Capítulo 137

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«Espérame a la salida»

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«Espérame a la salida». Cualquier fracasado en el amor habría pensado de que, dibujando con la vista la trayectoria de aquel bollo de papel, se encontraría con una hermosa joven que estuviera esperando por él; sin embargo, en esta ocasión, el remitente no era nada más ni nada menos que el mismísimo Nathaniel en persona. El niño no tardó en enfocarse en su cuaderno, aprovechando que el profesor no había percibido el intercambio o que, si lo había hecho, que no se lo había hecho notar. Unos escasos segundos más tarde me miró de reojo para asegurarme de que estuviera notificado, al tiempo que llevó su lápiz contra los labios, en una sutil manera de pedirme silencio.

El profesor había acabado la lección y solicitó que cada uno resumiera en pocas palabras la lección del día, las que luego se llevaría a modo de evaluación. No me preocupé en ese entonces por generar una producción extensa ni demasiado rebuscada, por la simple razón de que no sería capaz de concentrarme. Escribí de un sopetón las palabras «También puedes usar el miedo a tu favor», se las entregué al hombre largo, quien me dio permiso de abandonar el aula tras confirmar que el papel tuviera algo de tinta. Por esa ocasión, me dejó pasar aquella fase prefabricada, estimaba yo que él pensaba que no es posible sacar a relucir tu William Shakespeare interior tras haberte sometido a una situación que a cualquiera le sacaría un par de canas. Le agradecí su gentileza en silencio y me quedé sentado en un banco sobre el pasillo, esperando a que Nathan no la jugara de chupamedias y hubiera escrito un largo testamento. Comencé a recorrer en mi mente la arquitectura del lugar en busca de un sitio que, aunque no fuera demasiado seguro, acabara por considerarse privado, para recordar poco después que, si deseas mantener una conversación en secreto -y si tienes el coeficiente intelectual de la media de los mortales- necesitas contar con un plan. Rogué que Nathaniel lo tuviera, puesto que a mí no se me caía una idea.

La campana sonó al fin y el resto de los alumnos salió por el pasillo rumbo al comedor. Aquella noche cenaríamos una pequeña ración de carne de cerdo de dudosa procedencia, con puré de coliflor y un nutritivo licuado que prometía tantas arcadas como ingredientes tenía. Dado a que en aquel momento no tendríamos privacidad, acordamos que nos encontraríamos en las duchas, a donde iría un pequeño grupito de adolescentes amantes del aseo personal antes de dormir. Teníamos que estar en la cama a las once, por lo que apenas tendríamos unos escasos veinte o treinta minutos para conocer la famosa verdad que me tenía hasta la coronilla.

Nos apelotonamos en el comedor a una distancia prudencial para no llamar demasiado la atención de las miradas indiscretas. Durante el siguiente rato me dediqué con todas mis energías a engullir aquella asquerosa cena, preguntándome, al igual que muchos otros, qué era aquel trozo de carne roja mal sazonada que sabía a piedra. Los más entusiastas comenzaron a realizar sus apuestas, las que no eran más que la oportunidad de que unos golpearan a los otros que hubieran fallado. Los tres animales que lideraban en ranking eran el gato, el perro y una especie extraña de lagarto que uno de los jovenzuelos estaba convencido de reconocer, por lo que consiguió algunos valientes adeptos que se pusieron de su lado. Una vez que se pusieron las promesas sobre la mesa, llegó el turno de que dos intrépidos increpasen a la cocinera para sonsacarle la información, quien les dedicó un escupitajo en la cara a cada uno, antes de pedirle que no se metieran nunca más en los asuntos que no les importaban. Pese a todo, uno de los jóvenes regresó con un pequeño panfleto que indicaba el (si es que así se lo podía llamar) menú, el cual confirmaba que se trataba de carne de zorro. Varios se asquearon y regresaron al animal a su plato. Los más valientes, procuramos aguantarnos la bilis hasta que esta regresara a su posición original. En medio del caos hice señales a Nathaniel, el cual estaba alerta y no dejaba de mirarme. Nos apresuramos a deslizarnos entre la multitud, rumbo a las duchas.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora