Capítulo 132

15 4 0
                                    

El tiempo apremiaba; en unos pocos minutos una horda de muchachos prorrumpiría en el vestuario y nos quitaría toda privacidad

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El tiempo apremiaba; en unos pocos minutos una horda de muchachos prorrumpiría en el vestuario y nos quitaría toda privacidad. Perseguido por dicho desasosiego, Nathaniel no tardó en ahondar en el meollo del asunto, compungido a veces debido al carácter de sus afirmaciones. Pese a corta edad, el pequeño denotaba una madurez muy superior, arguyendo sus ideas con claridad.

—Tal vez te sorprenda el esmero con el que el jefe te ha estado tratando todo este tiempo —inició, dando por sentado que él no era más que un adlátere que formaba parte de un grupo de subordinados.

—Hay momentos en donde resulta bastante veleidoso a decir verdad —confesé, sin mucho convencimiento.

—Me refería a El Jefe, en mayúsculas —aclaró este, dándome a entender que nos encontrábamos frente a una ralea entera de líderes.

Antes de tomar una decisión acerca del rumbo al que quisiera dirigir la conversación, me detuve a observar con más detenimiento al petulante jovencito, cuyo aire altivo hacía juego con su nariz circular y sus enormes ojos turquesa. Su expresión denotaba —o al menos parecía hacerlo— que conocía de aquello sobre lo que me estaba refiriendo y su presencia reflejaba que se trataba de alguien quien no necesitaba abrirse a mugidos entre la multitud. La espera lo estaba agotando, por lo que me apresuré a replicar.

—¿Lo conoces? —inquirí.

El bullicio del resto de los jóvenes constituía un sonsonete continuo y amenazador.

—Claro que no —se apresuró a responder, como si aquello fuera un escarmiento—, pero mi instinto me obliga a pensar que conozco quién fue el anterior.

—¿De veras? —le interrogué, algo confundido aunque sorprendido por la astucia de aquel niño (en caso de que su teoría fuera cierta) o de su gran capacidad para mentirle a la gente mayor (lo que mi instinto me obligaba a creer).

El joven abrió la boca para responder, mas una avalancha humana de jóvenes envueltos en toallas irrumpieron en la escena, buscando sus uniformes limpios y rutilantes, sin olvidar que apenas restaba un minuto y medio para vestirse, atravesar corriendo el pasillo y presentarse en el campo de entrenamiento. Nathaniel se apresuró por ajustarse los cordones de sus zapatos y, con valía, se dirigió hacia la salida, dejándome solo con mis inquietudes que sus palabras pretéritas habían suscitado en mí. La hilaridad y el cotorreo se habían apagado hacía un tiempo, dejándole paso a los frenéticos movimientos de brazos y pies. Me mezclé entre los del grupo y comenzamos a avanzar a gran velocidad para evitar recibir el broncazo del capataz.

Llegamos justo antes de que Nemo diera la orden con su silbato para iniciar el primer ejercicio. En esta ocasión, cada uno recibió una mochila negra con un misterioso objeto dentro, el cual no podríamos descubrir hasta una vez que acabáramos de trepar una pequeña colina de cabo a rabo, soportando los cinco kilogramos en nuestras espaldas. El ejercicio exigía fuerza y coordinación motriz, además de un conocimiento de Física básica que nos permitiría mantener siempre nuestro centro de gravedad perpendicular al piso. Quienes se creían más insidiosos, no tardaron en arribar hacia la base de la colina, mas una mala sincronización acabó por obligarlos a comer un poco de tierra y recibir los pisotones de varios compañeros los que, a su vez, deseaban pasar denodadamente por encima de los mismos y acababan enmarañados dentro de aquella telaraña humana. Aquel espectáculo le habría causado a Nemo un gran alborozo si no hubiera sido por su deseo imperioso de convertirnos en buenos guerreros.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora