Capítulo 40

63 23 79
                                    

Al comienzo llegué a pensar que se trataba de una patochada, una broma o incluso un complot contra mi propia integridad

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Al comienzo llegué a pensar que se trataba de una patochada, una broma o incluso un complot contra mi propia integridad. Sin embargo allí, refugiado tras el barniz de uñas y los ojos delineados, se ocultaba el marrajo Nemo y, encima, proponiéndome escapar de allí. Sin tardar un instante en vacilar, comenzó a frotar un callo de su pie contra el borde de mi cama.

—Al menos si buscas reconciliarte conmigo para hozar en mi vida, procura no limpiar tu pie contra mi cama. La comida de aquí es tan hedionda como escasa y no me gustaría devolverla por ahora —contraataqué.

—Si me dejarías terminar, sabrías que coloqué un potente explosivo llamado nitroglicerina. Con esta rellenaremos la cerradura y, al primer chispazo... ¡Bum! Nuestro boleto de salida.

El jayán se esmeró en su trabajo y, para prevenir cualquier improvisto, me colocó como centinela. El preso de la celda número tres, que se enfrentaba con la nuestra, estaba de espaldas a nosotros, intentando resolver uno de esos rompecabezas imposibles de mil piezas. La parte de arriba del mismo, que mostraba un cielo oscuro y tenebroso, contrastaba con el picio que allí aparecía; una especie de vampiro del siglo pasado todo ensangrentado. Mientras no quitara su atención de su jueguecillo para concentrarla en nosotros, no habría problema alguno.

Nemo acabó con todas las manos manchadas de un polvo azulado y debió frotárselas con fuerza para evitar levantar sospechas. Era hora de que yo también fuera parte de nuestro plan, en el cual debía de simular estar sufriendo un ataque de asfixia y alertar a los guardias.

—No sé si podré hacerlo —le había confesado—. Mis dotes actorales dejan mucho que desear.

—O lo haces o esto dejará de ser una mera escenita —terció él y acabó la trapisonda.

Yo no tenía dudas de que matarme no estaba en sus planes (al menos, no en el de las próximas veinticuatro horas), mas asentí. Tampoco quería pudrirme en ese calabozo y ser ejecutado por un crimen que no había cometido. El mero hecho de pasar más tiempo allí dentro, me había hecho desistir de cualquier otra posibilidad de escape distinta a la que se me estaba ofreciendo.

A las nueve de la noche nos alcanzaron lo que debíamos comer como cena: unas albóndigas de carne (si quieren saber de qué animal, pregúntenle a los cocineros, pero les aseguro que no era nada comestible) junto a una cucharada de puré desabrido. Una pequeña botella de refresco coronaba el desastre culinario. De todos modos, me vi tentado a engullirlo, ya que era parte del mismo plan que así lo hiciera. Nemo tampoco perdió demasiado tiempo en acabar lo suyo, llegando incluso a proferir un eructo al acabar.

Nos retiraron nuestros platos una hora más tarde. Una vez que la encargada los recibió, el resto del corredor se inundó con silencio y oscuridad, excepto por un sonido a tacones gastados y algún ocasional rayo de luz de linterna del guardia de turno.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora