Capítulo 85

30 8 0
                                    

El aflictivo y misterioso paquete significó un cambio radical en la postura de Helling, quien abandonó su resistencia y, sin osar siquiera por hacer escrutinio alguno para aducir la veracidad de aquella pequeña caja, se me subordinó de inmediato

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El aflictivo y misterioso paquete significó un cambio radical en la postura de Helling, quien abandonó su resistencia y, sin osar siquiera por hacer escrutinio alguno para aducir la veracidad de aquella pequeña caja, se me subordinó de inmediato. Comenzó, al instante, a repartir órdenes a sus hombres, llamándolos por sus nombres, los cuales se ponían a su disposición sin titubear, cumpliendo cada pedido de su jefe. Para soslayar aquella situación de traspaso de poder, me convencí de que lo que estaba ocurriendo sobrepasaba mi omnipotencia y, lejos de caer inmenso en un candor insoportable, me rendí yo también a la sumisión.

—Necesito que detengas el proceso de clonación de especímenes que no correspondan con la misión. Estaremos listos en cinco minutos —me había ordenado el doctor con un énfasis que reflejaba su personalidad voluble y flexible a las circuntancias.


Precisé de un inenarrable esfuerzo para abrirme paso entre la multitud que cargaba equipamientos de un sitio a otro. Más de mil personas se encontraban trabajando en aquel momento para el siempre cabal y todopoderoso líder. Abandonando toda bravata, los soldados se acomodaron en sus puestos sin objeción alguna, en un silencio tan tenso como peligroso. Mientras tanto, otro grupo, ahora siguiendo mis indicaciones, acababa con toda la acción de la fábrica. Pedazos de extremidades y hasta personas casi completas acabaron en un contenedor de residuos reciclables, como si de un muerto pudiera surgir un nuevo Frankestein. Los nuevos Prometeos se apelotonaban en un estrecho sucucho, propiciándome una visión ominosa que a Clary sin dudas le hubiera resultado lacerante.

El galpón se vio inmenso en una terrible lumbre ni bien la máquina comenzó con su tarea. Primero fue el turno de las armas, cuyos clones eran después vueltos y vueltos a replicar, generando así una buena reserva como aprensión. Se necesitó de cinco camiones de carga para recoger todas esas ametralladoras y transportarlas a un sitio más seguro. Helling se enorgullecía de su propia inventiva y, presuntuoso, daba muestras de su orgullo frente a su regia maquinaria. Otro equipo —conformado en verdad por un solo hombre y sus doscientas copias— sopesaba aquellas armas que podrían llegar a estar defectuosas y las arrojaban al mismo contenedor en el que se hallaban las piezas humanas.

A continuación, llegó el turno de los más calificados, los soldados de aquel pequeño ejército que, conformando una centena, serían capaces de efectuar aquella hazaña transgresora e impactante de la que el mundo jamás se olvidaría. Los encargados accionaban la máquina cada vez más presurosos, no así sin antes detenerse por unos segundos, ateridos como estaban ante las proporciones gigantescas de sus modelos de prueba, a colocar una pequeña crucecita en rojo sobre la letanía que llevaban en sus brazos. El resultado fue tan exitoso que, quien hubiera podido avizorarlo antes de tiempo, se habría estremecido tanto o aún más que yo. Los rudos muchachotes, ahora ya avituallados con sus mejores trajes y armamentos, permaneciendo avizores pero a la vez resilentes frente a una nueva indicación.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora