Capítulo 38

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Quisiera decirles que me desperté con el canto de un gallo, pero sería una vil mentira

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Quisiera decirles que me desperté con el canto de un gallo, pero sería una vil mentira. Lo que en verdad me despabiló fue el sonido de la cerradura abriéndose. Abrí los ojos, asaz de no poder dormir en toda la noche, con la esperanza de encontrarme libre de una vez por todas, mas estaba muy lejos de conseguirlo. Salvo, claro está, que aquel jovenzuelo de pelo rosado y uñas anaranjadas que acababa de entrar fuese la personificación misma de la libertad.

Respondí a su efusivo saludo de bienvenida con un efímero gruñido que expresó mi descontento. Él me dijo su nombre (el cual no me preocupé por escuchar ni agendar en mi cerebro) y preguntó por el mío, a lo que respondí un David con mi voz demasiado ronca de recién levantado. Acto seguido, escogió su cama y se arrojó sobre ella, espantando a un grupo de moscas que revoloteaban alrededor de mi cena inacabada.

El joven sujetó mi comida con sus frágiles manos, dispuesto a engullir su mecato de media mañana, no sin antes preguntarme qué es lo que planeaba hacer con ella.

—Cómela —fue mi corta respuesta.

Se metió una buena cucharada de la ensalada y untó una de sus papas en un ketchup que olía fatal. Se deleitó con la comida y, una vez que acabó de tragar (un preso educado, qué paradoja), me sonrió con suficiencia.

—¡Delicioso! —exclamó, llenando sus cachetes y hasta sus mofletes de la asquerosa mezcla helada que habían preparado en la cafetería para mí. A menos que hubiera vivido en la alcantarilla alimentándose de ratones, aquel debió haber sido el plato más desagradable que probó en toda su vida.

Y, para ser menos, el timbre de su voz me taladró los oídos, llegando a plantearme si era en verdad asequible que alguien pudiera alcanzar semejante agudeza. Toda su presencia me irritaba y me recordaba que estaba en compañía de verdaderos criminales; asesinos sin precedentes, ladrones muy buscados, matones psicópatas; pero aquel joven no se parecía a ninguno de ellos. Me dio curiosidad y vencí mi desidia para acercarme a él amablemente.

—Hola —estreché su mano—, me llamo David —levantó su mirada de un desvencijado libro que nuestro carcelero le había alcanzado—. Veo que te gusta leer cómics. Apuesto a que aquí dentro te acabarás la colección —bromeé.

Él me miró con hopofrenia y suspiró un par de veces. Luego, descorrió sus ojos delineados de tanto llorar y fregárselos con las manos. ¿Tan atemorizador debería resultar mi aspecto para que se acobardara de esa manera?

—Para que te sientas mejor, estoy aquí por un asesinato que dicen que cometí. Y no, no tengo amnesia ni nada por el estilo. Fui acusado sin ser juzgado y aquí me tienes. Supongo que querrán una buena fianza para sacarme de este sitio —confesé.

El centinela de turno nos alcanzó un bollo de pan a cada uno y un jugo desabrido con sabor a manzana, que no dudé en escupir de inmediato. Al no haber ni jabón en el baño (eso explicaba el hedor a mugre que impregnaba el lugar), me lavé las manos con agua sola y tragué mi comida a duras penas. El otro recluso hizo lo mismo, sin dejar de mirar a un punto fijo con sus ojos bien abiertos y hasta llegó a juguetear con su ingrávida comida.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora