Capítulo 78

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En derredor a la peluquería no se encontraban más que unos escasos árboles

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En derredor a la peluquería no se encontraban más que unos escasos árboles. La mayoría de las casas y negocios se hallaban rodeando a la plaza y a los edificios gubernamentales en donde los burocráticos tomaban sus decisiones arbitrarias. Por lo tanto, me encontraba en soledad, recorriendo un camino ya no más rocoso, sino decorado con unas gárgolas de piedras que algún alma perversa había cincelado. Una vez frente a la puerta, hice sonar las campanas dos veces. Desde adentro se escuchaban alaridos y gritos terroríficos que yo, pretendiendo ser descreído, buscaba ignorar.

Sin embargo, al abrirse la puerta no me encontré con aquel escenario que tanto preámbulo había anunciado. De hecho, el anciano que me atendió no era ningún anciano y los gritos no eran más que gritos de felicidad de unos niños que por allí jugueteaban. El ambiente era propenso para reclinarse, a la espera de nuestro turno. Uno de los pequeños se hallaba frente al espejo, esperando sellar los últimos toques de su peinado. Los tres se volvieron hacia mí y me saludaron con euforia.

-Ellos son Tito, Marie y Joshua -me los presentó-. Son adorables -anunció él, mientras les hacía cosquillas.

Las ventanas estaban abiertas a más no poder, lo cual, sin dudas, me generaría que en poco tiempo estaría abotagado. El anciano se percató de ello y, con gran amabilidad, cumplió con el pedido que yo iba a requerirle.

-Ahora dígame, ¿cómo es eso de asustar así a los transeúntes? -le critiqué, tal vez, con demasiado énfasis.

-¡¡Niños, a comer!! -gritaba justo a tiempo la abuela, desde el extremo de la cocina.

-Ve tú también Joshua -le dijo el peluquero a quien permanecía inamovible en su sitio-. Después seguimos.

-¡Pero parezco un plumero! -se justificó él, ansioso por intervenir en la conversación.

-Es verdad, mas uno muy bonito -acarició con sus manos la piel del niño, disfrutando la tersura de sus mofletes, para después regalarle un chocolate. Joshua corrió a gran velocidad y alcanzó a sus hermanitos.

El viejo los miraba con un gran amor contenido. Ni siquiera sintió crispación al ver un camino de pelos que se dirigía hacia el comedor. De suerte que había cerrado el ventanal ya que había comenzado un fuerte vendaval que habría dejado todo patas para arriba.

-Ahora dígame, ¿cómo es eso de asustar así a los transeúntes? -insistí, al estilo que Antoine Saint-Exupéry había inculcado en tantos niños.

El anciano cambió de cara, se acercó hacia la cocina y deslizó con cuidado el pasador sobre la puerta, dejándola agarrotada. Luego, me indicó con un gesto a que me colocara en la silla, ahora desocupada, ofreciéndome un corte gratuito en medio de nuestra conversación. «Saldrás de aquí como un divo» había bromeado él.

THEMMA © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora