Capítulo 122

33 5 0
                                    

Sebastian se tomó su tiempo para levantarse, caminar con parsimonia, depositar su ajedrez en el mismo sitio en donde antes se hallaba para luego, sin tener que preocuparse por nada que estuviera fuera de lugar, regresar a nuestra mesa a reanudar n...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Sebastian se tomó su tiempo para levantarse, caminar con parsimonia, depositar su ajedrez en el mismo sitio en donde antes se hallaba para luego, sin tener que preocuparse por nada que estuviera fuera de lugar, regresar a nuestra mesa a reanudar nuestra conversación. Se arremangó el pantalón sin tapujos y, una vez con sus piernas al viento, se dirigió hacia mí.

—Haz tu primera pregunta —me invitó, con una actitud muy diferente a la que había mantenido durante toda la velada.

—¿Era necesario matar a la madre de Frank? —ataqué, sin perder el tiempo.

—Ella no podía enterarse de que su hijo formaba parte de nuestra asociación. Ya habrás descubierto que aquí la reserva y la confidencialidad son imprescindibles —me recordó, como si yo no estuviera al tanto de la malaria que me rodeaba.

—Sin embargo ella saludó a algunos de ustedes. Fue porque los reconoció, ¿verdad?

—Aquellos dos eran Mathias y Frederick, amigos de la infancia de Frank. Fueron ellos quienes le abrieron las puertas a nuestra organización —tomó una pausa, analizando la expresión en mi rostro para cerciorarse de que aquel asunto ya se encontraba zanjado. A continuación, y parodiando a los negociantes, agregó—: ¿Algo más?

—Bastante, a decir verdad. Ahora tengo un especial interés en conocer la razón por la que me sacaron de allí, siendo que aquello iba contra los planes de su cliente.

Sebastian se sorbió los mocos y deslizó su mano para rascar su peluda pierna, la cual desprendía un comezón que ya le era insostenible.

—Cuando trabajas todo el día con y para peleles debes saber que no es bueno soltarle las riendas y dejar que ellos dirijan todos los movimientos. A menudo cometen fallas de novatos que pueden dejar expuesta la maquinaria de nuestra organización. Digamos que un sótano no es el mejor lugar para ocultar a un joven —argumentó él, sin nunca abandonar aquel tono apacible que ya me era familiar cada vez que trataba de justificar alguna brutalidad cometida por los suyos.

—Pero una imprenta ilegal es un maravilloso escondite —le refuté, cargado de un sarcasmo que ni le inmutó.

—Al menos te tenemos con nosotros. Nos serás más útil fuera de la jaula, hijo.

—Tenemos la misma edad —protesté, elevando mi tono de voz.

—Es un decir, no seas tan quisquilloso.

Sebastian se acomodó en la silla, verificando que no se tambalee, para luego dirigir su mirada hacia el taller, buscando una mejor ocupación que estar hablando con un niñato que se quejaba por todo.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora