Capítulo 16

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La inefable afirmación de Clary acerca de mi tío me aterrorizó

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La inefable afirmación de Clary acerca de mi tío me aterrorizó. Si bien hablaba con demasiada elocuencia, no estaba seguro de si aquellas palabras iban a cumplirse. Sin embargo, me decidí por no tomármelas a la ligera y llamar a la policía.

Disqué el número y el teléfono me envió al contestador. Ocurrió lo mismo las próximas dos, tres veces, hasta que, por fin, la voz de un oficial gruñón se escuchó del otro lado. Temí, por un segundo, que el latido de mi corazón desbocado sería capaz de tapar mis palabras.

—Buen día, oficial Gentleman al turno, ¿cuál es su emergencia?

—Escuché la conversación de un grupo de rebeldes liderados por una clon que quieren acabar con mi tío.

—¿Está seguro de ello, jovencito? Una clon —murmuró desconfiado— ¿está usted seguro?

—Claro que sí. Los escuché a través de una cámara de seguridad. No sé cuándo irán a atacar...

—Disculpe —se escuchó una interferencia—, no se escucha. ¿Hola? ¿Hola?

Cortó. De hecho, el truco del papel de caramelo para cortar una conversación me había sido útil en más de una ocasión. No era tan gentleman después de todo. No se lo recriminé tampoco; si un estólido hablara conmigo por teléfono para decirme que unos clones maniáticos estaban planeando un asesinato, no les habría creído. Sobre todo, con la fama con la que se había hecho el doctor al asegurar que su máquina no tenía falla alguna.

Decidí, entonces, valerme de mí mismo y enviarles un mensaje a los de la clínica para pedirles un refuerzo de seguridad en la zona B, perteneciente a mi tío, debido a una corazonada que me surgió durante el sueño.

Una vez hecho eso, rebobiné las grabaciones hasta regresar al momento exacto al que la había dejado. El resto de las escenas pasaron un poco confusas. Clary se dio cuenta de la presencia de la cámara y, con un ademán, acalló a todo su séquito y se subió a un viejo cajón de bebidas, al que colocó frente a la filmadora. Lo último que grabó fue su propia cara, en primera plana, guiñándome un ojo con fingida complicidad, antes de desactivar el aparato.

Me calcé una campera de cuero por encima de una sudadera celeste, además de unas cómodas zapatillas y unos pantalones holgados antes de salir. Me despedí de mi madre con el pretexto de ir a la casa de Mariel, mi mejor amiga, a terminar un trabajo para Ciencias y ella, siempre tan negligente, se la creyó a la primera.

Corrí por la acera todo lo que pude hasta llegar a la avenida, en donde no cesé mi marcha, pero procuré encontrar un taxi a último momento (con el ritmo que llevaba, dos veces superior al que alguna vez había alcanzado nunca, no aguantaría demasiado). Por fortuna, un conductor glabro y misericordioso presionó el freno.

—¿Qué ocurre, joven? —su voz sonaba dulce, con un dejo de preocupación en ella.

—Lléveme al Sanatorio de la Patria lo antes posible. Si duplica la velocidad le triplicaré la paga. No se detenga en los semáforos, en todo caso, yo le pagaré la multa. Y apúrese, por favor, es asunto de vida o muerte.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora