Capítulo 69

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Tras recorrer anfractuosos caminos, esquivando al personal de seguridad y viéndonos obligados a inmiscuirnos en el mismísimo corazón de la fiesta -la cual ya había alcanzado su clímax; esto podría tradicirse como corbatas sobre las cabezas y vasos...

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Tras recorrer anfractuosos caminos, esquivando al personal de seguridad y viéndonos obligados a inmiscuirnos en el mismísimo corazón de la fiesta -la cual ya había alcanzado su clímax; esto podría tradicirse como corbatas sobre las cabezas y vasos de alcohol voladores- hasta alcanzar el sitio en donde habríamos de reunirnos con el angurriento aristócrata. La primera impresión que tuve sobre él me perfiló una personalidad de esas que siempre resultan complejas de tratar; su seño fruncido denotaba una amplia facilidad para amoscarse y el reloj de oro que pendía de su muñeca era consultado tan a menudo que el mismo señor parecía presentar síntomas de un trastorno.

La batahola quedó atrás, silenciada tras unas inmensas puertas de vidrio, las cuales fueron aseguradas con dos vueltas de llave. El líder del grupo no dejaba traslucir el menor síntoma de incomodidad ni urgencia; por el contrario, su naturalidad era tal que cualquier ignorante habría creído que lo nuestro no era más que una charla baladí. El blasón de aquel señor -para todos, Miguel de Fiu, para nosotros, el «LÍDER A-0145»-nos colocaba en una situación de inferioridad que, si de intelectual no tenía nada de cierto, monetariamente simbolizaba un escalafón inalcanzable para aquellos que nos coligábamos a su alrededor. Incluso la propia Luciana, adaptada al entorno de tanto cohabitar con peces gordos de esa clase, se mantuvo en su sitio, limitándose a asentir con reiteración a cada palabra que saliera de la boca de aquel hombre.

-La misma reunión -nos había avisado el jefe con anterioridad- estará teniendo un impacto cosmopolita en todas y cada una de las organizaciones adherentes a nuestra ideología, única e irrenunciable.

Al ver que no llevaba el símbolo que aquellos habían exigido, el propio Miguel me hizo un interrogatorio al cual pude responder con cortapisa, no por la inminente y minúscula curda, sino por ser obligado a recostarme sobre el piso, soportando todo el peso de su ser, creyéndose este que yo no era otra cosa que un acervo de porquería sobre el que ya habituaba por pisar. Un pequeño desliz, fruto de un sutil movimiento de mis caderas, hicieron trastabillar a aquel hombre cuyo discurso se alzaba sobre dos pilares: despilfarrar dinero y promulgar un seguimiento ciego e incuestionable.

El pequeño incidente, sobre el cual Miguel no se mostró con temor a atribuirme la culpa, desató una sucesión de palabrotas que tornaron alrevesadas todas las ideas de compostura de las que el orador se tomaba ahora el lujo de evadir, refugiándose en sus posiciones de encopetado y magnate de la organización. No obstante, no tardó demasiado en darme la revancha, llamando a un tatuador el cual, surgido de la nada, habría de darme la bienvenida definitiva a la organización.

No puedo expresar con palabras lo que sentí al ver a mi piel encenegada por una aguja manchada con tinta negra que se fundió con mi cuerpo y comenzó con su carnicería. Miguel obsevaba el procedimiento sin enconarse ni despertando en su ser a la piedad. Con cada letra que iba dibujándoseme a la altura de mi tobillo derecho, la alegría general comenzaba a entronizarse a la vez que el fofo del encargado, hacía incapié en propiciarme el procedimiento más lento y doloroso que le fue posible.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora