Capítulo 107

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Un pequeño sapo me arrojó un rápido lengüetazo, buscando que yo reuniera la fuerza suficiente para levantarme

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Un pequeño sapo me arrojó un rápido lengüetazo, buscando que yo reuniera la fuerza suficiente para levantarme. Por supuesto que lo consiguió; ni bien su rasposa y asquerosa lengua tocó mis mofletes, me puse de pie de un salto. La escena resultaba hilarante, incluso sardónica; había estado a punto de asesinar a un archicriminal sin que me temblara el pulso, mas la presencia despampanante de un simple animal me generaba repulsión e incluso miedo. Apoyándome sobre los codos, y con la módica energía que aún mi cuerpo mantenía, conseguí sentarme, siempre en el agua, sin importarme que mis pantalones estaban empapados ni que pronto se me pasparía el trasero. Los amarillentos ojos continuaban mirándome con displicencia.

Me tomé un tiempo para clarificar mis ideas y observar los lares en los que me encontraba. Mi mente estaba tan desordenada como mi cuerpo cochambroso, mas me permitía comprender, a groso modo, que había experimentado un ligero desmayo. Mi mandíbula aún me dolía, sin embargo, conseguía balbucear alguna frase.

—¿Hay alguien aquí? —mis débiles palabras iban acompañadas de unos fuertes aplausos, que tampoco conseguían atraer la atención de nadie, por el simple hecho de que no había más seres vivos que aquel asqueroso sapo y yo.

Por fortuna, mi teléfono se encontraba mojado pero no atrofiado (ventajas de que tu madre te compre el último IPhone cada vez que sale uno nuevo al mercado), y una débil barra todavía se dibujaba en él. Aparté todo el lodo de la pantalla y avancé cual mercenario caído en plena batalla, reptando rumbo a mi objetivo: el poste color ojosdesapo. Arrastrándome por el lodo, y dejando una huella en el camino gracias a la escasa dignidad que me quedaba, desplazándome lo menos expeditivamente posible, rumbo a la salida de aquella gayola de alambre de púas.

Haciendo un último esfuerzo, sojuzgado por un cansancio atronador, alcancé el otro lado. Tres líneas blancas me indicaban que era suficiente como para telefonear una vez más al hospital. Quizás les parecería un zalamero, quién en su sano juicio llama a una clínica a los veinte minutos de anunciar que no quiere tener nada más que ver con ellos. «Vengan a buscar a un Don Nadie en No Sé Dónde» recuerdo que pensé ni bien había marcado el teléfono del hospital, el cual había quedado registrado en mi celular. La misma voz que antes, rebosante de juventud, no tardó en atenderme

—Hola, buenas noches. Sanatorio...

—Hola —la interrumpí—. Lamento haber causado la anterior trifulca, pero ahora estoy herido y necesito su asistencia urgente.

—Disculpado. ¿Me está diciendo que necesita una ambulancia?

—Sería eso o pedirles que publicaran un obituario —bromeé.

—No sea tan pesimista, hombre. Los médicos van en camino. ¿Cuál es su ubicación?

—Ese es el principal problema. No sé dónde me encuentro. Estoy en una autopista, creo.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora