De la encrucijada que una vez viví en un torrencial y de los efectos que causó

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   [HISTORIA INDEPENDIENTE]

Antes de leer: Este, a diferencia de muchos otros cuentos, es uno y dos a la vez. Uno de los mismos debe de leerse como cualquier otro, de arriba hacia abajo. El otro, en cambio, debe de iniciarse en sentido contrario, de abajo hacia arriba. Para facilitar la tarea del lector, me he tomado la molestia de colocar una línea, la que equivale a la palabra fin, la que separa ambas partes y, tras la cual, comienza la segunda historia, colocada en en el orden en que ha de leerse.

Sin más preámbulos, ¡disfruten de su lectura!
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Me dispuse, finalmente, sobre las escalinatas de la catedral, observando, con pesar, como el mundo era capaz de sobrevivir en mi ausencia. Los grandes campanales de la basílica de la ciudad ya habían marcado sus ocho compases y los feligreses parecían querer escapar de aquella prisión de hierro, pasando de una teología teórica a un paganismo práctico. Acostumbraba por aquellas épocas a circular por la plaza, aprovechando la felicidad de aquellos que buscaban salvaguardar su alma del demonio dándole monedas al propio Lucifer.

Aquella mujer que me abandonó no fue más que una de varias. No me sorprendió en absoluto el hecho de que me dejara a la merced del viento, sobre todo desde que varias de ellas escaparon brutalmente de mi casa, al enterarse de alguna falla en mi relato con olor a rosas; mas con ella todo fue diferente; jamás le vendí una imagen más magnífica ni vestí traje más humilde como los jirones que en esta ocasión lucía pero, de todas maneras, todo fracasó.

Una llovizna tímida que se mantenía en actitud dubitativa, no hacía más que seguir convirtiendo en polvo a los cartones que me habían servido de cobija desde hace ya tres semanas.  Regresé así a aquel sitio al cual me tomé la molestia de llamarlo casa. Una tienda mal armada que recubría a una pequeña maleta que contenía todo lo que yo había conseguido recabar tras hurgar en los contenedores de basura de media ciudad, había sucumbido a un vendaval caprichoso que se había desatado, contemporáneo al aguacero.

De pronto la observé y con tal claridad que podría estar seguro de que nunca más me deleitaría con su ser como en aquella ocasión. Su figura se mostraba aún dubitativa acerca de si lo mejor era permanecer junto a mí, temerosa de un miedo del que jamás la culparía. Su actitud no me sorprendía; nadie jamás en su sano juicio estaría conforme en mi compañía. El suelo mojado y la ausencia de luz natural, fruto de un malvado invierno, jugueteaban con sus pasos, que parecían acercárseme y alejárseme. Coloqué mis dedos sobre mis labios y le chiflé, invitándole a que encontrara en mí a su mejor compañero para superar las calamidades del mundo.

Ella, quien antes ya había cubierto su cabeza con una bolsa de consorcio transparente, padecía de un torrencial digno de estudiarse como un fenómeno meteorológico. La luz de un rayo me permitía observar sus rasgos y facciones de una manera única. Yo estudiaba cada gesto de rebeldía suyo, ese aire de autosuficiencia en el que se basa una personalidad endeble y maleable, que se refugia bajo los preceptos de una revolución teórica.

—Este no es un lugar para una mujer como yo —afirmó ella, con las únicas palabras que yo escucharía salir de su boca para justificar su elección—. Soy capaz de sobrevivir por mi cuenta, no necesito ser, todavía, la mártir de un hermanito de la caridad.

No obstante, y pese a que el prólogo de nuestra relación parecía conducirnos hacia otro desenlace, allí nos encontrábamos ambos, cobijados bajo un búnker casero, confeccionado a base de sábanas que volaban con el viento y una considerable cantidad de cartón corrugado. Yo me movía con la naturalidad de siempre; evitando que mis manazas tocaran aquella piel de porcelana, de la cual no me creía digno, no fuera a ser cosa que se espantara después de tanto esfuerzo.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora