Capítulo 103

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Sin perder ni un instante, descendí del vehículo en un santiamén, lo que soprendería a Nemo, quien más tarde me confesaría de que aquella puerta no había podido abrirla desde dentro hacía tres meses, mientras que yo no había mostrado inconveniente...

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Sin perder ni un instante, descendí del vehículo en un santiamén, lo que soprendería a Nemo, quien más tarde me confesaría de que aquella puerta no había podido abrirla desde dentro hacía tres meses, mientras que yo no había mostrado inconveniente alguno en forcejear con la manija. En la desesperación prima la imaginación. A pesar de todo, no le presté atención a aquella nimiedad y me concentré en lo que de verdad importaba: mi madre. Anterior a viajar, yo ya había agendado el número de la clínica, no sin antes recitarlo como unas veinte veces seguidas, a fin de recordarlo. Nemo esperó dentro del vehículo, extendiendo el asiento hacia atrás para caber a sus anchas y encendió un delgado cigarro que olía a canabbis.

Me postré debajo del único poste que allí se encontraba; un caño de unos cinco metros de altura pintado de amarillo, en cuyo extremo parpadeaba una débil lucecilla roja. Se supondría que la señal sería más intensa, o al menos eso es lo que todo el mundo supondría al ver el letrero de SOS colgado en el frente. Rogando que la conexión no se me esfumara, marqué el número del hospital, que aún hoy en día recuerdo de memoria y podría recitar de atrás para adelante. 435-8790. 0978-534. Y no estoy para nada orgulloso de ello, sobre todo desde que aquel se convertiría en un día que jamás olvidaría. Una suave música sonaba a modo de contestador, la misma era tan débil que la voz del cantante era ininteligible. Por fin, una voz robótica, de esas que todos odiamos que nos responda, me atiende.

—Sanatorio Rocsen, ¿en qué podemos servirle? —la voz era demasiado monótona y plana para ser humana.

Tras presionar una serie de botones, no sin antes escuchar largos sermones que preveían tantas y tan certeras posibilidades que más de una vez debí volverme sobre mis pasos y apretar la opción para deshacer todos mis progresos. Por fin, y tras veinte minutos de prueba y error, conseguí que la computadora comprendiera mis intenciones de preguntar por la salud de la señora Esther y me dirigió con una operadora. Deseaban prolongar mi sufrimiento lo mayor posible. Además, tenían la delicadeza de que un humano le informe a otro acerca de la salud de un tercero, por si las moscas, por si todo se fuera al asco y fuera necesario lidiar con un cliente enfadado.

—Estoy buscando a Esther Olavarría. Ha ingresado a su recinto hace unos días y me comentaron que se encuentra en un estado crítico.

—Déjame ver —la muchacha que se encontraba tras el teléfono no podría tener más de tres años que yo. Su juventud y su alegría le permitían ejecutar con éxito su tarea-. Estoy buscando el expediente, espera un momento— por lo general, una secretaria cuarentona promedio te hace esperar entre dos y cinco minutos hasta conseguir la información que le solicitas, mas la joven no tardó más que unos pocos segundos en conseguirlo-. ¡Lo tengo!

—Eres muy eficaz.

—Gracias, supongo que pasar tanto tiempo en las consolas sirve para agilizar tus dedos —aclaró su garganta, adoptando el mismo tono profesional con el que se me había dirigido otrora, y continuó con su trabajo—. ¿Me podrías decir tu nombre? Es obligatorio que quienes se contactan con nosotros nos lo otorguen.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora