Capítulo 48

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A los pocos minutos de comenzar a nadar, mis brazos se resistieron, cansados de bracear y Nemo, que no abandonaba sus nervios, ya se estaba cansado de tanto esperar

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A los pocos minutos de comenzar a nadar, mis brazos se resistieron, cansados de bracear y Nemo, que no abandonaba sus nervios, ya se estaba cansado de tanto esperar. La algarada ya había acallado y el resto de los oficiales habían abandonado su búsqueda para rescatar a sus compañeros malheridos. No obstante, poco me importaba aquello en ese momento.

-No creo poder soportar mucho más tiempo a nado -confesé.

-Deberías esforzarte -fue su brillante respuesta, en medio del castañeo de sus dientes.

Mis dedos presentaban más arrugas que los de un anciano y todo mi cuerpo temblaba de frío; los vellos de mis brazos se alzaban cual puercoespín y el clac clac de mis dientes reflejaban mi cualidad de friolento infuso. Nemo se llevaba un poco mejor con las bajas temperaturas; los escasos guiñapos que colgaban sobre su hombro lo protegían, aunque fuera muy poco, y le permitían mantener un calor corporal y una fuerza de voluntad envidiables. De pronto, comenzó a circuirme con lentitud, describiendo amplios círculos en el agua, como si estuviera analizando mi situación para después dar su diagnóstico.

-Colócate boca arriba -me ordenó, al tiempo que me tomaba por la cintura para ayudarme a colocar en dicha posición, provocando que inhalara una buena dosis de agua a causa de la sorpresa.

Una vez encima de la superficie comencé a sentir como el viento azotaba contra mi pecho y casi podía pronosticar en qué momento me acabaría pescando una pulmonía o calcular los efectos que todo esto tendría en mi deyección una vez ya fuera. Además, el clima parecía haberse vuelto en nuestra contra; como si de un disloque se tratara y, tras cinco días de aridez extrema, la gélida brisa sacudió a toda la sociedad. Sin embargo, después tendría tiempo para ocuparme de mi enfermedad. Ahora era el momento de actuar.

-Quédate quieto y no dejes de flotar -me había dicho Nemo-, yo te tomaré de las piernas y jalaré de ti. Es muy importante que no te desconcentres o podrías ahogarte al menor descuido -le agradecí, en silencio, por su honestidad. Ahora sabía el problema al que me enfrentaría y nadie, tal como lo hacía mi madre, procuraría dosificar la información para no dañar mis sentimientos.

Avanzamos en la oscuridad, por lo que Nemo se vio obligado a mostrar su cacumen y sus ojos de matón para conducirnos lo más seguros posible, entre mis estornudos y mis mocos mal sorbidos. Me vi obligado también, al pasar unos minutos, a tomar las riendas del asunto e invertir los roles, lo cual no duró más que unos pocos minutos, tiempo durante el cual mi pasajero se esmeró en extricar los jirones que colgaban sobre su pecho para armar una especie de taparrabo improvisado el cual se ciñó, avergonzado, lo antes que pudo a su cintura. Después, relajó un momento sus brazos, exhaustos por tanto esfuerzo y hasta llegó a disfrutar del viento que ahora me daba de lleno en la cara y el torso.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora