Capítulo 123

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Sebastian me ordenó controlar los anuncios clasificados del New York Times del día, expectante de encontrar la réplica de Themma

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Sebastian me ordenó controlar los anuncios clasificados del New York Times del día, expectante de encontrar la réplica de Themma. Veinte eternas páginas escritas en una letra diminuta inundaron mi vista. El propio joven me había extendido una pequeña lupa, esperando que me fuera de utilidad, algo que no hizo más que marearme y desviar mi atención. Al notar que era más probable que me pusiera a quemar hormigas con el sol o comenzara con una catástrofe caliente mejor estilo José Arcadio Buendía, me arrebató el lente de la mano y me extendió su teléfono, invitándome a fotografiar cada página para después leerlas agrandadas gracias al zoom. A continuación, se retiró con el resto de los hombres a una reunión general que decidiría los próximos pasos a seguir. Por lo pronto, la carnada ya estaba echada y era el momento de que ese pececillo cayera.

Más de tres horas de mi preciado tiempo me fueron consumidas entre ofertas de trabajo, vehículos en venta, avisos de defunciones y hasta declaraciones de amor y odio. Pero nada de nada se asemejaba a lo que estábamos buscando. Ni una felicitación, ni una amenaza. Ni siquiera el «Feliz cumpleaños, doctor, bienvenido al primer día de su muerte» que tanto había marcado mi infancia. Estaba seguro de que yo mismo comencé a tejer mi mortaja en cuanto toqué la cadena de mi tío. El resto de los miembros sólo ayudaron a Dante a inmiscuirse cada vez más en este infierno.

Le comuniqué de inmediato a Sebastian la ausencia de respuesta, lo que lo extrañó tanto como a mí. Ambos habríamos puesto las manos en el fuego, afirmando que la joven y maniática clon no tardaría en dar réplica. La situación, que no había tomado el rumbo esperado, obligó a comunicar el fracaso al jefe de turno, el cual de inmediato solicitó realizar una videollamada con Luke —mi otro yo— para ponerlo al tanto de la situación y ponerlo manos a la obra. La reproducción del video en la gran pantalla a través del proyector contribuía a incrementar el dislay ocasionado por la distancia. No obstante, pocos segundos después, el aludido se dignó por atender nuestra llamada. Tampoco era que tuviera su teléfono demasiado lejos. Atribuí el retraso al hecho de estar haciendo algo que lo avergonzara —a lo mejor a los tipos malos no les gustaría escucharlo imitando a Prince— o fuera demasiado privado o secreto. Su imagen se dibujó en la pantalla, revelando una sonrisa radiante.

—¿Qué pasa, jefe? —inquirió, a quemarropa, ahorrándose unos valiosos segundos de preguntas estúpidas del tipo «¿Quién habla?» y datos que no le importaban a nadie como «Acabo de salir de ducharme, perdona si no contesté antes».

—¿Dónde te encuentras?

—Continúo en el hotel que me ha sido asignado. Estoy esperando las próximas órdenes tal como se me fue anunciado. Sólo me moví de mi sitio para ver el concierto de Kissa —se sincerizó él, con los mofletes colorados. Aquel muchacho era idéntico a mí en todo.

El jefe suspiró.

—¿Te gusta Kissa? Pensé que sabías apreciar la buena música —arguyó él.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora