Capítulo 63

50 9 0
                                    

La habitación no estaba tan mala después de todo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


La habitación no estaba tan mala después de todo. Nuestras maletas habían sido empacadas con anterioridad, dispuestas a ambos lados de la única cama allí presente. Al frente de la misma, un inmenso espejo proporcionaba el viso de todo aquel que se le pusiera en frente. Me entretuve durante un tiempo haciendo visajes con mi rostro, mientras que esperaba a que Nemo desocupara aquel cuchitril al que llamábamos baño. Su demora, me permitió llevar a cabo una observación más minuciosa de la buhardilla, cuya única ventana parecía conducir a un abismo sin fin.

Mis ojos se movían, impertérritos, siguiendo a cada auto que pasaba a gran velocidad por la ubre, al tiempo que Nemo musicalizaba el momento con sonidos no demasiado agradables los cuales, más rápido de lo que me habría imaginado, arrojaron también su olor correspondiente. El espectáculo que presencié a continuación me dejó turulato: mi compañero, sacando provecho de la situación, combinó sus salvajes y graves notas con unos suaves sonidos que salieron de su boca al ulular, conformando así una hermosa canción de cuna. Debí reconocer que aquello transgredía los límites de mi entendimiento, y me dirigía cada vez más a un acercamiento con aquel terrible y mordaz hombre.

Permanecí junto a la puerta durante un largo rato, carcomiéndome las uñas, sin percatarme siquiera del pestilente olor que inundaba la habitación por culpa del acostumbramiento. Me prometí a mí mismo que la próxima vez me encargaría yo mismo de trapichear un hostal más cómodo y ventilado.

La puerta se abrió de golpe, tras insistentes intentos, por lo que nuestras narices no distaban demasiado de tocarse. Los ojos de Nemo comenzaron un talud hasta llegar a los míos, en donde se detuvo por más tiempo de lo esperado. Tras una retalía de concursos de no pestañeo, se dignó al fin a dirigirme la palabra.

—¿Qué haces aquí? —inquirió él, afanoso de quitarme del camino.

—No sabía que tenías hijos.

Arrojé la frase sin pensármelo dos veces, inconsciente de que aquel podría haber sido el único tema tabú que existiría entre nosotros. Sus ojos tornaron una coloración más grisácea y su flequillo se corrió de su frente con un certero soplido. A todo esto, yo había comenzado a elucubrar en mi mente la escena de sus enormes manos cerniéndose alrededor de mi alfeñique cuerpo, estrujándome como a una esponja.

—¿Cómo lo sabes?

—Un tipo malo como tú debería recordar sus escaramuzas incluso cuando se sienta en su trono —alegué, con una sonrisa que pretendía relajar la tensión que se había instalado desde el inicio—. Es de suponerse que una canción de cuna no es lo que, precisamente, te enseñan en la calle. Allí es todo dolor y reyerta, y esto es...

—¡Ya para! —exclamó Nemo, incapaz de soportar una más de mis palabras.

—No pretendas olvidar, porque te dolerá dos veces. No pretendas recordar porque lo olvidarás para siempre —agregué, misericordioso.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora