Capítulo 106

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Mi mirada asesina se dirigió, furtiva, hacia Nemo

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Mi mirada asesina se dirigió, furtiva, hacia Nemo. Mis ojos se encontraron con los suyos, que no querían mostrarse atemorizados, mas lo transparentaban. Él se había colocado en el borde de la alambrada de un coto, recostando todo el peso de su cuerpo sobre un pequeño poste, mostrando esa tranquilidad que las huestes del hampa simulan tener. Tenía tantas cosas para decirle que, con facilidad y un poco de labia, habría sido capaz de escribir todo un pasquín que dejara entrever la aversión que aquel hampón me generaba en el pecho. Sin embargo, mi escaso tiempo en el mundo de las calles me había enseñado a hablar menos y actuar más.

—Llévame con tu jefe, ahora mismo —le ordené, blandiendo el cuchillo en mi mano, listo para la refriega.

Nemo, lejos de desbandarse, se apostó en su totalidad sobre el alambre y comenzó a silbar una cancioncilla. Si yo estuviera en si lugar, habría cavado un pozo con una topadora y me habría escondido dentro.

—No tienes idea de cómo manejar la situación. No sabes qué hacer para amilanar a los demás —su voz era monótona, fría, que dejaba entrever su picardía.

—No aprecias tu vida como para protegerla —lo amenacé, sorprendido de que antecediera la verba a la protección personal.

—¿Crees que no sé cómo protegerme? Identifico un verdadero peligro cuando lo veo. Además, me aseguro de ser lo más insidioso posible con mis enemigos, siempre ayudado de esta amiga mía —dirigió su mano al interior de su pantalón, demostrando que no sería dadivoso conmigo, sujetando un arma calibre seis entre sus dedos.

La amenaza era inminente. Se mostraba como un verdadero chacal humano, tratando de atacar a su presa y saborear sus restos. Tensé mis músculos alrededor de mi cuchillo. Una mala empuñadura hizo que parte de mi dedo meñique se rebanara gracias al cuchillo; un corte superficial, que no pudo contener mi ira. Me hallaba tan aireado que no pude observar el paisaje que me rodeaba: el florido terreno escondía grandes y pesadas piedras entre el pasto crecido, que casi alcanzaba mis rodillas. Después, sucedió lo inminente.

Tropecé y caí en la grava, en un error imperdonable para mi rival quien, agradeciéndome el hecho de ser tan zanguango como incauto, se abalanzó sobre mí. Se acercó a mí con la lentitud de una babosa mas con la certeza de un zorro que ha avistado a su presa; su inquina había acabado en un odio imparable.

—El niño rico no sabe por dónde caminar. ¿Necesita su monóculo para ver en la oscuridad o prefiere a unos guardias estirados que le digan por dónde caminar?

Lanzó un grito de guerra y me inmovilizó las piernas con una paralítica en sendos muslos, profiriendo ambos golpes con una fuerza increíble. A continuación, me alzó por los aires, sujetándome desde las axilas para recrear la escena de El Rey León y parodió aquella peculiar canción, tarareando palabras inconexas y con dobles interpretaciones. Se afanaba de su maldad y quería dejarme constancia de aquello. Una vez que se cansó, me sujetó desde las piernas, dejándome boca abajo, haciendo que yo sintiera el rigor de sus movimientos bruscos.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora