo faltaban Estella y Virgine, a quien nadie se atrevía a admitir por temor a ser acusados por explotación de menores. Sin embargo, las habilidades de traductora de Estella le permitieron ingresar en una escuela para niños discapacitados, en donde se convirtió en un verdadero suceso. Virgine la acompañaba, sintiéndose incapaz de lograr nada.

Yo conseguí empleo en el mismo sitio que Mónica, convirtiéndonos en mujeres de renombre, ahora ambas encargadas de las reparaciones, sin conjeturas a arrojarse al suelo o vestir ropa que no fuera de seda. Si bien la mayoría se detenía a verificar si los medios no los engañaban, los necesitados de verdad se sorprendían ante nuestra prontitud. En pocas semanas, ambas renunciamos y colocamos nuestro propio taller, cuadruplicando las ganancias.

Sebastian, quien ya no sabía que hacer con su vida, consiguió trabajo como camarero y, por primera vez en su vida, fue sirviente y no servido. Sin embargo, su puesto le permitía flirtear con un par de muchachas: lo único que le faltaba para estar a gusto. Thiago lo alentaba en su proceso de conquista por teléfono, no fuera cosa que lo despidieran del call center tan rápido. Un día, el mismo me llamó para ofrecerme unas nuevas zapatillas, colgándose minutos enteros escuchándome hablar de mis triunfos, intercalando sus preguntas protocolares para no despertar sospechas.

Clark, quien jamás en su vida lo habría pensado, fue aceptado como acomodador en un gimnasio, trabajo que sirvió para tonificarlo, dándonos a todos una muy grata sorpresa tras cuatro semanas de entrenamiento. Matteo, quien le había allanado el camino, se burlaba de él, diciéndole que todavía le faltaban tres pueblos para alcanzarlo, mientras cargaba los equipajes de los recién llegados en el puerto. «El día en que los ricos comprendan que un bolso es más práctico que cinco valijas se acabará el mundo» aseveraba él, cada día.

Pese a que se trató de dos meses de duro trabajo, el esfuerzo dio sus frutos y nuestros planes comenzaron a encaminarse. Estábamos seguros de que nuestro sacrificio sería imprescindible para lograr nuestro cometido. Lo único que restaba ahora era convencer a un empresario para que financiara nuestra campaña. Y yo ya tenía un par de contactos a mi alcance. Tomé coraje y comencé a concretar citas con ellos, buscando su protección. Esperaba que alguno fuera capaz de comprender que un buen proyecto mal financiado es un fracaso inminente. Era una tarea difícil, pero lo daría todo en el intento por conseguirlo.




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THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora